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domingo, noviembre 24, 2024

Ella… Debanhi

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Hay imágenes que se nos clavan en la mente y no nos sueltan. Que provocan una mezcla de escalofríos y desconsuelo.  

Y las vemos una y otra y otra vez; y cada vez que las abrimos, nos congelan el aliento, y los ojos captan nuevas cosas: mensajes, signos indescifrables, dudas.  

Imágenes que dicen demasiado, pero que al mismo tiempo son completamente enigmáticas: que están llenas de preguntas sin respuestas. Algunos puntos de luz en la más unánime oscuridad. 

Y nos detenemos a pensar: ¿qué es lo que nos lacera al observarlas? En donde habita lo que nos conmueve: ¿será la posición de la figura, el pardo color del horizonte, las luces difuminadas a lo lejos, el viento que no se ve, pero se presiente?  

Y es inevitable oír en el ruido dentro de esas imágenes; o en el silencio pasmoso que es, al final, el ruido más grave que hay.  

Indagamos en nuestras entrañas, queremos meternos en el granito de la textura del paisaje para sentir con la punta del pie el fondo de ese pozo de detalles que se nos escapan a simple vista.  

La fotografía tiene siempre algo de siniestro; nos dice su verdad, una ajena. 

Nos da la versión de un evento en donde no hubo lugar para nosotros.  

Es un barco pirata lleno de susurros callados.  

Llevo cuatro días regresando a una imagen que me ha trastocado como pocas:  

Debanhi Escobar, completamente sola en la carretera. 

Todos los días desaparecen mujeres en nuestro país y en el mundo. Se dice ya con tanta naturalidad: desaparecen… como si desaparecer no fuera el más descabellado de los imposibles.  

Porque nadie desaparece por completo aun cuando en verdad desaparece, es decir, cuando se extingue.  

La historia detrás de esa fotografía es lo más sombrío que he visto en años; la posición de esa figura femenina es abrumadora por lo vívida, y de una brutalidad sensorial sin límites. Porque capta con una precisión casi macabra el momento que después abrirá un torrente de tristeza en conjunto.  

La fotografía revela el estado de las cosas: tan confusas.  

Es fantasmagórica, aterradora.  

Una traducción cruel y en tiempo real del espíritu de nuestro tiempo.  

La mirada larga y borrosa de una chica esperando algo. ¿Qué esperaba, a quién, dónde? 

Con su cubrebocas en plena soledad y al aire libre ¿para proteger su boca, su aliento, de quién, de cuál peligro? Un depredador que sin duda no llegaría por aire. 

Y su falda… el movimiento del vuelo de la falda ocre es tan desconcertante como el oscilar de una bandera gringa en la gravedad cero de la luna.  

Cuando uno cruza los brazos es porque generalmente se está a la espera de algo, pero también es una forma de sobrecogimiento, hasta de auto cuidado.  

Veo y reveo la foto no por morbo, más bien porque ésta condesa toda la zozobra del mundo.  

Es la imagen más cruda y a la vez prístina de la desolación. 

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