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jueves, noviembre 21, 2024

Oficio de tinieblas

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Esta es la última semana de jornadas laborales especiales en muchas de las actividades y nos sugiere disponer, a algunos, donde vacacionar, a otros, conformarse sin salir de casa y, algunos más, prepararse para una semana de intenso trabajo. Pero la próxima semana, la vivamos como podamos, será una semana especialmente diseñada para pensar. 

Esa es la intención de la Semana Santa. Así lo haremos, la mayoría de las mexicanas y los mexicanos acompañados, claro está, por el virus de Covid, nuevo ciudadano del mundo que ya lleva varias generaciones de una prole, que nos sigue perturbando, atacando y haciéndonos entender nuevos significados para el concepto de convivencia. 

Será la tercera Semana Santa de esa nueva realidad a la que, desde ahora, ya se compromete con una “nueva oleada” de riesgos e incertidumbres. Quisiera pensar que sólo es producto de la comunicación de los agoreros del desastre que siempre disfrutan echando a perder los posibles buenos momentos, pero no está fácil. El bicho ahí está con un nuevo bisnieto y nos sugiere no viajar ni asistir a donde haya mucha gente. 

Como sea, esta Semana Santa nos mantendrá a muchos en vigilia y encerrados, preocupados, en un prolongado hattá, como lo señalan las sagradas escrituras que nos recuerda que aún “no damos en el blanco” y nos convoca en torno a la misericordia y la solidaridad para lograrlo. 

Esta prolongada y angustiosa vigilia de más de dos años nos hace revivir el “oficio de tinieblas”, ritos de rezos y reflexiones que los católicos celebraban desde el miércoles hasta el viernes santo para tratar de entender la oscuridad de la muerte y la esperanza de la nueva luz, la resurrección. 

Encendían el tenebrario, un candelabro de 15 velas, 7 a cada lado, que representaban a las 11 apóstoles y las tres santas mujeres de la pasión de Jesús y los iban apagando; menos uno, el del centro que permanecería encendido representaba a Jesús. 

El oficio de tinieblas tomó rumbo en los vericuetos de una vida menos propicia para pensar en colectivo y fue alejando el tenebrario, pero no la meditación y el sacrificio que nos priva de al menos, en esos días, una vida normal. 

La Semana Santa conserva esa invitación a pensar en la vida y la muerte, y nos ofrece siempre la posibilidad de que la vida triunfe. Es un símbolo que, nos toca a cada uno, hacerlo útil en su vida representado en el rito de la luz, el fuego y el agua del sábado de gloria. 

Así, la única vela del antiguo tenebrario que en la antigüedad no se apagaba era Jesús, luz del mundo, que ahora, en un cirio pascual, en la noche del sábado para amanecer domingo, se encendía para recordarnos que Jesús resucitó y con ello ofrecernos la promesa de la vida eterna. 

Y lo que pensemos en estos días servirá para darnos nuevas esperanzas y energías que ahora después de esta larga, larguísima vigilia de Covid, nos hacen falta en grado extremo. 

Y así estamos… ya sea apagando cada día una luz de nuestro tenebrario que, en sus pocas velas, nos recuerda que nunca estaremos todos o encendiendo el cirio pascual que confirma, que pase lo que pasé, habrá siempre una luz de renacer y continuar. 

Una Semana Santa diferente a todas las anteriores, pero con mejor contenido y significado que las dos últimas. Todas, sin embargo, nos previenen para aguardar tiempos mejores. 

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