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jueves, marzo 13, 2025

La panza de Maradona y el horror

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Diego Maradona aparece acostado con la panza al aire.

No es una panza normal.

Es una panza mórbida.

Una panza enorme llena de churrascos, cocaína, restos de empanadas, bifes de chorizo…

Una panza —dicen los expertos— metida en una clara descomposición debido a la retención de líquidos.

Pero Maradona no estaba solo cuando eso ocurría en su casa de Tigre, provincia de Buenos Aires, Argentina: a sus sesenta años de edad tenía médicos y enfermeras a su lado.

Es decir: profesionales de la salud.

Y hasta psiquiatras y psicólogos.

Y sus amigos cercanos.

O los que se decían cercanos.

Todos coludidos en algo que suena terriblemente a delincuencia organizada para matar a alguien: en este caso, Maradona.

A todo esto, por cierto, tenía un edema en el pulmón: una afección que se produce cuando hay un exceso de líquido en los pulmones, lo que dificulta la respiración.

En ese estado de descomposición tenían a quien corrió a veinte kilómetros por hora, y dribló a cinco jugadores, para meterle el gol del siglo al portero Shilton, de la selección inglesa, en el mundial celebrado en México en 1986.

La imagen de la panza acaba de ser exhibida en el juicio que se lleva a cabo en Argentina para distribuir… justicia.

Y todo mundo se horrorizó al verla.

Es el tema del día en los comederos.

Nadie habla de otra cosa.

Pero cuando en la charla aparecen el campamento y crematorio clandestino hallado en Teuchitlán, Jalisco, pocos se dan por enterados.

Y si lo están, muy pocos se horrorizan.

Indira Navarro, fundadora del colectivo Guerreros Buscadores, y el espléndido fotoperiodista poblano Ulises Ruiz Basurto narraron en Aristegui Noticias el horror al que se enfrentaron al descubrir lo que la prensa nacional ha calificado de “macabro hallazgo”.

(El adjetivo “macabro” cada vez es más cotidiano y reiterativo en nuestro vocabulario).

El testimonio de Navarro quita la respiración.

En una parte de la charla con Carmen Aristegui, Navarro relata que una joven, quien pidió permanecer en el anonimato, “describió cómo los secuestradores obligaban a los reclutados a pelear por comida, (y que) los sometían a trabajos forzados y les aplicaban castigos brutales.

“Había unos jóvenes que se ponían a llorar en la noche y los aventaban, los ponían sin ropa, donde estaban estos aros, estas llantas (…) los puercos te arrancaban en pedazos, los puercos te comían poco a poco”.

En el rancho —dijo— “se encontraron prendas de personas, que supuestamente fueron sometidas a un entrenamiento militarizado, y evidencia de prácticas violentas, como hornos donde se incineraban cuerpos.

“(…) Lo que nos contaron es que les obligaban a hacer hoyos en la tierra, ponían planchas de piedra y ladrillo, y luego lanzaban cuerpos seccionados”.

Un último dato: los testimonios recabados por Guerreros Buscadores apuntan a que en el rancho también se hacían experimentos médicos y ventas de órganos.

Y como en el caso de Maradona, había unos médicos que iban y hacían experimentos.

O algo parecido.

El mundo es un lugar malvado.

Cierto.

Ya lo sabíamos.

Pero también es un lugar cargado de indiferencia.

La panza de Maradona nos horroriza más que el horror hallado en Teuchitlán, Jalisco.

¿En qué clase de sociedad nos estamos convirtiendo?

Somos lo que nos horroriza.

Somos lo que nos vuelve indiferentes.

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