Llega corriendo el licenciado Malagón a la oficina del licenciado Fojaco.
El licenciado Malagón, como todos ustedes bien saben, tiene obesidad tipo tres (pesa 50 kilos más de lo recomendado por los médicos). Es bajito, alcanza 1.63 metros de altura. Usa un traje gris Oxford, camisa blanca y corbata roja con la figura de Speedy González.
Con respiración forzada, agitado y mucho sudor en la frente, Malagón se sostiene en el quicio de la puerta del búnker de los abogados, mientras Fojaco bebe un brandy don Pedro con Big Cola en un vaso jaibolero ya todo sudado.
Fojaco se voltea a la entrada del despacho al escuchar que lo llaman por su nombre.
—¡Licenciado Fojaco!, ¡licenciado Fojaco!— dice Malagón mientras lo ataca la tos y se trata de recuperar.
—¿Qué chingaos’ quieres, Malagón?
—Ejjjj… Ejjj…Ejjj
—¡Que te va a dar un infarto por tragón!—le recrimina Fojaco.
—Ejjj… Ejjj… Ejjj.
—¡Ya carajo!, ¿qué pasa?
—Ejjj… la…ejjj… diputación…ejjjj
—Sí ya sé, no me pude registrar como diputado ya no hay espacios, ya ni a mi compadre el mueblero de confianza le dieron la presidencia municipal. Por cierto, ahí la llevas con él Malagón, ahí la llevas.
Malagón se dobla del esfuerzo, cierra los ojos y mientras se apoya con el antebrazo en la puerta con la otra mano le hace una seña de negación a su interlocutor.
“Ejjj… necesitamos… ejjj… que… se… haga…ejjj”
—No me pidas que me haga la jarocha, ya ves cómo le fue al que lo sugirió de broma en la contienda interna.
—Ejjj, que se registre… ejjj… como… ejjj… indígena, ejjj, licenciado.
—¡Ah chingá!, ¿yo?, ¿indígena?
—Ejjj… sí, licenciado, ejjjj…es…ejjj… la forma en la que pasará su… ejjj… candidatura.
—¿Indígena yo?, pero si yo soy del barrio del Alto y mi papá era de la Doctores de la Ciudad de México y mi mamá… mi mamá…
—¿A poco tuvo mamá?, licenciado—Malagón pregunta ya sin sofocarse, al tiempo que se desparrama en un sillón.
—¡Cállate! Y no hablemos de eso. A ver, explícame, ¿cómo está eso de ser indígena? ¿De dónde vas a sacar que soy indígena? Está bien mi bronceado a la Palazuelos, pero a mí nadie me va a creer que vengo de alguna etnia o algo por el estilo.
—Es obvio que nadie lo va a creer, pero si podemos meterlo, licenciado. Conozco quien hace unos certificados chulos, chulos de bonitos que firmaría un comisariado ejidal de por allá en la Sierra Norte.
—¿Y le damos un dinero al comisariado?
—A él no, porque ni lo conoce ni sabe que vamos a usar su nombre. Es un ejido llamado El Granero y está por Cuetzalan. No más de 60 personas viven ahí. Ponemos que dio unas clases de tejido, macramé, repujado, ahí en la comunidad; que habla usted el náhuatl, otomí y hasta el arameo costeño y que ha hecho obra comunitaria con toda la población. Él lo firma y ya estuvo. ¿A poco cree que los del INE van a ir a buscar al comisariado? Está muy retirado y a quien hay que tallarle la manita (darle dinero) es a quien nos haga el documento con hoja membretada.
—¿Y como cuánto nos va a salir el chistecito, Malagón?
—Pues con unas 300 milpas (300 mil pesos).
—Ah caray, ¿pues en qué papel va a ser el certificado?
—Ya me vas a salir como mi compadre, el licenciado Camarillo, que vende las candidaturas en dos y medio kilos. Por cierto, él también es indígena, según me dicen. Qué guardadito se lo tenía el cabrón de mi compadre.
—Pues, ¿de dónde cree que lo vamos a sacar el papelito?
—Ah, ¿cómo? ¿o sea no sólo vende candidaturas sino también certificados?
—Tssss— Malagón hace un ruido con la boca como si se estuviera friendo una milanesa.
—Ah, con razón a la licenciada también me la hicieron indígena. Ni cuando llegó al Senado, eh. Ah qué mi compadre, no le pierde, no le pierde. Pero oiga Malagón, 300 mil pesos, ¿no es mucho?
—Y si usted gana, ¿cuánto se va a robar?
—¿Qué pasó, Malagón? De qué me habla.
—Por eso licenciado, ¿le va a entrar o no le va a entrar?
—Ya me estoy animando. Bueno, mañana pasas a mi casa y te doy el dinero, pero dile a mi compadre Camarillo que se inspire, que diga, no sé… algo creíble además de las clases de tejido que asesoro al comisariado, que le hago encuestas, que les manejo su imagen pública. Así como le hace la licenciada.
—Tsss…
Fojaco ríe y da un gran sorbo a su bebida.