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jueves, noviembre 21, 2024

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Ahora resulta que lo más importante de la Ceremonia del Aniversario de la Constitución Mexicana es que si para aplaudir al Presidente se puso de pie, o no, la ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. 

Los mensajes ahí pronunciados han quedado casi olvidados. 

El tema central de la ceremonia más importante porque constituye a nuestra nación fue enviado a segundo plano por la magia de la comunicación política, ahora estrategia fundamental en estos días de transformación que nos revelan que en el culto a la persona poco hemos avanzado. 

Dos pasos adelante y uno para atrás, vieja consigna de movimientos que criticaban la simulación se revela cómo ese anclaje que nos impide avanzar más rápido a una sociedad diferente. 

Los preceptos constitucionales ubican siempre a la persona como principio y fin de la acción de todo el Estado; es cierto, pero prescriben que para preservarlo en sus capacidades vitales, en el imperio de su libertad y en el patrimonio de su equidad y justicia será necesario siempre establecer como objetivo el interés colectivo antes que el interés individual. 

Es la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos la que construye al Estado Nacional Mexicano sobre esa razón que nos hace iguales ante la ley y nos previene convertir ese precepto en ideal permanente y acción real en todos los aspectos de la convivencia social. 

No minimizo ni la autoridad del Presidente ni la representatividad que le hemos conferido nosotros los ciudadanos al haberlo elegido legal y legítimo. Tampoco la someto a escrutinio. Solo pienso que no es el tema principal que le aplaudan de pie o sentados en una fecha que debería motivarnos a la revisión de contenidos, calidades y pertinencias del documento que norma toda nuestra existencia, cómo individuos, como sociedad y como nación. 

Una de las batallas que la Constitución nos alerta a mantener activa y permanente, es precisamente contra el Estado Absoluto. La historia es una sucesión real, eslabonada y a veces exitosa de establecer, ejercer y respetar límites que impidan que la naturaleza benefactora del Estado se convierta en instrumento de acción o juguete de caprichos de ninguno, en ninguna época. 

Han sido las ideas y la eficiencia mostrada por muchas generaciones de pensadores comprometidos con la libertad las que han ido estableciendo límites a la propia acción del Estado, para hacerla eficaz y eficiente al derecho de todos y de cada uno al mismo tiempo. 

Los han colocado como límites para que el Estado sobreviva al interés intrínseco a la persona y lo convierta en generador del interés de todos. Al someter al propio Estado a la razón y fuerza del Derecho; al enseñarnos a distinguir que la utilidad de la democracia estriba en respetar y hacer coincidir en un solo bien público, las capacidades que asisten a la sociedad y a su gobierno, y al dividir el gobierno en tres poderes estableció esos contrapesos que controlan al poder y evitan su abuso. 

Revisar y calificar la eficiencia que los mexicanos hemos logrado en esos temas, importantes y trascedentes, fue siempre el motivo de la reunión de la República, representada y unida siempre los 5 de febrero de cada año en el Teatro de los Constituyentes, ahí donde nació hace 106 años, en Querétaro. Se realizó el examen de los pendientes y se privilegió los de la coyuntura política, pero todo ese ejercicio por una manipulación convenenciera no fue lo más valioso de la ceremonia. 

Cosas de los tiempos, irresponsabilidades premeditadas, accidentes fortuitos convertidos en aparentes “razones” para motivar juicios y defensas innecesarias, que no vulneran en algo, ni la persona, ni la representatividad del Presidente. 

Pero como dice la sabiduría popular, los ayudantes del Papa son, muchas veces más papistas que el Papa. 

Al no haberse puesto de pie, al no haberse levantado la ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para aplaudir, nos recordó que el aplauso no es ni razón de Estado ni justa calificación para el titular del Ejecutivo Federal. 

A lo mejor envió señales de esa división de poderes que no debe ser solo redacción impecable, en una transformación que requiere, es mi humilde opinión, regresar a la autonomía real de los tres poderes del gobierno, al ejercicio respetuoso, gestor de concordia y eficiencia de sus capacidades a los que la Constitución de 1917 confirmó como génesis legítima, sabia y pertinente de un gobierno que sustenta el buen ejercicio del poder en el valor y poder la Norma Constitucional. 

Y ese fin final de la acción y beneficio de la ley, inscrito en la Constitución, sigue vigente porque aún, con sus más de 700 correcciones mantiene impecable su capacidad de ser reformada.  

Confieso no ser experto en Constitución, pero en lo poco que la he leído y en lo mínimo que la entiendo, no encuentro ninguna referencia hacia ponerse de pie, o no, para aplaudir a algún Presidente como tema de falta de respeto a la persona o a la institución. Aunque en la práctica de lo banal entiendo lo contrario: la conveniencia para mantenerse vivos, cuando se es político de profesión y de condición, para aplaudirlo y fuerte. 

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