Si usted es de los que se ha tronado los dedos, se jala el cabello cada que llega su estado de cuenta bancario por sus adeudos, no tiene para los pañales de sus hijos o para las colegiaturas, y esta cuesta de enero (ya estamos por culminar marzo) ha sido más larga que la cuarentena por la Covid, no se preocupe; la solución es simple.
Sólo debe hacer dos cosas: no saber leer en voz alta y una vez a la semana diga toda clase de disparates; ataque a los medios de comunicación y sonría, que el salario paga el ridículo y la depresión (sale hasta para comprar su dotación de fluoxetina).
Eso sí, todos los miércoles, por favor, levántese muy tempranito. Madrugar una vez a la semana, le hará bien. “Al que madruga, su amado líder lo ayuda”.
¿Ventajas? Saldrá a nivel nacional y su nombre estará en las primeras planas de los diarios nacionales.
¿Desventajas? Se burlarán de usted, pero qué tanto es tantito. Todos hemos hecho alguna vez el ridículo. Saldrá para pagar sus botes de leche NAN y hasta para pagar el taxi que lo llevará seguro al estrenado AIFA.
Cuando tenga que leer un texto en voz alta, léalo mal. Diga frases como: “No es falso, pero se exagera” y cuando la defiendan en público dirán algo así como “efectivamente no sabe leer, entiéndalo, se cayó del pesebre muy chiquito, pero no dice mentiras”.
Porque una cosa es no saber comunicarse, aunque sea comunicólogo y trabajar en una dirección nacional, pero mentir, eso es pecado.
Vamos que por no saber leer no hace llorar al niñito Dios, pero qué tal ser mentiroso, el niñito Dios no parará de sufrir por andar engañando a tanta gente.
Uno puede ser analfabeta y cobrar 83 mil pesos, pero jamás mentiroso.
Eso de engañar es muy feo.
Además, ni se preocupe. Lo que le pagan es producto del esfuerzo de los demás, que los impuestos sean quienes eroguen su dinero para que usted sea un analfabeta feliz. Así que no es su dinero.
Ayer, el periodista Roberto Rock relató en su columna cómo es que nuestra paisana, Elizabeth “Liz” Vilchis llegó a su puesto:
“Esta historia inició a principios de la década del 2000, con la estrecha amistad entre el actual vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, y René Sánchez Galindo (esposo de la graciosa funcionaria encargada de las redes de la presidencia), al coincidir en el entorno de José Agustín Ortiz Pinchetti —actual fiscal federal para asuntos electorales—, cuando éste se desempeñó como secretario de Gobierno durante la primera mitad (2000-2003) de la jefatura de Gobierno capitalina de López Obrador.
“Quienes lo conocieron en esa época los recuerdan como militantes en causas de las izquierdas. Sánchez Galindo en particular, combatía al maíz transgénico. Ambos promovían la necesidad de una revolución. En el futuro sabremos si la 4T cobrará tal rango, pero al menos ya le hizo justicia al señor Sánchez Galindo y a su esposa, conocida como Liz Vilchis en Puebla, donde dejó múltiples historias tras de sí”.
No es el primer periodista que ha tratado de comprender cómo es que una mujer que presume de tener licenciatura ha llegado a ser contratada para decir una sarta de barrabasadas los miércoles por la mañana y que las críticas le hagan como el viento a Juárez.
El director de este diario, Mario Alberto Mejía, ha tratado de desenmascarar el misterio, por ejemplo.
Y es que si vivimos en un país donde la desigualdad es el pan nuestro de cada día, la inseguridad y, por supuesto, la corrupción, no podríamos entender cómo es que una señora iletrada gane tan bien y solo tenga que ser honesta.
Acaso hay un examen psicológico para entrar a trabajar al área de Comunicación Social de la Presidencia en el que se determina quién miente y quién no.
¿Qué preguntas harán?
—¿Se quedó usted con el vuelto de sus papás cuando lo mandaban por las tortillas?
—¿Copió en el examen?
—¿Alguna vez se rascó la entrepierna y saludó a una persona sin lavarse las manos?
—¿Nunca le robó la propina a algún mesero, una vez que se levantaron de la mesa?
Suponemos que ante esas preguntas tan duras le han de poner unos electrodos que miden sus latidos del corazón frente a un polígrafo. Posteriormente le inyectarán pentotal sódico (el suero de la verdad) y si reconoce que no le robó a sus compañeritos en la escuela sus dulces, entonces, estará listo, lista, liste para ganarse sus 83 mil pesos mensuales.
Nada más no mienta.
Es un pecado muy grande que se castiga con el desempleo.
Faltaba más.