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jueves, noviembre 21, 2024

Fanáticos: el dolor de serlo

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Todo exceso es riesgoso, costoso, cansado y aburrido. El exceso puede, en algunos casos, ser diametralmente opuesto a la ociosidad, madre de todos los vicios. Los dos extremos se parecen, en su posibilidad y fatalidad. 

Es difícil entender, y menos aceptar, que los excesos siempre vendrán de algo que nos gusta hacer, o que nos hace sentir mejor, o nos proporcione mejores satisfacciones que otras acciones. Y ese maridaje es lo que hace a los excesos, aun más peligrosos y catastróficos. 

La emoción en la acción, también acompaña a los excesos, le da, a veces, intensidad y rumbo hacia la intolerancia y la imprudencia.  El fanatismo entonces se convierte en energía y pretexto para defender e impulsar, eso que provoca el exceso de creer, sentir, opinar o actuar. 

El fanatismo ha sido, también, lamentablemente hasta causa de guerras y muertes. Ejemplos sobran en la historia de la humanidad. Hitler nos recuerda que, traducido en política de gobierno, hace catástrofes mundiales.  Las guerras religiosas también. 

La pasión por el deporte es causal de fanatismo y éste de vandalismo. También hay muchos ejemplos de lo que excesos, con razón o sin ella, provocan: guerra verbal, agresiones y destrozos materiales y humanos.    

Querétaro solo nos recuerda que un componente principal en los encuentros deportivos comerciales, excesivamente comercializados y publicitados; es ese fanatismo que nos convierte a todos los que sin hacer ejercicio lo practicamos casi como un dogma de fe, lealtad y, por supuesto, defensa del deporte en sí mismo y “nuestro equipo”. El “nuestro equipo” ya es el principio del fanatismo y la asistencia al estadio, la continuación “lógica” del mismo. Está claro que la emoción de nuestro fanatismo no es la misma en casa, con la familia o los compadres, que en el estadio con los rivales. 

Y muchos a eso vamos al estadio, a expulsar nuestras emociones como una vía de escape por una semana de cansancio ya sea por el trabajo o la falta de éste, ya sea por la falta de dinero y lo difícil de conseguir, a veces, hasta prestado para comprar el boleto.  También las broncas con la pareja, con los patrones o empleados, con los vecinos y con el gobierno. 

En el caso del deporte, por eso es componente de políticas públicas, especialmente los masivos y, con ellos, el futbol a la cabeza, al menos en el caso mexicano. Los gobiernos, locales o federales, lo promueven, como la vía de escape emocional, normalmente la más eficaz y tranquila que permite que la rebeldía, la oposición, de los ciudadanos y sus familias no se conviertan en expresión contraria hacia la autoridad. 

Hay muchos estudios científicos que demuestran los efectos negativos de la falta del futbol comercial en la vida social.  Y curiosamente, en muchos casos, lo sano, lo útil y lo conveniente de practicar un deporte; se convierte en lo contrario cuando se trata de presenciar y participar en un partido. 

El fanatismo y los fanáticos, ya está comprobado no hacen bien a la vida colectiva ni a la práctica sana de los deportes. Es cuestión de la cultura, propia de la emoción de “apoyar” a nuestro equipo que puede traducirse hasta en daños y muerte. 

Imponer estrategias de contención a esa emoción, medidas de control a esa emoción colectiva y a las conductas en cada partido es necesario y urgente porque le quitan o pervierten todo lo bueno del deporte. 

Y los que vamos a los estadios, tranquilos o excesivamente fanatizados, merecemos disfrutar con tranquilidad “nuestros partidos”. Ni modo, se necesita un cambio en la cultura colectiva y personal de quiénes con orgullo se manifiestan a toda voz en fanáticos de un deporte y de un equipo. 

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