El licenciado Fojaco no es necesariamente un tipo culto o preparado. Digamos que es tabla media, bueno, mejor dicho, menos de tabla media. Obtuvo su licenciatura en Derecho en una universidad patito. En su pueblo natal es famoso porque cada 15 días acude a los tugurios y arma tremendas pachangas.
Ahí, lo que sacaba del despacho lo gastaba con la Jenny, la Camila, la Francesca, la Nicole, Lulú Rey (la reina de la noche) y, de vez en cuando, esperaba a que un muchacho que, tendría unos 20 años y limpiaba los mingitorios de aquellos lugares de recreación, lo acompañara a los individuales para darse un buen vaporazo. Decía que el joven le hacía un masaje “muy profundo” que le ayudaba con sus problemas de ciática.
Nada grave, solo que alguna vez tuvo que inyectarse él y su esposa un antibiótico muy fuerte, pero fuera de eso todo era una vida normal.
Su apuesta siempre fue mezclar el Derecho, con la vida partidista y todo porque su sueño siempre fue jugar de diputado, local o federal; y solo fue una vez fue local, pero suplente y duró cuatro meses en el cargo. Con lo que sacó de levantadedos le alcanzó para ir con su masajista y poner un portal de noticias que le sirve para sacar algo con unos alcaldes y lo del despacho de abogados.
Cada viernes, en su oficina, comenzaban a servirse los brandis con cola, ¿por qué no? El Magno era cuando había desfalcado a un pez gordo del pueblo, pero había Don Pedro y presidente para los otros festejos.
Un aparato de sonido reproducía “puras canciones bonitas de nuestros tiempos. Empezaban con Los hermanos Carrión: “Siempre soñé que tú vendrías a mi”; luego, para conquistar a sus secretarias, ponían unas de rock and roll y las sacaban a bailar.
—No sea usté así licenciado, ¿qué van a decir?
—No van a decir nada, déjese llevar por este que viene a persignar el piso con un solo pie —respondía en un tono hasta cierto punto querendón y de coqueteo, el mismo que usaba cuando era gestor en alguna dependencia pública con las secretarias para sacar un asunto lo antes posible. Usaba sus mismos trajes que en la década de los 90, cruzados, ya se le veían viejos, camisas amarillas y corbatas con figuras de Sepeedy González.
Ahí, siempre, con él, estaban los licenciados Manubrio, Malagón, Menchaca y Plutarco.
Recientemente, uno de tantos viernes y con botellas de Magno, mientras la tarde avanzaba, la oficina de los licenciados se convertía en un karaoke y con un efecto de delay en el micrófono se escuchó:
“Para toda la gente bonita que nos acompaña”, advirtió Menchaca, “va para todos ustedes esta canción que me llega muy adentro y dice así: ‘Hoy la vi, fue casualidad / Yo estaba en el bar, me miró al pasar/ Yo le sonreí y le quise hablar/ Me pidió que no, que otra vez será/ Que otra vez será, que otra vez será/ Tierno amanecer, sé que nunca más…’”.
El licenciado Fojaco en eso vio su celular de reojo y notó un mensaje: “han aprobado tu candidatura por el Partido”.
—¿Cómo olvidar tu peeeeeelo? ¿Cómo olvidar tu aroma? —la voz desafinada de Menchaca inundó la oficina.
Fojaco tomó el celular y releyó: “han aprobado tu candidatura por el Partido”.
—Fuiste mía un verano, solamente un verano. Yo no olvido la playa ni aquel viejo cafeeeeie. Ni aquel pájaro herido que entibiaste en tus maaanos, — A Menchaca le escurrieron las lágrimas y los mocos en el micrófono mientras imitaba a Leonardo Fabio.
—¿Y ora’ este?, ¿qué mosca le picó? —preguntó Manubrio.
—Es la que baila en el privado con La Jenny. Si hasta le propuso matrimonio —respondió Malagón, —le agarró duro ese amor.
Fojaco no pudo creer ese momento, mientras la voz espantosa de Menchaca se desgañitó.
“¡Señores!”, gritó Fojaco, “¡lo conseguimos!, pero nos vamos por el Partido Verde, no por el guinda”.
Sonaron los aplausos.
“Habemus democracia, pero verde”
Sonaron más aplausos.
—Entonces, ¿ya?, —preguntó Manubrio
—¡Ya chingamos! Tú Menchaca te vas a ir al Registro Público de la Propiedad. Tú Manubrio a una notaría. Tú Plutarco… ah caray tú, este… parques y jardines. Vámonos a ver a nuestras amigas. Yo invito, de paso voy a darme una vuelta a los mingitorios a que me acomoden la espalda, eh estado muy tenso, ¿saben?
—Que otra vez será, que otra vez será, Tierno amaneceeer. Sé que nunca más… aaaaaaaaas —terminaba Menchaca todo emocionado.