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jueves, noviembre 21, 2024

Una sola canasta

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En la historia de todos los pueblos, la vida de los electores, cuando los ha habido, ha transcurrido entre el temor y la esperanza. Temor al que manda y esperanza de que, entre todos, el vicio personal del abuso, propio de todo humano, se conduzca hacia una virtud colectiva. 

En las decisiones colectivas, objetivo de la política, el tránsito del interés individual al bienestar colectivo nunca ha sido ni fácil ni rápido ni eficiente. 

La sentencia bíblica, aquella que nos recuerda que, en el arca abierta, hasta la más justo peca, sigue consignando en la conciencia universal, miles de evidencias. 

Por eso, un pueblo inteligente no debe permitir la concentración del poder de todos, en una sola persona, porque es siempre en perjuicio de todos. Así nos lo recuerda Montesquieu, todos los días y nos recomienda, establecer límites, para no desperdiciar la confianza, supremo valor de nuestro voto y asegurar contrapesos, para impedir todo exceso, abuso, y mentiras de quien dirija un gobierno. 

No hay, también es cierto, persona cuya inteligencia pueda integrar todos los valores y condiciones, para pensar y decidir por todos, renunciando o sacrificando sus propios intereses personales. Eso también está demostrado en todos los años de experiencia humana. 

El único poder soberano, lo somos todos y sobre esa autoridad se funda, en la vida de un pueblo, lo moral, lo ético, lo justo, lo equitativo, lo libre y lo igualitario. 

Hay que recordar esto cuando nos disponemos a votar.   

En toda elección, debemos darle sentido, responsabilidad y eficiencia a nuestro voto y asegurar, después, que podamos intervenir en las decisiones políticas y que nuestra intervención sea escuchada, atendida y resuelta. 

Nada se debe dejar a la buena fe. Los electores y los gobernantes somos humanos y nos conducimos como tales. 

La sabiduría popular europea, recomienda, desde hace cientos de años, no poner todos los huevos en una sola canasta. 

Ni todo el amor ni todo el dinero, decimos en México. 

En los dos sentidos debemos tener presente esta sapiencia, cuando vayamos a votar el primer domingo de junio del año próximo, en las tres opciones que tendremos: 

El presidente quiere que su transformación continué y multiplique sus capacidades y para ello, necesita que todas las boletas sean votadas a favor de Morena-PT-VERDE. 

La alianza opositora, PRI-PAN-PRD quiere que el presidente pierda para regresar a gobernar y cambiar el rumbo. 

Movimiento Ciudadano, el partido fiel de la balanza, quiere quitarle votos a la oposición para poder tener más puestos en la representación popular. 

El panorama está claro, Morena, único ejercito organizado, emocionado y aceitado, ganará la Presidencia de la República, mientras que la alianza opositora necesita crear el suyo.  El tiempo no va en su favor. 

La lucha en estas elecciones estará en construir la pluralidad en las cámaras de diputados y senadores y, por supuesto, en las presidencias municipales. 

La oposición también es indispensable en una democracia.  Aporta pluralidad de ideas, diversifica opciones de gobierno, pero, sobre todo, impide la concentración excesiva del poder en una sola persona. 

Corrige también, errores que pudieran ser definitivos en la marcha de un pueblo. Ninguna democracia es útil si se deja sucumbir ante la utopía, la seducción o el embeleso, propios de los liderazgos mesiánicos o estilos de gobierno de larga duración.  Ahí están los 70 años de hegemonía política que ahora fustigamos tanto. 

Al votar, debemos reconocer que el valor del ser humano estará siempre en el riesgo del acierto o del error, siempre, preso del interés y del lucro y que nuestro voto le da oportunidad de ser, de hacer. Pero para que no nos fallen, siempre debemos disponer los límites y capacidades que le impidan caer en la tentación de abusar de la confianza que les depositemos. 

El voto da todo y limita todo, si no los ponemos todos en la misma canasta. 

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