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lunes, abril 21, 2025

El fantasma de Valentina Alazraki ya anda rondando

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El primer Papa que vi en mi vida fue Juan XXIII.

Estaba colgado de una de las paredes de la habitación de mi Mamá Guillitos, mi abuela materna, en Huauchinango.

Alguien le había llevado la imagen hasta su casa de la calle Corregidora, y le había jurado que el Papa Paulo VI la había bendecido.

Mi abuelita, generosa como fue siempre, le creyó, le mandó a hacer un marco y la colgó.

A su dulce muerte, me quedé a vivir una larga temporada en su casa: paredes blancas del color de la cal, techo de madera, tejas que habían visto pasar el tiempo, una sala, una recámara, un comedor pequeño —presidido por un cuadro de Jesús en la antesala de su muerte —en el huerto de Gertsemaní—, una cocina hermosa, un baño y una zotehuela.

Cada vez que tenía sexo con mi novia, veía de refilón, inevitablemente, al bueno de Juan XXIII.

Y lo mismo pasó cuando mi novia desapareció de mi mapa sentimental, y llegaron otras mujeres a las que me entregué con el mismo loco amor.

(Varias décadas después, quien lo dijera, sigo recordando a mi novia de esos años con elocuentes, pero sinceros suspiros. Y en ese recuerdo aparece también la imagen de Juan XXIII bendecida por Paulo VI).

A la muerte de éste, en agosto de 1978, Valentina Alazraki hizo una crónica minuciosa, en el canal 2, de ‘su santidad’.

Por ella supimos que usaba unos calzones largos de seda —que supusimos, con el tiempo, que tenían restos de semen santo— y unas chanclas egipcias —creadas por Gucci—, y que antes de dormir tomaba té de berenjena con sal de uvas Picot —¿a qué sabrá esa chingadera?

Y fue la misma Valentina Alazraki —que cada día se parece más a su hermano Carlos Alazraki— quien nos reveló los misterios del doble ritual de la fumata nera (humo negro) y de la fumata bianca (humo blanco).

La primera fumata —que sale de una chimenea del Vaticano que nos recuerda a Austerlitz— es señal de que lo que va a venir —el nombre del nuevo Papa— todavía no ha llegado.

La segunda fumata, en consecuencia, es la gran señal de que el santo padre —con todo y calzones de seda— está por salir a la Plaza de San Pedro para recordarnos que Cristo vive.

(En sueños, de vez en vez, escucho la voz de Valentina Alazraki dándole a Jacobo Zabludovsky toda clase de detalles sobre las costumbres más íntimas de los dos Papas: el que se fue y el que llega. Por ejemplo: de qué color era su escupidera, de qué material era su bacinica, qué enfermedades gastrointestinales le aquejaban, cuantas horas pasaba en la tina de oro, quién le secaba la espalda, etc.).

Por culpa de Valentina Alazraki, a Joaquín López Dóriga se le ocurrió que él también podría narrar, desde el Vaticano mismo, toda clase de secretos escatológicos de “su santidad”.

Y empezó a narrar, cónclave tras cónclave, lo que ocurría alrededor de la esperada fumata bianca.

Y lo hacía con una voz lenta, parsimoniosa: como en un susurro.

(¿Quién les habrá dicho que así se debe contar la historia de la sucesión vaticana?).

Todo esto lo vamos a ver en las próximas horas, en los próximos días, en las voces de los autodenominados expertos.

Habrá que tener paciencia para aguantar tanta cursilería.

Y no sería mala idea tomar un té de berenjena con sal de uvas Picot, como el que se metía el Papa Paulo VI, para hacer estómago ante lo que se viene.

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