En cualquiera de sus formas y presentaciones, la corrupción es un hecho consustancial a la sociedad, lo cual no quiere decir que sea, ni indispensable, menos justo.
En la línea delgada que separa la inteligencia de la audacia, o la oportunidad de la lucha honesta por los intereses, los humanos caemos en la tentación de los caminos cortos, o las salidas fáciles y rápidas.
Algunos filósofos han dicho que la corrupción, cifrada como ese abuso de la confianza o ese traspaso de la honestidad, son males imposibles de cancelar.
Todo tiene, en mi particular punto de vista, que ver con lo estrecho o inelástico de los valores, frente a situaciones difíciles o emergentes.
Para los sociólogos, la solidaridad y la colaboración podrían atenuarla.
Para los católicos, la misericordia.
Pero, en las sociedades contemporáneas, eso es lo que más escasea.
Somos una sociedad aislada en el refugio del mundo virtual. Atrapada en la seducción de las modas, expresadas en lo que sea. Somos una sociedad cansada, que viaja de prisa, y que no tiene tiempo de reexaminarse a sí misma.
Un mundo donde lo importante es sobrevivir a cualquier precio.
Y en la feria de las urgencias, las vanidades o las falsas potencialidades, la corrupción aparece más como un atributo que un defecto.
Ahora, ha evolucionado y aumentado una industria de la comunicación y el poder, en la cual, la corrupción es un barómetro, de poder, popularidad o influencia.
Junto a los líderes de la esfera pública, pegaditos a los que sobresalen y más a los que no sobresalen, utilizar el calificativo de corrupto, parece ser un gesto de respeto y admiración.
“Narcocandidata”, “corrupta”, “mentirosa”, “calumniadora”, fueron, por ejemplo, las palabras más repetidas en el último debate entre candidatas y un candidato a la Presidencia de la República. Y queda en la memoria colectiva estos calificativos, que a fuerza de repetirse, parecen aceptarse como algo normal.
Si esa es la fuerza de la calidad política que ofrecen, nada debe asustarnos en el próximo gobierno.
El Presidente del gobierno español tuvo en jaque o shock político a toda España, por el berrinche que le causó, el señalamiento de corrupción a su esposa.
Estuvo en la tentación de adelantar un cambio de gobierno. Finalmente nos tranquiliza, saber que se queda. Pero de corregir los negocios de su familia política o de su esposa, nada. Solo el enojo por la falta de respeto.
Y ahí los tiene, políticos de un partido, compitiendo con políticos de otro partido, para ver quién obtiene las mejores ventajas de zanjar en un tema, que, lamentablemente, a muchos, sí ha causado daño.
En los dos casos, no apareció fórmula de solución. A lo mejor no la hay. La industria que aparece es la de irnos acostumbrando a que eso, que alguna vez fue, mal calificado, es lo de hoy. Que no pasa nada, que así somos los humanos.