Somos una mina de datos. Es más, cada vez que subimos una publicación en Facebook producimos contenido de manera gratuita para esta empresa de información y aportamos nuestro trabajo para el metaverso.
Todas y todos somos felices compartiendo nuestras publicaciones en Facebook, nuestras fotos en Instagram, mandándonos mensajes por whatsapp, dejando nuestros datos por todos lados.
Cada vez que buscamos algo en internet nuestras búsquedas quedan guardadas, nuestros recorridos quedan expuestos, Google y el dispositivo móvil nos geolocaliza produciendo un enorme mapa global de nuestros movimientos.
Si ya hay hipócritas lectores, con un guiño a Baudelaire, siempre quejumbroso de la modernidad, ahora deberíamos también referirnos a los hipócritas internautas, ya sea, los nativos digitales o los adaptados analógicos, en la selva de la información.
No soy exagerada.
Cada vez que salimos a correr, que vamos de viaje, o que salimos de compras, dejamos datos que las industrias de la información transforman en dinero. Es la plusvalía de los datos.
Es el equivalente al extractivismo de los megaproyectos de muerte.
Soñamos con ser más fancy y obtener muchos likes en nuestras publicaciones de Instagram cuando en realidad somos la mercancía de una enorme industria predictiva.
El mundo físico desaparece, o eso quieren hacernos creer, se licúa en los datos que explotan las grandes compañías para obtener ganancias.
Como escribe Shosana Zuboff en su libro Capitalismo de Vigilancia, “el cuerpo no es más que una coordenada en el tiempo y el espacio donde sensación y acción son transmitidas como datos”.
Queríamos ser hipócritas lectores y llegamos a ser hipócritas internautas conectados las 24 horas a la red de redes.
Terraplanistas, conspiranoicos y fundamentalistas digitales
Si de hipócritas internautas hablamos, tendríamos que empezar por aquéllos crédulos y espantados que le otorgan el cien por ciento de veracidad a lo que encuentran en internet. Existen entre los internautas, una clasificación tan extensa como la de la flora y fauna.
Empecemos por los hipocondriacos, estos especímenes nunca van al médico, se auto recetan y se crean en su mentecita enfermedades mortales gracias al autodiagnóstico.
Una categoría importantísima y que abunda en internet con sus diversas subcategorías es la XXX “nopor” y anexas, son los menos hipócritas internautas que terminan confundiendo la fantasía digital con la realidad y son potenciales clientes del mercado hedonista.
Los terraplanistas y conspiranoicos, mejor conocidos como lo “leí en internet”, dispersan creencias falsas. “La tierra es plana”. “El mundo se acaba mañana”. “Hay zombies en África por la vacuna contra el Covid 19”.
Abundan en la red y escapan del mundo real, propagan las teorías conspiracionistas del siglo XXI. Estos terraplanistas de la web confunden las creencias con la verdad. Son el caldo de cultivo de las estrategias de pánico en redes sociales, de las virulentas descalificaciones políticas en las campañas electorales. Hace más de cuarenta años, Umberto Eco, los habría llamado apocalípticos.
Los memeros son una clase de internautas bastante creativos, con sus propios diseños. Se burlan de todos, son la mano de obra gratuita del entretenimiento masivo de la web, expresan la frustración clasista de manera cotidiana. Algunos de ellos con sus caritas de nerds, sus tenis blancos y su pantalón de mezclilla muy al estilo de Kevin Bacon en “Footloose” de 1984, preparan el siguiente meme.
Los evangelizadores digitales son religiosos y devotos de los milagros que comparten en un post, recitan los dogmas de la iglesia que ya hasta Pío XII modernizó, o de algún culto de moda. Forman parte de esa comunicación multidireccional que busca irse derechito al cielo. Promueven ideas antiaborto, luchan contra la “ideología de género”. Son una suerte especial de paranoicos que la mayoría de las veces estiman que hay una conjura atea internacional y comunista. Amenazan con mandarte derechito al infierno si no compartes sus publicaciones, te mandan y regresan del inframundo dependiendo de su estado anímico.
El fundamentalista político es otro grupo muy nutrido que comparte y comparte posts en las redes y en los grupos de chats. Son propagandistas de sus causas y no aceptan ni el roce del pétalo de una pequeñísima crítica u observación. Algunos de ellos se formaron en los grupos religiosos y trasladan su creencia en una verdad política absoluta a los demás. Los fundamentalistas políticos no respetan ninguna geometría. Secretamente creen en el tribunal del santo oficio y en los index que prohibían las publicaciones impías. Los hay de izquierda, de ultraizquierda, de media izquierda, de centro, de derecha, de derecha liberal y de ultraderecha. Viven lo mismo en Nueva York, en Boston en los Ángeles, que en las ciudades más pobladas de México y de América Latina. Viven en París y en algún país gobernado por los talibanes.
Cuando van a los mítines políticos se toman la selfie aunque estén a trescientos metros de distancia del templete, toman fotos de sus pulgares cuando van a votar y retuitean cualquier post ideológico hasta transformarlo en propaganda.
Los otakus de todas las edades existen para todos los gustos, desde la deprimente generación de Candy Candy esperando a su Albert con sus ojos muy abiertos y su cabellera que promueve algún shampoo, desde las aventuras nostálgicas de Remi, hasta los lectores de mangas tan exitosos como Naruto, sin olvidar a los fieles de “El Castillo Vagabundo”.
Los healthy y fitness comparten videos de dietas, mensajes positivos, diseminan la buena vibra, dan consejos sobre cómo vivir mejor, cómo estar en homeostasis, cómo vivir más saludable y de vez en cuando se ejercitan con rutinas de zumba para inundar sus redes. Esta categoría es otra rama de los hipocondriacos o más bien son hipocondriacos transformados. Todo lo que ven de salud se vuelve su verdad, proclaman la belleza de sus cuerpos y le apuestan a la tecnología criogénica para lograr la eternidad.
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Navegar por la web es encontrarse en una selva salvaje, donde abunda de todo, es nuestra arca de Noé digital, pero no importa lo que compartan, lo fancy que sean, el celular que ocupen para las selfies o los likes que obtengan sus publicaciones, en el fondo, todos y todas son mano de obra gratuita para alimentar el capitalismo de vigilancia de las redes sociales porque nos hemos vuelto la mercancía de las redes sociales.