Nada es verdad, nada es mentira, todo es del color del cristal con que se mira.
La sabiduría popular no se equivoca.
Ver, oír, probar, palpar, oler son facultades naturales del ser humano. En cada uno se utilizan de diferentes maneras. Por eso se comprenden diferentes, según la circunstancia de cada uno, según los conocimientos adquiridos, según las emociones y acordes al interés que los motivan.
Así se construyen las percepciones, que no necesariamente son de valor universal; es decir, no significan lo mismo, son diferentes y motivan decisiones también diferentes.
Ayudar a interpretar esas percepciones constituye el trabajo profesional de los psicólogos.
Aprender a utilizarlas es el de los educadores.
Interpretarlas y utilizarlas para tomar decisiones colectivas es el de los políticos.
Pero como cada uno percibe una misma realidad de manera distinta, las ideas, los procesos y procedimientos para utilizarlos difieren frente a una misma realidad.
O sea, cada quien tiene sus “propios datos”.
Y por eso es difícil ponerse de acuerdo. Ahí está lo interesante y la riqueza del uso de las percepciones.
Por ello, no debemos buscar unidad en la interpretación y menos en la decisión.
A ninguno debe espantar esa diversidad, esa pluralidad.
A ninguno debe urgir que en los acuerdos colectivos, que es el fin de la política, el resultado lógico no sea el de las percepciones unitarias ni las decisiones únicas ni fatales, y que la contrastación y la discusión sean, eso sí, resultado natural y social de la manera que cada uno, cada grupo social, tiene sobre la realidad en que vive.
Debemos recordar esto en el proceso electoral que, sin permiso de la ley, y en base a urgencias que nadie ha aclarado se inició hace meses, y que nos llevará, a las elecciones del primer domingo de junio del propio año.
Diecinueve aspirantes a candidatos a Presidente de la República son una pequeña muestra de esa diferencia de interpretar y utilizar las percepciones, individuales y colectivas, de la sociedad nacional.
Seis aspirantes en Morena y sus pequeños aliados, 13 en el PAN y sus casi extintos aliados, y uno más, en Movimiento Ciudadano, nos conducirán a una nueva etapa en la política nacional y nos pondrán en debate, confrontación y hasta enojo para entender lo que proponen, para modificar la realidad actual.
Ninguno tiene la verdad absoluta. Ninguno tiene la receta indicada. Ninguno tiene la intención de arreglar lo arreglable en nuestra sociedad. Todos quieren ganar la Presidencia de la República, por una causa, que no puede ser la causa de todos.
Para los que votan, es decir, para los quienes decidirán quién gane, escucharlos podría ser una necesidad natural. Pero hay millones de electores en este país que ni los verán, ni los escucharán, menos los seguirán ni aceptarán.
Esto sí es una razón preocupante para toda la comunidad electoral. Esto sí es una responsabilidad de los candidatos y sus partidos políticos, porque no es sano que quien gane lo obtenga de una votación en la que serán más lo que no votaron.
Y todo porque los aspirantes a Presidente y sus partidos no consultan a los que pueden votar. Sus encuestas sólo las utilizan para poder llegar a ser candidatos y sólo les preocupa interpretar las percepciones del momento y utilizarlas para ganar, no para resolver sus problemas, porque en la soberbia de todos los aspirantes, cada uno cree que conoce lo que los votantes piensan, sienten y necesitan.
Se afirma que quien pregunta no se equivoca. En la práctica política y, en especial, en la electoral, no hay al día de hoy un ejercicio real, honesto, para conocer lo que quieren los electores. Y es que la vida orgánica de los partidos y de los políticos ni es permanente, ni es eficiente. Sólo se hace algo en el periodo electoral.
Por eso, en las elecciones, los partidos y sus candidatos sólo se preocupan por maquillar la realidad del candidato para venderlo, según las percepciones electorales del momento. No se preocupan, no les interesa, preguntar al elector de manera permanente, no quieren tener un diálogo permanente, un debate, así sea violento y desesperante, como es la realidad en la que viven la mayoría de los electores; no les interesa preguntarles lo que quieren. Les da miedo porque no tienen las soluciones.
La sabiduría, la experiencia que nos dirán, tiene un candidato, nunca será verdad útil para remediar los males sociales. No conocen la realidad de la comunidad electoral. Los actos masivos, sólo emocionan; los diálogos entre ciudadanos no representan mayorías reales, los datos que utilizan no provienen de la consulta con los electores. Por eso no serán suficientes ni oportunas sus propuestas y compromisos.
No hay vida orgánica en los partidos ni hay en ellos grupos de diálogos sistemáticos y permanentes con los electores. Por eso no saben lo que sienten, lo que quieren ni lo que exigen y, menos ahora, que muchos partidos se debaten entre la vida y la muerte política.
Finalmente, en el mercado electoral, no se negocian verdades, se negocian percepciones, construidas a propósito, acorde al momento y a las posibilidades para ganar un puesto de elección popular.
No es necesario porque nada es verdad, nada es mentira.