¿Qué habría pasado, en 1999, si la ley se hubiese aplicado y Andrés Manuel López Obrador fuese sido incapaz de demostrar con documentos los cinco años de residencia en el entonces Distrito Federal?
Pablo Gómez, hoy titular de la Unidad de Inteligencia Financiera, se habría convertido en el candidato del PRD a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.
¿Le habría ganado al panista Santiago Creel?
Nadie lo sabe.
Lo cierto es que López Obrador no habría tenido la beligerancia suficiente como para contender en la elección presidencial de 2006, desde donde se catapultó como el nuevo líder histórico de las izquierdas.
Pablo Gómez, Demetrío Sodi y Marcos Rascón impugnaron la precandidatura de AMLO durante el proceso interno del PRD en 1999, debido a que no tenía forma de justificar su residencia de cinco años.
El delegado de Coyoacán —Arnoldo Martínez Verdugo— le extendió un documento que avalaba dicha residencia.
Existía el temor de que, una vez que se registrara como candidato, el Instituto Federal Electoral declarara fundados los recursos que también interpusieron el PRI y el PAN.
El día llegó, y su registro fue avalado.
Diversos columnistas e historiadores señalaron al presidente Ernesto Zedillo como el autor de esa prebenda.
No fue la primera vez que Zedillo volteaba a ver a AMLO.
Lo hizo cuando Roberto Madrazo le ganó en 1994 la gubernatura de Tabasco.
Tras acusar al priísta de haber cometido fraude electoral, inició una serie de movilizaciones en el estado y en el centro del país.
De pronto, cuentan sus allegados, a sus oficinas llegaron unas cajas con toda la documentación electoral que demostraba el fraude.
¿Quién las mandó?
El mismísimo Zedillo, ya convertido en presidente de México.
El fin era sencillo: que López Obrador tumbara el triunfo de Madrazo.
El nuevo presidente no simpatizaba con él.
Le parecía lo más execrable e impresentable del priismo.
Por eso le envió a AMLO las cajas que demostraban el fraude.
Estos dos hechos reflejan algo: Zedillo fue corresponsable del crecimiento político de quien hoy detesta.
Tiene razón la presidenta Claudia Sheinbaum en exhibir la falta de autoridad moral de Zedillo cada vez que da entrevistas (a Nexos) o escribe artículos (en Letras Libres) sobre la política mexicana y la muerte de la democracia en los años de la Cuarta Transformación.
La de Zedillo es, además, una voz en el desierto que no impacta ni en sus antiguos aliados, quienes lo consideran, entre otras lindezas, un auténtico traidor.