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sábado, noviembre 23, 2024

Los maestros

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Alejados por la realidad real que les impone condiciones infranqueables, los maestros guardan distancia de un apostolado que sólo se les reconoce el 15 de mayo y ahora hasta sin la flor o el pañuelo o las galletas, que antes recibían de sus alumnos para festejar ese día, el añorado “Día del Maestro”. 

Eso no les extraña, porque los maestros –me consta– no viven para la gratitud ni para el halago.  

Formados para liderar la insatisfacción y la rebeldía de los humanos; conscientes de la incapacidad que la pobreza, la ignorancia o la sumisión construyen, contra viento y marea, su magisterio, un magisterio diferente, para cada circunstancia social. Son especialistas en eso porque de las mismas condiciones vienen y viven. 

La reivindicación es, siempre, su actitud, compromiso y fortaleza. En cada alumno encuentran una oportunidad de demostrar lealtad a sus intereses y solidaridad con sus esfuerzos. 

La realidad es que en el mejor contexto para aprender es enseñando, y enseñar el significado exacto de la libertad, la justicia y la igualdad en una sociedad en la cual las prisas por conseguir el trabajo y el ingreso son condiciones indispensables para poder pensar cómo resolver la comida, conseguir para las medicinas, pagar la renta o los créditos así sean de pagos chiquitos y no hay tiempo para pensar, planear y diseñar caminos; es una realidad que nos aprisiona y hace que las buenas voluntades y acciones escaseen. 

Frente al espejo de la desigualdad, el maestro nos encamina y acompaña para poder devolver al sueño de cada uno, y darnos la posibilidad de realización. Todo cambiará y será para bien, si estudias y aprendes a resolver las necesidades de los demás y te conviertes en alguien útil. Sólo así te sentirás bien contigo mismo. Esta es la invitación permanente de todos los maestros. 

Esas sugerencias –estoy seguro– siempre las recordaremos como una muestra de afecto y respeto por la calidad humana, hecha de barro, decía mi maestra Margarita, y por lo mismo moldeable si nos lo proponemos. 

Su trabajo diario nos recuerda también que las leyes de la vida exitosa son pocas, pero insustituibles y que de su aprendizaje y práctica dependerá la conducta básica de un triunfador que solo requiere, aprendizajes significativos, y mucha fe y esperanza para utilizarlos diariamente. 

No prometen, los maestros nos acompañan para comprender nuestra circunstancia y encontrar en ella, razones para luchar sin descanso.   

Esta enseñanza básica ha transformado muchas condiciones de vida, es cierto; pero lo mejor es que ha dado a cada ser humano que acompañan la capacidad de construir las herramientas del pensamiento que les permiten modificar toda verdad expresada en un contexto social a todas luces injusto. 

En cada alumno, los maestros y las maestras siembran inconformidad, pero también nos ayudan a entenderla como condición insustituible para eliminar los castigos e indolencias de una vida social que nos condena también a la venganza. 

Y, en ese ir y venir cotidiano, los maestros se ganan la confianza de sus aprendices, organizan la mejor asociación de intereses con los padres de familia, por cierto cada día menos colaboradores, y construyen su propio sueño, en el cual también se reproduce la realidad real a la que combaten.  Y así se les va la vida. 

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