13.1 C
Puebla
lunes, noviembre 24, 2025

Volver a ser ascetas

Volver a ser ascetas

La humanidad está podrida. No de maldad —eso sería demasiado interesante— sino de pendejez. Somos una plaga de idiotas hiperestimulados con dedos pulgares hipertrofiados de tanto darle «me gusta» a estupideces. Millones de años de evolución para terminar convertidos en monos con WiFi. ¡Ah, Darwin, viejo borracho del más allá, ven a ver tu obra: somos el eslabón perdido entre la lucidez y la idiotez perpetua! La neurona se extingue, el meme la reemplaza. En eso vamos.

Y mientras tanto, aquí uno, intentando pensar, como si todavía existiera la mente. El silencio ya es artículo de lujo, más caro que los diamantes. El ruido gobierna: música, opiniones, gritos, notificaciones, influencers que hablan como si hubieran leído un libro, políticos que hablan como si supieran lo que es un libro. Y el pobre ciudadano común ahí, tragando basura digital como si la felicidad viniera en píxeles.

Pero aquí entra la ascesis, ese invento griego para los intensos, los tercos, los malditos que no aceptan entregarse al basurero mental. La ascesis consiste en entrenarse, repetirse, disciplinarse, decirle a la cabeza “¡haz lo que tienes que hacer, carajo!” y hacerlo. ¡Horror! Una práctica tan peligrosa que cualquiera que la adopte corre el riesgo de volverse una persona funcional.

La ascesis es simple: eliges una meta, te callas, te sientas, y trabajas todos los días hasta terminar. No posteas tu proceso, no rezas a la Ley de la Atracción, no compras velas aromáticas, no consultas tu carta astral. Haces. ¡Haces, coño!

¿La dificultad? Que el siglo XXI está lleno de muñecos con diplomas emocionales, pero sin espinazo. Si el alma tuviera músculos, hoy estaríamos en sillas de ruedas espirituales. El primer paso de la ascesis es el silencio. ¿Silencio? ¡Sacrilegio! ¿Cómo vamos a sobrevivir sin música mientras cagamos, sin podcasts mientras lavamos los platos, sin TikTok mientras pensamos —si es que pensamos? El silencio es el espejo, y nadie quiere verse. A la gente le aterra la introspección porque descubriría quién es de verdad: un pobre diablo buscando dopamina barata.

Luego viene la repetición diaria. Aquí empieza el infierno. No la repetición de las mismas estupideces —esa ya está dominada— sino la repetición de lo difícil, lo importante, lo que construye. ¡No! ¡Preferimos mil veces ver tres horas de videos motivacionales para evitar estar quince minutos motivados de verdad! El humano moderno no quiere mejorar: quiere simular que mejora.

Y si alguien, por un milagro digno del Vaticano, se mantiene en la ascesis 90 días, comienza la metamorfosis. El monstruo. El bicho raro. El enemigo de la sociedad.Porque esa persona se vuelve peligrosa: ya no necesita que lo aplaudan para hacer lo que tiene que hacer. ya no se quiebra si no recibe atención. ya no se distrae como una polilla frente a la luz. Esa persona se vuelve libre —y nada jode más al mundo que un ser humano libre.

Míralo: él trabaja mientras los demás hablan de trabajar. Él lee mientras los demás publican fotos de libros que no leerán. Él actúa mientras los demás procrastinan como atletas olímpicos de la autoengañología. ¿Y qué hace la sociedad cuando aparece alguien así? Lo juzga. Lo señala. Lo ridiculiza. “Fanático, obsesivo, frío, raro.”Traducción: “Te odio porque haces lo que yo no puedo.” La ascesis destruye un negocio multimillonario: el negocio de nuestra miseria. Quita el síntoma, y con él se caen los remedios. El mundo actual necesita humanos débiles, dispersos, fatigosos, manipulables. Necesita esclavos que crean que son libres porque escogen el color de su teléfono. Necesita gente incapaz de sostener un pensamiento para que compre soluciones mágicas.

La ascesis es una cifra roja en la contabilidad del desastre. Produce un sujeto que no necesita anestesia.Produce un sujeto que no se convence con espejitos de colores. Produce un sujeto que no se inclina ante nadie. Y ahí está la risa final, la gran carcajada nihilista que Vallejo ofrecería desde lo alto de su casa en Medellín o Ciudad de México o donde esté exiliado de la estupidez colectiva: La excelencia no requiere talento. Solo requiere disciplina. ¡Y la disciplina no la quiere nadie! Por eso el mundo seguirá como va: lleno de adultos que hablan como niños, niños que opinan como sabios, sabios que nadie escucha, y cretinos que gobiernan.

¿Quieres practicar la ascesis? Adelante. Pero no esperes aplausos. Serás libre. Y la libertad es la mayor maldición del siglo. Porque una vez que piensas, ya no hay retorno. Y cuando un hombre deja de ser idiota el mundo entero se le vuelve insoportable.

Notas relacionadas

Últimas noticias

Lo más visto