Una campaña política es una batalla de imágenes. Las imágenes son una construcción artificial de los posibles contenidos de un partido o de sus candidatos, válidos para un proceso electoral.
Lo artificial es ya, desde hace muchísimos años, un elemento básico en la circunstancia electoral. Ninguno lo extraña y algunos lo consideran normal. Pero muchos, no lo saben, no son capaces de diferenciarlo de la realidad en la que viven.
Disfrazar la verdad, es también, parte común de la realidad políticamente confrontable, en el debate público. Los medios de comunicación contribuyen a implementar y empoderar esas posiciones, que, políticamente importantes, no son una verdad ni completa, ni honesta. Pero las hacen verdad, efímera, caduca, que establece la agenda cotidiana en la opinión pública.
Al debate público y a la opinión resultante, producida por los medios y sus influencias, asisten y comparten, los lectores, concediendo confianza y autoridad. No saben, que la mayoría de temas en información, análisis y opiniones, “autorizadas”, construyen una realidad fundada en la “verosimilitud”, las más honestas y en la falacia la mayoría que, se incluyen, para influir, en algún tema. La intención de influir, casi siempre traspasa una línea muy delgada, entre la realidad que hay y la que se pretende, se conozca, acepte o rechace.
Los medios de comunicación son, las arterias por donde corren versiones relativamente cercanas a alguna verdad, cuando no, francamente, falsas. Pero por provenir de los medios, los mismos medios y muchos consumidores de sus contenidos, las aceptan veraces.
Ningún redactor o productor en los medios, puede contradecir esta situación. Al contrario, les conviene, poner al servicio de algún interés su pluma y su autoridad pública.
En los medios, pocas veces encontramos una descripción neutral de lo que hay o lo que se ve. Menos lo que se interpreta. La honestidad está sujeta a la interpretación y nos recuerda una verdad popular: Nada es verdad, nada es mentira. Todo es del color del cristal con que se mira.
A estas realidades del debate público se agregan ahora, nuevos riesgos, provenientes de la vanguardia tecnológica digital que ya, desde hace tiempo, interviene e influye en el debate público.
El manejo e interpretación de enormes volúmenes de información, su rapidez y contextualización, ya facilitan la elaboración de materiales y sobre todo el manejo fácil de ingredientes numéricos, estadísticos o integrales sobre temas en particular. Sustentan con “autoridad”, productos para el conocimiento y la discusión pública.
La “inteligencia artificial”, ofrece ahora, nuevas oportunidades, pero también, nuevos riesgos en la construcción de la opinión pública. Están transformando radicalmente la forma en que consumimos información y abrevamos comunicación. Son una revolución tecnológica, que se va adueñando rápidamente de los servicios en los medios de comunicación.
Y es que, disfrazados de información, los medios, ahora, nos comparten comunicación. La diferencia entre los dos tipos de contenidos es básica, fácil y fácilmente perceptible. La comunicación nos envía mensajes, para obedecerlos. La información solo los ofrece para conocerlos.
En la comunicación política, la introducción de la Inteligencia Artificial es altamente peligrosa para la formación de una opinión. Primero, mantiene comunicados a todos, en tiempo real, es decir, en el momento en que suceden los eventos públicos. Segundo su velocidad de actualización, invaden de contenidos comunicacionales a los consumidores y los meten en un tipo especial de velocidad, que no le permite construir opinión al mismo ritmo y rapidez, forzándolo a entender “verdades” líquidas, que solo le dejan, interpretaciones líquidas y opiniones ligeras.
Sobre esas bases, el elector, forjará su interpretación de lo que cada coalición política o partidos y sus candidatos o candidatas les ofrecen. Pero, ahora, iremos a la suplantación de actores.
La Inteligencia Artificial puede reproducir imágenes, voz, circunstancias de quienes participan en política, especialmente en una elección. ¿Se imagina escuchar a un candidato o algún vocero partidista, sin saber, ni poder, diferenciar si son personajes construidos con inteligencia artificial? ¿Se imagina, seguir y obedecer los mensajes que transmiten?
Si de suyo, la política tiene mucho de falsedad, ahora con las inteligencias artificiales, corremos mayores riesgos de entender, aceptar y convencernos con mensajes que nos llevan a paraísos sociales y económicos ideales, con pensamientos y propuestas, que no corresponden a la realidad.
Pero, sobre todo, con pocas posibilidades de discernimiento. Avanzamos rápidamente a los formatos de manipulación segura. Las fake news son, ahora, cosas de niños.
Odio pensar en mayores y mejores controles en la operación de las tecnologías de la información y la comunicación, pero, urgen establecer moral y ética en su uso.