Da miedo, en verdad, quedarse fuera de la transformación digital porque, prácticamente todo lo que la humanidad hace todos los días y sueña con hacer, lo hace utilizando las herramientas digitales.
Entre el riesgo de no entenderla ni poderla ejercer, cada uno se enfrenta a la necesidad real de innovarse o morir.
La inteligencia pasa, ineludiblemente, por el aprendizaje de las nuevas tecnologías de la información y por la también inevitable necesidad de convertirla en conocimiento, para poder enfrentar a la sociedad remasterizada y a sus nuevos mercados.
Solo existes si estás en las redes, dice un nuevo apotegma; por lo tanto, la conclusión conduce a estar. Para estar hay que entender la necesidad de estar y, por lo mismo, aprender a utilizar lo que la misma época te da.
Ya hemos sido reclasificados, ahora somos homo digitalis, humanos capaces de integrar a su biología cognitiva, la tecnología y reintegrar su propio pensamiento. A ese grado llega la transformación digital en que vivimos los humanos, estemos conscientes o no; nos guste o no, nos convenga o no. Vivimos ya en un metaverso, esa realidad virtual, que ya nos ha atrapado a todos.
La tecnología digital está en todo. Las apps nos retan a una nueva inteligencia individual, consecuencia de la nueva inteligencia global, colectiva, en la que ya estamos.
Es indispensable, me cuesta entenderlo, integrarse a esa radical transformación de las posibilidades de vivir para los humanos, porque incluye sometimiento, amenaza con esterilizar las capacidades del pensamiento, aísla y automatiza y porque la nueva realidad exige una nueva conciencia.
Steve Jobs tiene razón. Creó una nueva conciencia que exige a cada uno de los humanos, rediseñarse desde el interior para poder integrarse a sus realidades virtuales, a sus consecuencias y a sus nuevas capacidades de recrearse, como tecnología y recrear a la especie humana.
Por ello, uno no debe despreciar ni tenerle miedo a la tecnología digital.
El reto ya no es solo no estar en las redes. El reto es aceptar que debemos caminar juntos: inteligencia real, tecnología digital y realidades virtuales y que esta integración sea el talento humano.
A ese esfuerzo, relacionado con el conocimiento de las nuevas tecnologías digitales, a sus capacidades de entender su razón de ser y su deber ser, se le denomina ahora talento. Es una nueva corriente del pensamiento que no deja ningún aspecto humano fuera y, por lo tanto, se impone única.
La reconceptualización mantiene, por cierto, en su esencia, los valores originales del talento humano, esa capacidad de aprender para utilizar y recrear lo que necesita para vivir. Solo que la redirecciona a un nuevo universo, más allá de lo tangible, a ese metaverso del que comenzamos a debatir, aun con mucha incertidumbre.
Pero, además, la exige anclada a un solo tipo de instrumental, que por momentos ya se antoja universal en sus contenidos, valores y posibilidades. Pero que aún no lo es. Sin embargo, diría el clásico, lo será.
Es cierto que uno no debe dejar de aprender nunca.
Es cierto que uno debe adaptarse a la evolución de la sociedad y sus instrumentos de aprendizaje y competencias para la vida.
También es cierto que es más importante esa adaptación, más urgente y ahora una necesidad vital, por la rapidez y la severidad de sus impactos y consecuencias en la vida normal.
Podemos invertir más tiempo y energías en debatir si lo es o no. Ese ya no es el problema a resolver, como humanidad y como humanos. El problema es aprender a integrarnos a esa nueva circunstancia en condiciones ventajosas para cada uno.
El problema es abrazar la tecnología digital como lo que es: una posibilidad de vida que está haciendo desaparecer a las otras posibilidades que ya conocíamos y nos sugiere verlas como un referente histórico de una humanidad que ya se fue. Una humanidad que se transformó para algo que no tiene retorno.
El problema para el humano del siglo 21, es entender ese reto. El aprendizaje no será tan difícil, es muy accesible, por cierto, el problema para el humano de hoy, es entender que ya convive con esta nueva realidad, que le exige nuevos aprendizajes continuos y permanentes. En eso estriban, las nuevas capacidades y el nuevo concepto del talento humano.