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sábado, noviembre 23, 2024

Secuelas de Otis Redding

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Se levanta cuando aún no sale el sol.
Toma un sorbo del café frío de la noche anterior y mira el reloj.
El tiempo corre a zancadas de atleta jamaicano, piensa mientras acaba de despertar.
No sabe lo que le inquieta, pero siente en la sangre la fuerza de diez caballos galopando hacia la nada.

Pronto rompe el silencio y pone a sonar al viejo Otis Redding.
Escucha la letra de la canción  y voltea al pasillo donde cuelgan sus vestidos.
¿Hoy toca el negro o el azul?
Otis dice que las mujeres jóvenes se aburren pronto de los vestidos viejos.
Dice que contra ese aburrimiento, lo mejor es darles un poco de ternura.
Pero ella no es una “young girl” que se aburre o se anticipa.
Es más bien un alma vieja encerrada en el cuerpo de una mujer.
Una mujer que no se aburre nunca porque baila, porque se gusta a sí misma. Porque tiene algo que inventar.
Toma la primera foto de la mañana por inercia.
El cielo está brumoso. Es un lienzo plomizo y turbulento del que brotan monstruosas moles de hierro. Trenes y acantilados. Y cámaras, muchas cámaras. Eso que los hombres llaman ciudad.
El dorado.
El vestido dorado de red será.
El dorado nunca aburre.
El dorado es él y puede ser otros tantos más.
Piensa en el vestido, aunque también piensa en su amor.
Para ella él es sólo él y es todos los demás.
Oh, mi admirado e inocente Otis Redding…
Te moriste cuando aún no sabías nada de mujeres
Ni de vestidos.

Hubieras tomado el tren en vez del avión.

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