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martes, mayo 21, 2024

Weimar y nosotros

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Los evangélicos le han dado el pase a Trump en las primarias republicanas en Iowa. La democracia norteamericana, debilitada, se puede enfrentar a su caída estrepitosa. No puedo sino pensar en la República de Weimar como parangón. Pensar así nos ofrece una perspectiva histórica rica y compleja, con numerosas lecciones para el presente.  

La República de Weimar surgió en un contexto de humillación nacional después de la Primera Guerra Mundial. El Tratado de Versalles de 1919 impuso duras sanciones a Alemania, incluyendo pesadas indemnizaciones y la pérdida de territorios. Esta situación alimentó el resentimiento entre los alemanes y debilitó la economía, marcada por crisis como la hiperinflación de 1923 y la Gran Depresión de 1929. A pesar de un breve periodo de recuperación en los años veinte, estos desafíos económicos erosionaron la confianza en el gobierno democrático. 

Weimar también sufrió una profunda polarización política. No abundaban los defensores de la legalidad, y tanto la extrema izquierda como la extrema derecha criticaban al régimen. La extrema derecha, en particular, vio en la República un símbolo de la derrota en la guerra y capitalizó el sentimiento de traición nacional. Esto, combinado con actos terroristas y golpes de Estado fallidos, puso a la democracia en una posición precaria. 

La fragilidad de la democracia en Weimar se vio exacerbada por la falta de una base social y representación parlamentaria sólidas para los partidos liberales. Los socialdemócratas y el centro católico no eran vistos como adecuados para la democracia representativa, y el republicanismo fue criticado como burgués y estatista. Esta situación abonó el camino para el ascenso del nazismo, con Hitler aprovechando el nacionalismo, el anticomunismo y el etnicismo teutón para desmantelar la República. 

No hace falta quebrarse la cabeza para ver las similitudes con nuestro aciago momento histórico. El regreso del presidencialismo y quizá el partido único en México, Milei en Argentina por hablar de lo más cercano, nos deberían poner a pensar. Pero más allá la lista es conspicua: resurgimiento de partidos autoritarios, declive del pluralismo, incluso en países con larga tradición democrática.  

La exposición en Berlín titulada De la esencia y el valor de la Democracia subrayó esta conexión, recordando que la democracia liberal ya no es algo que se deba dar por sentado, sino un régimen político en peligro. 

Voltear a Weimar puede enseñarnos la importancia de la estabilidad económica, la resistencia frente a la polarización política y el apoyo a las instituciones democráticas como pilares fundamentales para la preservación de la democracia. Estas lecciones son cruciales para entender y abordar las amenazas contemporáneas a las democracias en todo el mundo. 

En el caso de Donald Trump, su mandato y postura política postpresidencia ha generado preocupaciones sobre la estabilidad de la democracia en Estados Unidos. Su apoyo a figuras autoritarias y comentarios que desafiaban las normas democráticas han sido una fuente de alarma.  

La acusación de Trump en relación con el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 y su posterior negación de los resultados electorales evidencian una amenaza para el proceso democrático. Además, Trump ha mostrado admiración por líderes autoritarios como Xi Jinping, Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdoğan y Kim Jong-un, y sus comentarios en varias ocasiones han sido comparados con retórica utilizada históricamente por regímenes fascistas.  

Recientemente se pretendió hacer que un tribunal de apelaciones dijera que Trump como presidente tendría inmunidad absoluta. Y a pregunta expresa de uno de los jueces, el abogado del expresidente (y quizá exmagnate, si pierde el juicio civil de Nueva York) dijo que incluso de mandar asesinar a un oponente. No estamos hablando de cosas de risa, ni de ocurrencias de un loco. 

Hay que reconocer, por supuesto, las diferencias contextuales y los desafíos únicos de cada país, incluso si este recorrido rápido sirve solo para documentar nuestro optimismo, como decía irónicamente Monsiváis.  

La historia de la República de Weimar debería en cambio servirnos como un recordatorio de la importancia de proteger las instituciones democráticas y de estar vigilantes frente a las tendencias autoritarias.  

Ahí donde un presidente ataca a los órganos autónomos, a los otros poderes, debemos estar vigilantes. La reciente llegada de Lenia Batres a la Suprema Corte y su discurso antipoder judicial deberían ponernos particularmente alertas. 

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