Cuando Andrés Manuel López Obrador era presidente de México, las primeras filas siempre estuvieron atentos a su paso.
Nunca, jamás, se voltearon para tomarse fotos.
Al contrario: lo esperaban para fotografiarse con él.
El desaire de Adán Augusto López Hernández, Andy López Beltrán, Ricardo Monreal, Luisa María Alcalde, Alejandro Esquer y Manuel Velasco fue muy desafortunado, y le pone piel a la guerra intestina —muy suave hasta ahora— que mantienen en contra de Palacio Nacional.
Sus justificaciones, en el sentido de que no se dieron cuenta de que venía la presidenta Sheinbaum hacia su zona en el zócalo de la ciudad, son francamente ingenuas.
El sonido delirante que genera el paso del poder se oye hasta tres cuadras.
Ese fervor no es silencioso.
Por eso es ridículo lo dicho por el senador Noroña de que los agarraron “papaloteando”.
Los hombres de poder conocen los protocolos mejor que el menú del restaurante del Ritz de París.
(El que tiene dos estrellas Michelin).
Saben desde siempre que a un presidente/presidenta no se le da la espalda nunca.
Su actitud, digna de compadres de pueblo, refleja desdén, en el mejor de los casos, o soberbia, en el peor.
Y es que mandaron un mensaje brutal del que la presidenta tomó nota inmediatamente.
Por eso no los saludó cuando ellos percibieron su presencia.
Y tampoco se despidió de ellos.
Fue muy elocuente el tránsito de la doctora Sheinbaum para evitarlos una vez que concluyó su discurso.
Ahora fue ella la que los midió y los evadió, como lo narré en mi anterior columna.
La mañana de este lunes, la presidenta no le dio importancia al incidente, y dijo que los compadres estaban distraídos.
Claro que no lo estaban, aunque tampoco se pusieron de acuerdo para invisibilizarla.
La soberbia que andan cargando fue la que evitó que escucharan el rumor brutal que suele acompañar a los hombres y mujeres de poder.
Pero de eso ya tomaron nota en Palacio Nacional.
