Vi un documental sobre los ácaros. Me entero que están entre nosotros desde hace 400 millones de años y que habitan, algunos, entre las cobijas, los edredones, las almohadas. Algo más: no tienen ano, pero comen. Comer sin tener ano dificulta la digestión. ¿Qué hacen entonces? Regurgitar. ¿Qué es eso? Expulsar, sin vomitar, un alimento no digerido. Eso dicen los diccionarios. Otra aberración: pueden meterse entre la piel y moverse como Juan Ácaro por su casa.
Decido comprar una aspiradora anti ácaros. Elijo una de buen ver. Es cómoda, pequeña, y hace poco ruido. La compro a 48 meses. Ya en la casa, la cargo ocho horas. A las cuatro de la mañana —hora en que termina la carga— preparo el arma letal y me dispongo a usarla. Destiendo la cama totalmente y me voy contra el colchón. Paso el equipo durante cinco minutos con gran paciencia. Veo polvo almacenado.
Voy al baño, abro el dispositivo, empujo fuerte para que salgan los ácaros. Ufff. Un montón de polvo cae al WC. No cualquier polvo. Es un polvo enamorado, sí, de sus orígenes. Un polvo cruzado con algo parecido a la estopa destazada. Un polvo mórbido.
Lo analizo varios minutos. Es un polvo gris. Me digo que tengo que comprar un microscopio electrónico para ver arrastrarse a los ácaros. Muero por eso. Mi vista mortal no puede hacerlo.
Regreso a la cama. Ahora me voy contra dos almohadas. La batalla dura también cinco minutos. Regreso al WC. Tiro el polvo. Es considerable nuevamente. Con el polvo de las dos acciones podría llenar un recipiente de un kilo de café. Voy por la tercera. Ahora me lanzo contra las sábanas. Más polvo. Polvo por todos lados. Polvo cargado de ácaros.
Duermo pensando que mi vida entera ha estado rodeada de ese polvo. Me empiezo a sentir el personaje de Jack Nicholson en Mejor, imposible. O en algo peor: en Howard Hughes, quien no salía de su recámara para no infectarse.
Sueño con ácaros toda lo que resta de la madrugada. Despierto. Cargo el equipo. Ocho horas después repito la operación en el colchón, las almohadas y las sábanas. Sigue saliendo polvo. Polvo enamorado.
No puedo creer que haya tanto polvo en lo que ha sido mi lecho más fiel de descanso y sueño. Empiezo a ver todo con reticencia. Temo estarme convirtiendo en Gregorio Samsa antes de volverse un asqueroso escarabajo.