Fue en el año 2008 que supe por primera vez que Arturo Rueda vendía información y silencio a cambio de cantidades millonarias. Justo esa fue la razón por la que renuncié a la subdirección editorial de Cambio en junio de ese año y me fui de lleno a trabajar en la Revista 360 Grados Instrucciones para vivir en Puebla, la cual ya va a cumplir 15 años el próximo mes de noviembre.
Pero vamos primero con el contexto, antes del escandaloso caso de corrupción:
El 4 de julio del 2007, un grupo de 32 campesinos viajaban en un camión en la Sierra Negra, en aquel municipio el cual es el más pobre del país, según las cifras oficiales. Un alud de tierra cayó sobre ellos. La noticia, por obvias razones, conmocionó a todos.
Pasaron meses y aún no se deslindaban responsabilidades. Un amigo que trabajaba entonces en la SCT que dirigía el marinista Rómulo Arredondo Contreras, me buscó indignado y me citó en su despacho de abogado para darme una pila de documentos sobre la construcción de la carretera. Eran estudios de mecánica de suelos, dictámenes, y en todos se decía que no se debería construir ni un puente ni la vialidad porque la tierra no aguantaría y se preveía una catástrofe.
Es decir, el gobierno de Mario Marín fue negligente porque ya sabía que no se debía edificar una vialidad. Por lo tanto, para la administración estatal no fue una sorpresa la muerte de 32 campesinos. La obra se la encargaron al empresario Edgar Nava. En ese tiempo llevábamos publicando una serie de reportajes sobre su cercanía con Marín y con Javier García Ramírez, a la sazón el secretario de Obra Pública en ese gobierno.
Regresemos al 2008, Mario Alberto Mejía había renunciado a la dirección de Cambio, Rueda se quedó en su lugar, yo asumí la subdirección y en la jefatura de información se quedó Héctor Hugo Cruz.
Era un jueves por la tarde cuando llegué a la redacción del diario con mi pila de documentos. Se la mostré a Rueda y le señalé los puntos claves, los dictámenes y estudios, quien autorizó la obra que, en ese caso, fue Rómulo y cómo la asignó a tres constructores, entre ellos Edgar Nava y otro de apellido Taylor.
Rueda abrió los ojos al ver la información. Periodísticamente era oro molido porque hubo negligencia, sabía el gobierno que habría accidentes y no le importó. Contrató la obra y había responsables.
Rueda me dijo que llevaría el caso al presidente Enrique Doger para ver qué estrategia se debería llevar a cabo. El viernes por la mañana se reunieron en la presidencia municipal, Doger y Alberto Ventosa. Le pidieron a Rueda que esa información se filtrara a medios nacionales.
Rueda llegó al periódico y me pidió que hiciera un resumen informativo, seleccionara los mejores documentos para escanear y que se lo llevaría a El Universal de México y a Reforma. Así ocurrió, me tuve que arremangar la camisa y a hacer el reportaje en fast track. La promesa es que los tres medios lo llevaríamos el lunes. Aunque la información era mía, acepté porque en ese entonces los demás medios cuando se trataba de Cambio y algo en contra de Mario Marín callaban, denostaban y miraban a otro lado.
El tema no era menor: la muerte de 32 personas que se pudo evitar y no se hizo.
Rueda buscó a Salvador García Soto y visitó las oficinas de Reforma. El domingo ya había pulido mi reportaje y ya había preparado entrevistas sobre el hecho. Rueda llegó a la oficina y me pidió que aguantara un día más, que saldría el martes.
Quedé un poco desconcertado, pero creí en él. Me dio tiempo de pulir más la información y seleccionar mejores documentos de la pila de información que había recibido. Recuerden que me pidieron hacer un resumen claro y conciso en un día basado en muchísima documentación.
El lunes por la mañana en la portada de El Universal apareció el reportaje. Cambio no llevó nada y Reforma tampoco. Salvador García Soto lo comentó en su columna y todo ese trabajo que hice había servido para nada. Como muchas veces ocurre en este negocio otros se llevan las palmas.
Ese día estaba molesto, incómodo, me habían engañado. Me sentí usado. Fui a las oficinas de la Revista 360 Grados por la mañana y frente al que era mi socio saqué todo mi coraje. Recuerdo que fuimos a comer y me iba a dar un aventón a las oficinas del Diario Cambio que estaban sobre la 16 de septiembre allá en Huexotitla. Justo cuando estábamos estacionados afuera de las oficinas del rotativo, una persona cercana a Enrique Doger, me marcó por Nextel (aún estaban de moda y se escuchaba como un radio): “Hermano, te vendieron por un millón de pesos”.
—¿Qué?
—Tu reportaje de Eloxochitlán lo acaban de vender a Edgar Nava por un millón de pesos. Se los acaban de dar.
Justo cuando cuelgo el Nextel, aparece Arturo Rueda en un Audi TT último modelo. Todavía, unos días antes estaba manejando un Gol color blanco, muy descuidado. Entro a la oficina, molesto y escucho que Rueda llama a los reporteros y a cada uno le da diez mil pesos “de comisiones”. Entiendo por qué de pronto llega en un carro de lujo y reparte dinero.
No aguanté más, me levanté, caminé hacia la redacción y le grité:
—¡32 personas muertas valen un millón de pesos! ¡Eres un hijo de la chingada, puto Rueda!
—¿De qué… de qué hablas?
—No te hagas pendejo, me acabo de enterar que vendiste mi información a un constructor a cambio de un millón de pesos.
Yo he de confesar que estaba fuera de mis casillas. Quien me conoció en otra época sabe bien que tuve una época impulsiva que me ha llevado tiempo en terapia manejarla; debo admitirlo.
Rueda estaba pálido ante los gritos y los trabajadores de Cambio llegaron a ver el espectáculo que se estaba dando en la dirección. Agustín Tovar, administrador de la empresa, fue quien tranquilizó los ánimos.
No era la primera vez que esto ocurría, una vez encabecé una huelga de trabajadores (apoyada por el dueño Ventosa) contra Arturo Rueda porque había corrido injustificadamente a Selene Ríos porque escribió en un blog que apoyaba a los estudiantes del periódico La Catarina, de la UDLA. Los estudiantes eran perseguidos por la rectoría de aquel entonces.
Regresemos al incidente con Rueda, ese día agarré mis cosas y me fui. No aparecí al siguiente día y Agustín Tovar me buscó para que comiéramos los tres. La reunión se dio en el restaurante El Silver y pactamos la paz. Rueda negó haber vendido el reportaje, pero tiempo después me enteré que fue en la casa de Jorge Aguilar Chedraui en la que estuvieron presentes Mario Alberto Mejía y Edgar Nava llegó con una bolsa muy grande de Palacio de Hierro.
Hoy me vengo enterando que no fue un millón sino dos y, a partir de ahí, Nava dejó de ser el responsable de la muerte de 32 personas y en Cambio se le adjudicó la responsabilidad a un señor de Cholula apellidado Taylor. No hubo manera de cambiar la historia. Rueda cumplió con administrar la reputación de un constructor.
También me vengo enterando apenas que Rueda presuntamente extorsionó aquella vez a Nava y hubo una segunda ocasión. Por supuesto, mi relación con el constructor se enfrió pues yo lo veía como un censor y no como una víctima. Aunque, quiero aclarar, que nada justifica la muerte de 32 personas, pero como seguramente no se abrirá ese viejo expediente, pues estamos en México.
A manera de colofón
Yo tenía unos meses con la revista y pensé que era momento de salirme del diario. Ya era insostenible. Beto Ventosa me apoyaba, había buena relación con Doger. En esos días, nos citaron a Tovar, Rueda, Héctor Hugo y a mi a una de las casas de Doger que está ubicada por el Mirador.
Entramos a un pequeño salón, no estaba el alcalde, sólo Mier y el entonces tesorero del ayuntamiento, más otros operadores, y ahí nos dio un discurso Ignacio Mier. Nos dijo abiertamente que el proyecto era Enrique Doger, que no nos equivoquemos, querían ver a Doger en la candidatura a la gubernatura y el instrumento para lograrlo era Cambio.
Mi relación con Rueda era mala y un grupo de reporteros y diseñadores me apoyaban, sobre todo después del escándalo que armé por Selene Ríos y por el reportaje de marras. Tovar me pidió que armara una idea para un periódico. La armé junto con Alejandro Rodríguez, originalmente se llamaría Plural. En un cumpleaños mío, fuimos reporteros, fotógrafos y administrativos a desayunar a la Casa de los Muñecos y ahí se planteó la historia.
Solo Alejandro Rodríguez y yo llevamos la propuesta a Doger y a Alberto Ventosa. Les pareció bien. Jorge Ruiz nos debía un dinero por una edición especial que hicimos contra Mario Marín en el que participamos varios reporteros y diseñadores. Al estilo de Jorge Ruiz, nunca nos pagó e incumplió. Entendí que nada más nos estaban usando.
Decidí entonces escribir una columna (en ese entonces se llamaba Freaks) en la que hablaba bien de Enrique Agüera Ibáñez. A Héctor Hugo le dije: “esta será la primera vez que me van a censurar no por hablar mal sino por hablar bien”. Y así ocurrió, Nacho Mier llegó a las oficinas de Cambio y llamó a la redacción. Yo no estuve. Nacho Mier habló mal de mi y dijo que no se podía hablar mal de los enemigos de Doger y Agüera era su enemigo.
El lunes de la siguiente semana presenté mi renuncia. Por cierto, Cambio ya tenía un portal propio que yo armaba con Demian Tuss, mientras que Mario Alberto Mejía y Rueda sacaban el de la quintacolumna. Tras mi salida, el portal lo asumió Rueda y se quedó con el de la quintacolumna. Se unificaron sus embutes.