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viernes, abril 25, 2025

Declaración de odio

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No hay pueblo más triste que un pueblo sucio —con perros abandonados a la orilla del camino— y con el sol cayendo implacablemente.

Tiene razón el gobernador Alejandro Armenta cuando dice que es anticonstitucional que los presidentes municipales no se hagan responsables de la imagen de sus pueblos.

Y la buena imagen requiere de jornadas de limpieza que hagan que esos pueblos —polvosos, sucios, olvidados— tengan otros rostros.

Suelo ir a la sierra norte regularmente a visitar a mis vivos y a mis muertos.

Es decir: a Huauchinango.

(Quien olvida sus orígenes no es confiable).

En tiempos de calor, de brutal calor, es triste hallar pueblos dejados a la deriva, abandonados, repletos de basura y de falta de espíritu.

(Ríos poblados de latas vacías y de llantas usadas, como en un poema de Eliot).

Huauchinango, por ejemplo, hace mucho que dejó de ser un pueblo mágico como Zacatlán.

Duele ver cómo los últimos presidentes municipales permitieron que las casas antiguas perdieran su esencia para dar paso a construcciones grotescas y espantosas.

Casas dignas de un estilo art-narco: sin tejas, sin muros de adobe, sin espíritu, con ventanas polarizadas.

¿Por qué permitieron ese desastre?

Por dinero.

Detrás de un cambio de imagen urbana hay dinero.

Paquetes de dinero.

Y cuando uno camina por un pueblo así —saturado de basura en las calles— sabe que la esencia se ha perdido de manera lastimosa.

Los presidentes municipales que olvidan sus pueblos tendrían que ser multados.

A ellos les corresponde cuidar la historia de los pueblos.

Y esa historia está en su imagen urbana.

Inevitablemente.

Se respira en las calles.

Amo terriblemente Huauchinango, pero me da tristeza en lo que los más recientes alcaldes la han convertido.

Disculpe el hipócrita lector este arrebato.

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