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jueves, noviembre 21, 2024

A la muerte le gustas tú

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Durante toda la vida, siempre, uno está muy cerca, pero muy muy cerca, de la muerte.

La muerte es la primera y la última voz.

La canción que nos acompaña en todas las rumbas.

Desde que nacemos, algo es seguro: todo el tiempo corremos el riesgo de morir. Desde que salimos del vientre materno.

Podemos morir sin apenas haber visto el mundo exterior. Y aún así, hemos vivido, aunque sea un instante.

Nacemos y nos dicen que debemos de disfrutar la vida, pero nos advierten: debes cuidarte. En eso consta la diversión. Eso es vivir: vivir es sortear la muerte todo el tiempo.

Paradójico: debemos aprender a caminar para evitar caernos y rompernos la cabeza. El chiste de caminar es ser grácil al hacerlo. Unos hasta aprenden a correr y a bailar, y aún así, pueden tropezar con su propia zancada o pirueta.

Debemos conocer el mal y el peligro para poder evitarlo, pero evitar ese mal y ese peligro es vivir angustiados. Angustiados porque, por lo general, ese mal y ese peligro, son más atractivos que el bien y la seguridad.

Un día sabemos qué es lo que nos gusta y resulta que lo que nos gusta es arriesgado. Arriesgado es, por ejemplo, hasta comer. Hay quien muere de gula, hay quien muere de enfermedades que desencadena el amor a la comida.

Total que uno siempre está luchando por no morir. Por vivir medianamente feliz, pero siempre limitado. Límites que nos enseñan a trazar si no queremos perecer.

Dicen que en México nos burlamos de la muerte, pero eso es mentira.

Al ser un país súper católico, todo el tiempo estamos temiendo a la muerte. Tememos caer en pozos y chocar, pero andamos cerca del pozo y nos gusta embriagarnos y manejar… y así es más fácil chocar y morir.

Podemos morir en aras del placer, que es precisamente para lo que venimos al mundo (o al menos eso nos dicen).

Total, que uno no vive nunca, sobrevive.

Hasta el hombre o la mujer más “zen” sobrevive porque debe, tiene que cuidarse de no morir.

No amamos la muerte. Amamos la vida, pero le tememos. Es el único activo que no pierde su valor.

La vida es tan apreciada como el dinero y tan temible como él, porque uno abusa cuando la tiene.

La muerte es lo único que nos iguala. Nos uniforma de huesos y gusanos.

Aunque uno se vaya al hoyo en pedacitos o vestido de gala, la muerte es una para todos: es la descomposición final de una vida que se crea para desafiarla.

El terciopelo rosa en la tortilla, el grumo en la leche cortada. Materia ya inservible.

Después de ella, sólo quedan rumores, fotos, recuerdos.

La muerte sólo respeta inteligencias y algunos dones, pero en la posteridad.  Muere el genio y el virtuoso por igual.

La muerte no es flaca, no es huesuda. La muerte es un gordo mórbido y hambriento que nos ha de tragar a todos tarde o temprano.

La muerte es una señora golosa en insaciable. Una reina que te espera sensual en su gabinete. Una amante caprichosa, voluble y nada selectiva.

A la muerte le gustas tú.

A la muerte le gusto yo.

La muerte es ese agujero negro que habita solitario en el espacio y que todo succiona.

Todos vamos a ser llevados a su centro misterioso, y nadie será eyectado de sus entrañas.

A la muerte le gusta acumular. Es un viejo usurero.

A la muerte le gustamos todos.

La vida es una dama intolerante: más educada, más insensible.

La muerte no discrimina.

Es un lugar seguro. Un brazo invisible que nos recibe sin juicios.

Los malos, lo buenos, los probos, los imbéciles, todos somos bien recibidos.

¡Qué dulce suena la muerte! Tan igualitaria, tan justa, tan poco política.

La muerte es una lección alta diplomacia.

Es un palacio de puertas anchas.

Esperemos que haya buena comida y buen vino en sus escalinatas doradas.

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