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sábado, abril 27, 2024

José Agustín, final en la laguna

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“Morirse, mis estimados, no es nada del
otro mundo; ya se
sabe qué, en realidad, nos morimos
a cada rato: nos petateamos al dormir,
cuando se desconecta toda la patada y nadie sabe ni
qué pedo; también piramos de la vida cuando nos venimos, pues ya se sabe que algunos tremendones venidones,
de plano lo borran a uno del mapache (…) En realidad,
muchos dicen que somos muertos circulantes porque no
hemos nacido a la nueva vida, la neta, la efectiva, la auténtica buena onda”. Agustín, J. (2018). El hotel de los corazones solitarios (P.134, La muerte chiquita) GRIJALBO.
Ayer, José Agustín por fin decidió irse a calacas, con la
inmutable, pero jacarandosa huesuda, como él mismo
la llamó al referirse a la muerte de Jerry García, líder y
guitarrista del grupo Grateful Dead (qué paradoja).
Allá, en ese espacio que existe, pero que desconocemos ahí está rezumbando con John Entwistle, bajista de
The Who o seguramente se está dando un pasón de mota
(mortadela, morita) o viajando con un montón de hongos
con Keith Moon.
El buen Agus bebe de una botella de güisqui mientras
John Bonham toca el solo de Moby Dick o discute con
su cuachirol el Rockdrigo González, El profeta del nopal,
mientras este último con su guitarra en mano y una armónica canta: “¡oh, yo no sé!, por qué no me las das”.
Ahí, con Gustavo Sainz (Sainz Fiction), recuerda sus gazapos con Menelao, Vulbo, a Gisela y cómo es que de esa
época aún conserva algunas fotografías.
Ha muerto José Agustín.
El gran José Agustín.
Y es una sensación de pérdida, de saber que ya no lo vamos
a volver a topar y que todo serán homenajes y homenajes y
más homenajes, pero su misión en este mundo redondo, a
veces plano, a veces turbio, a veces de carmesí, ha concluido.
Se ha ido quien nos enseñó a dar nuestros primeros pasos en la literatura (como lectores) y que, por su culpa,
buscamos siempre armar el soundtrack de sus novelas,
conseguir muchas de las canciones y los discos de los que
hablaba, por ejemplo, repetir como Virgilio en Se está haciendo tarde, la canción de Los Rolling Stones Jumping
Jack Flash “its a gas, gas, gas”.
Por cierto, ayer descubrí que en Spotify hay ya un soundtrack de Se está haciendo tarde que hizo un argentino, se
puso a buscar cada una de las canciones y hasta hizo un
mapa de Caleta a Pie de la cuesta para ubicar la laguna de
Coyuca y hasta dibujó un Charger 1971 en el mapa.

Se ha ido a quien retrató a la contracultura mexicana y
se atrevió a la puntada de decir que Cuauhtémoc es nuestro primer rey punk mexicano. Nadie como José Agustín
para hablarnos sobre las drogas en los años 60, nadie
como él para describir un viaje ácido o muchos y qué es
eso de ponerse hasta la madre (bien stoned).
Un Salinger acapulqueño, un beatnik de la colonia del
Valle que se enamoró de Angélica María y que cuentan
que ella perdió la cabeza por este escritor, guionista de
cine, director, dramaturgo, padre, hermano, abuelo y vecino de Morelos. Ella que fue la causante que se divociara
de Margarita, la madre de sus dos hijos, pero que no toleró
que vivieran juntos. Ella después terminó con Raúl Vale y
ahora es una estrella más del canal de Las estrellas.
José Agustín quien cayó preso en Lecumberri porque lo
acusaron de traficar con drogas cuando en realidad solo
las consumía. Ahí, en pleno Palacio Negro, con pura finísima persona como vecino escribió parte de una novela,
una parte, en la bolsa de papel de estraza donde le llevó
su mujer unas tortas para que comiera, como relata en su
autobiografía El rock de la cárcel.
Eso sí, el buen José Agus, siempre estuvo a favor de mariguanizar a la legaliguana y a las demás drogas, porque
supo que detrás de todo ese rock and roll, lo mejor era dejar de acusar a los que las consumen y buscar salidas para
que no lo hagan, pero sin satanizarlos.
Se ha ido José Agustín y con él la mal llamada literatura
de la onda, como la bautizó Margó Glantz, porque tanto
él como Sainz y René Avilés negaron que fueran de una
onda, como los quiso catalogar, el único que no le desagradó ese patín (José Agustín, dixit) fue el Rey Criollo,
Parménides García Saldaña.
Se ha ido y seguro estará con Elvis, Lennon, Harrison,
García, en tremendo pachangón en algún lugar donde lea
el tarot, discuta con Carl Gustav Jung sobre los arquetipos
y sobre el I Ching. En donde recuerde cuando conoció a
Marla y los telépatas del Tíbet.
Se ha ido el beatnik mexicano, el hermano menor de Keroac y Jim Morrison, como lo calificaron.
Aquí se quedan sus letras y sus viajes. Su panza del Tepozteco y sobre todo aquella gran novela De Perfil, que fue
la que nos agarró a muchos a sombrerazos para que nos
despertara de ese letargo en el que vivíamos.
Hasta siempre, José Agustín, un disco de The Move (antes que Jeff Lyne se pusiera fresa) ya te espera en el más
allá que es lo mismo que el más pa’ca.

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