Vivimos en una era donde la tecnología avanza más rápido que nuestra capacidad de comprenderla, regularla y, sobre todo, humanizarla, ha dicho Marcelo García Almaguer, Rector de la Academia de Política Digital, en un mensaje a la generación 2025 de Maestros en Gobernanza Digital.
Sus palabras son significativas, por su claridad científica y su profundidad moral: Gobernar la tecnología con dignidad humana.
Marcelo, experto formado en Harvard y otras universidades sobresalientes en el mundo académico internacional, ha lanzado una advertencia que no debemos ignorar: no estamos gobernando la tecnología; la estamos obedeciendo.
Mientras plataformas basadas en inteligencia artificial, algoritmos de recomendación y modelos predictivos se multiplican con velocidad vertiginosa, la ética ha quedado rezagada, y los marcos jurídicos parecen ruinas de un mundo analógico. Lo alarmante, señala
Marcelo, no es solo la velocidad de estos cambios, sino la inercia con la que gobiernos, universidades y sociedades los enfrentan. Actuamos cuando ya es tarde, cuando el daño ya es irreversible.
El doctor lo dice con una contundencia necesaria: “No tenemos reglas de adopción. Reaccionamos cuando los daños ya son visibles. La ética ha sido reemplazada.”
Y mientras eso ocurre, la tecnología decide por nosotros. Nos dice qué comprar, a quién amar, qué ver, e incluso por quién votar. La autonomía humana —ese principio que sostuvo las democracias modernas— está siendo delegada a sistemas que no razonan, solo optimizan.
Pero el discurso de García Almaguer va más allá de la crítica. Lo que propone es una visión lúcida: la gobernanza digital no es una gestión técnica, es un acto de defensa ética. Se necesita una revolución cultural que no se limite a regular después del desastre, sino que codiseñe el futuro con principios claros: dignidad humana, justicia, sostenibilidad y equidad.
Esto implica un rediseño urgente de nuestras universidades, nuestras leyes, nuestros discursos públicos. La educación no puede seguir formando ciudadanos del siglo XXI con libros y lógicas del siglo XX. La inteligencia artificial no debe ser una prótesis que debilite nuestro juicio, sino una extensión que potencie nuestra capacidad crítica. Lo contrario —como ya sucede— nos empuja a un mundo sin deliberación, sin contraste, sin debate. Un mundo donde, como advirtió Marcelo: “el ser humano ha perdido la capacidad de contar historias frente al algoritmo.”
La solución no es frenar la innovación. La solución es preguntarnos para qué y para quién la desarrollamos. ¿A qué intereses sirve esta tecnología?; ¿Con qué propósito la construimos?; ¿Y bajo qué condiciones permitimos que opere?
Necesitamos educación cívica digital, pensamiento crítico, deliberación ética desde el diseño, no como adorno, sino como requisito estructural. Porque no se trata solo de lo que la inteligencia digital puede hacer, sino de lo que nosotros como humanidad estamos dispuestos a permitir en su nombre.
Este discurso, excelente reflexión de una moral que no podemos convertir en data, no es solo un llamado de Marcelo García Almaguer a los expertos. Es un llamado a todos. Porque el algoritmo no duerme, no vota, no ama, pero decide.
Y si no despertamos como sociedad, pronto lo hará por nosotros.