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jueves, noviembre 21, 2024

Soy yo

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Todos los líderes políticos han aspirado a la autocracia. Los caminos y las estrategias son diferentes, pero convergen tarde o temprano en el mismo objetivo. 

El Estado soy yo, dijo un emperador francés y su dicho ha definido la versión contemporánea del poder concentrado en una sola persona. Legal o ilegalmente, es discutible, legítimo o ilegítimo, no lo es. Siempre será no legítimo. 

Esos problemas de moral pública y de ética no son relevantes en un gobernante que cree que para gobernar bien debe ser todopoderoso y única fuente de decisión para toda su comunidad. 

En los últimos años nuevas formas de autocracia han surgido. Casi todas provienen de un consenso, inicialmente construido como escape a los errores, vicios y abusos de gobiernos anteriores. Pero no todo el gobierno es lucha contra el cochino pasado. 

En la definición del futuro, en el detalle de la prospectiva social, paulatinamente, la intervención de los ciudadanos se va escaseando. El desinterés proveniente de la impotencia y la incapacidad de intervención o el coraje emergente de la desilusión aleja al pueblo de su gobierno y alarga la distancia del gobierno con el pueblo.  

El lenguaje, la percepción de la realidad y la diferencia de ópticas para observarla, tarde o temprano, avivan la dificultad de esa vieja ecuación que prescribe la ciencia, cuando nos sugiere que la política es una contradicción biunívoca que se expresa en acatamiento o coerción. 

A menor acatamiento del pueblo, mayor coerción del gobierno y viceversa. 

La contradicción sustancia la polarización que es el mejor caldo de cultivo para afianzar el poder autocrático, porque hace creer que para resolverla se necesita mayor concentración del poder en el gobernante en turno, y que corresponde al pueblo acatar para facilitar los objetivos de acabar con lo malo, prioridad en toda la acción del gobierno que, al mismo tiempo, pospone la innovación en el poder de la democracia, porque exige mayor y mejor intervención de los ciudadanos. 

Pienso en Venezuela, Nicaragua y Cuba, vecinos cercanos de una percepción especial de comprender cómo se toman las decisiones de interés público que condicionan las del interés de los particulares. 

El poder, legal o ilegal, concentrado en sus gobernantes, la forma de justificar sus actos de gobierno y la exigencia de que la gente lo perciba como lo mejor disponible unen a estos gobiernos con el modelo de autocracia que ninguna ciencia inteligente puede sugerir, como viable y socialmente eficiente. 

Lo sorprendente es que inicialmente están apoyados por un amplio consenso de votantes. Por eso, este modelo se estudia y se advierte con un enorme riesgo de imitación por otras naciones lo adopten. 

Populismo, le dicen, porque es su principal herramienta, y lo apoyan con una polarización sostenida para, al final, justificar su verdad, la posverdad de una mutación perversa, que a su vez es otro modelo de corrupción; la fase superior de la corrupción que buscan eliminar y que fue la base de su ascenso al poder. 

Cosas de la política que uno para estar tranquilo no debe entender… sólo acatar… 

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