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martes, abril 29, 2025

Camarón que no lee, se le nota la corriente

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“Los libros oxigenan la mente para disminuir las toxinas que acumulamos de la vida diaria.”

La lectura es uno de los caminos más efectivos para saber más, además de poner en práctica y evaluar los conocimientos previos con los que ya contamos.
Esto nos permite darnos cuenta de qué conocimientos son producto de la investigación, la objetividad y la certeza.
La lectura nos invita a profundizar, de alguna manera, en ciertos esquemas predeterminados que muchas veces no queremos romper y que obstaculizan la actualización.
Nos permite romper con paradigmas que, en un momento dado, hemos aceptado y que creemos tienen validez eterna.

Además, la lectura tiene un sinfín de posibilidades para ampliar los conocimientos, sobre todo considerando la revolución de la inteligencia que nos invade actualmente, porque, a su vez, esta es la puerta para conocer otras realidades.
La lectura también agudiza nuestros sentidos, nuestras reflexiones, nuestros pensamientos y nos da pie para ser más críticos; nos permite entender mejor ciertos pensamientos de otros que, en un momento dado, nos parecerían extraños o poco concebibles por el hecho de que no entendimos la razón, su razón, de quien los expresa.

Este proceso tiene muchos beneficios y muchas bondades, aunque para algunas personas es tiempo perdido.
La lectura es despreciada por la mayor parte de las personas, no se diga los jóvenes, quienes la satanizan mediante una falta de interés muy acentuada, por el hecho de que son obligados a realizarla. Las malas estrategias educativas utilizadas para su motivación la vuelven aburrida, tediosa, con pocos beneficios, etc.

La lectura es el elemento clave en la formación intelectual; resulta esencial para asimilar los contenidos de lo que un autor quiere transmitirnos. Permite, también, expresar con exactitud nuestros conocimientos, porque conociendo el significado de las palabras y, sobre todo, aumentando nuestro acervo lingüístico, resulta más fácil comunicarnos tanto escrita como oralmente.

El contar con el hábito de la lectura nos genera y desarrolla una aptitud, un talento especial y competitivo que es indispensable para aprender, porque los conocimientos, o, en términos generales, la ciencia, llega a nosotros mediante la letra escrita, fundamentalmente.

Aunque en la actualidad la adquisición de conocimientos se da a través de las nuevas tecnologías, por lo general, lo más difundido en las redes sociales es basura.
El poseer las herramientas lingüísticas suficientes nos permite trabajar con un instrumento básico, esencial para el desarrollo personal y profesional.

El hecho de leer bien, con comprensión, equivale a pensar bien.
Aprender a leer es aprender a pensar: “Si no piensas, otro lo va a hacer por ti”. ¿Y quién es ese otro?: la televisión, el periódico, las revistas, las redes sociales, etc.

La lectura efectiva incrementa el aceleramiento de la comprensión lectora, la comprensión del mundo en general.
Esta actividad consiste en interpretar las ideas y descifrarlas adecuadamente, encontrarle la esencia a la información; por ende, necesitamos encontrar el sentido de las palabras, porque estas están invadidas de significados muy ambiguos y, a veces, hasta contrarios. Precisamente, la labor del lector es esclarecerlas, purificarlas, oxigenarlas, higienizarlas con pulcritud, encontrarles el sentido, darles, incluso, respiración de boca a boca.

La traducción de estos símbolos, de estas letras, de estas palabras, de las frases que llevan una intención, no nada más se circunscribe a un significado individual, aislado: es un significado gramatical.
Todo lo que implica una frase, un enunciado, es muy distinto a la combinación de palabras per se: “El todo es mayor que la suma de las partes”; “Dos más dos es igual a más de cinco”.

No significa descifrar signos o símbolos sino, justamente, en la labor mental de la lectura efectiva, se hace posible una interpretación y comprensión de los materiales escritos, sobre todo mediante la contextualización de lo que leemos, combinada con la información previa que traemos.

La lectura es la principal fuente de enriquecimiento personal, porque en los libros hay mucho dinero, pero no está en forma de monedas o billetes, sino en forma de conocimientos, de creatividad, de generación o transformación de ideas, etc., que muy pocos alcanzan a valorar o entender como riqueza.

La lectura nos permite, también, adquirir conocimientos necesarios —digamos, de utilidad— que sirvan para algo: para un fin específico, para la solución de un problema, para tomar una decisión, para aumentar o mejorar nuestras destrezas, nuestros talentos comunicativos.

El hecho de hablar o comunicarnos por escrito nos invita a conmover, persuadir, convencer, seducir, enamorar, etc. Nos da pie para aumentar nuestra capacidad de análisis y de síntesis; nos prepara para pensar con mayor claridad, con mayor grado de lucidez.
La lucidez implica percibir con una mayor luz, ver con más claridad la realidad para apreciar de una mejor manera lo que existe, de una forma más objetiva.
Si no hay luz, no hay claridad. Si no tengo el hábito de la lectura, esa luz nunca aparece: quedo en total oscuridad.

Al hacer su trabajo las dendritas y provocar la sinapsis, esa luz se ejercita, ese foco se prende con mayor frecuencia. Si no es así, las telarañas en nuestro cerebro empiezan a proliferar y no nos permiten ver la realidad tal cual.

También la lectura nos recrea; la lectura no significa nada más estudiar, aunque, para su mejor aprovechamiento, pueden utilizarse estrategias de comprensión.
Existen varios tipos de lectura: la lectura exploratoria, de escaneo, lectura rápida, lectura profunda, la relectura, el repaso… Y esto, combinado con varias técnicas de estudio, tradicionales o modernas, puede aproximarnos hacia una lectura inteligente.

Al respecto, Friedrich Nietzsche nos aclara:
“Las frases son piedrecillas que el escritor arroja en el alma del lector; el diámetro de las ondas concéntricas que desplazan depende de las dimensiones del estanque.”

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