Rigoberto Apac respiró profundo, cerró los ojos y se lanzó por primera vez desde La Quebrada: un acantilado de 45 metros de altura con un canal de siete metros de ancho y cuatro de profundidad.
Era octubre de 1934, hace noventa años, y Rigoberto se lanzó desde una altura de 28 metros.
La caída fue terrible y el clavadista murió en el intento.
Poco después, su hermano Alfonso sí cumplió el sueño de lanzarse.
El billete conmemorativo de la Lotería Nacional tiene como imagen principal La Quebrada.
Este jueves, en la terraza del Grand Fiesta Americana, develaron el mismo Olivia Salomón, directora de la Lotenal; el alcalde Pepe Chedraui, Sebastián Ramírez —subsecretario de Turismo—, Abelina López —alcaldesa de Acapulco—, y otros personajes más, entre quienes se encontraba don Gustavo Gatica, presidente de la Asociación de Clavadistas Profesionales de La Quebrada.
Por cierto: un clavadista viaja a una velocidad de 90 kilómetros por hora.
Y don Gustavo compartió un secreto: hay que tirarse cuando una ola se acerque a las faldas del acantilado.
Qué gran idea que el sorteo que rinde homenaje a los 90 años de La Quebrada se vaya a realizar —el 21 de marzo próximo— precisamente ahí, en el emblemático hotel Mirador, donde un día de los años sesenta la hermosa Brigitte Bardott comió ostiones, camarones y mojarras con su novio de entonces, y se bebió una botella de tequila acompañada de varias cervezas Bohemia.
Acapulco vio pasar desde entonces a muchas figuras míticas de Hollywood.
Entre otros: a Richard Burton y Elizabeth Taylor.
Teddy Stauffer, un suizo que tocaba swing, fue quien unificó a los clavadistas en una asociación y técnicamente inventó Acapulco con la pequeña ayuda del presidente Miguel Alemán Valdés.
A Stauffer se le denominó “Mister Acapulco”, apodo que muchos oportunistas se han querido agenciar a lo largo de los años.
No hay otro lugar como Acapulco en el mundo, pese a los huracanes que la han asediado.
En su discurso, doña Abelina hizo la traducción de la palabra náhuatl “Acapulco”: Lugar donde se destruyeron los carrizos.
Ufff.
Qué perturbadora analogía.
Un señor de bigote que baila chachachá. Cuando la madre de Borges, doña Leonor, cumplió 95 años de edad, el poeta y hombre de letras dijo que temía que se estuviese creando una nueva raza de inmortales.
Me pasa lo mismo con mi padre.
Hoy cumple 95 años y su vida parece no tener fin.
Posee algo que muchos perdieron en el camino: la ilusión de levantarse, prepararse un café, salir a hacer sus diligencias, reunirse con gente para charlar sobre la vida, ir con su notario y conversar sobre asuntos de todos los días, volver a casa, comer con Fanny, asomarse a la ventana y hacer algún comentario sobre la vida que pasa, hablar con alguien por teléfono, reírse a carcajadas, recordar una anécdota, suspirar, hacer planes para el día siguiente e irse a la cama como el adolescente que fue: ese adolescente que tocaba el saxofón, tenía novias, bailaba y soñaba con escribir una novela.
La gente muere cuando pierde las ilusiones.
No es el caso de este señor de bigote a la Clark Gable que todavía baila chachachá.
Feliz cumpleaños, padre mío.