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domingo, febrero 23, 2025

Japón y la poesía mexicana, un atisbo

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La poesía mexicana ha encontrado en Japón un espejo fascinante donde la tradición y la modernidad se entrelazan en un lenguaje de imágenes puras, formas contenidas y una sensibilidad hacia lo efímero. José Juan Tablada, Octavio Paz y otros poetas del siglo XX vieron en la estética y la filosofía japonesas una vía para renovar la poesía en lengua española, no como simple exotismo, sino como una búsqueda de lo esencial en la palabra poética.

José Juan Tablada fue el pionero en la incorporación de la métrica japonesa al español, especialmente a través del haiku. Su estancia en Japón a principios del siglo XX marcó una inflexión en su obra, alejándolo del modernismo ornamental para acercarlo a una síntesis visual y conceptual que revolucionó la lírica hispanoamericana. En su libro Un día… Poemas sintéticos (1919), publicó haikus que capturan con precisión la fugacidad de la naturaleza, como este célebre ejemplo:

  “En la rama, un cuervo

  desde la otra rama

   lo está mirando.”

 El poema sigue la estructura métrica del haiku japonés y, al mismo tiempo, incorpora un juego de reflejos donde la imagen visual y la percepción del instante se funden en una escena mínima pero plena de significado. En El jarro de flores (1922), Tablada no solo explora el haiku sino que también crea caligramas inspirados en la pintura sumi-e, donde la disposición tipográfica evoca la imagen del poema, como en “El pez de oro”, donde el texto toma la forma de un pez nadando en la página. La concepción de la poesía como una experiencia visual y sensorial encuentra en su trabajo un precedente que influirá en las generaciones siguientes.

Octavio Paz llevó esta fascinación a un nivel filosófico y crítico. Su estancia en Japón como diplomático en los años cincuenta lo puso en contacto directo con la poesía y el pensamiento zen, lo que influyó en su concepción de la imagen poética. En su ensayo “Tres momentos de la literatura japonesa”, publicado en Cuadrivio (1965), analiza la capacidad del haiku para capturar el instante con una precisión que disuelve la subjetividad del poeta en la experiencia misma del mundo. Su obra poética también refleja esta asimilación de la estética japonesa, como en Piedra de sol (1957), donde la estructura circular del poema evoca el concepto de eternidad en el tiempo presente, un motivo recurrente en la literatura zen. En Blanco (1967), la disposición tipográfica remite a la caligrafía oriental, mientras que en El mono gramático (1974), el pensamiento taoísta y budista permea su reflexión sobre el lenguaje y la realidad.

La fascinación por Japón es amplia en la poesía mexicana más allá de estos ejemplo señeros. El poeta Marco Antonio Montes de Oca exploró la imaginería oriental en sus versos, utilizando símbolos del haiku como la luna, el viento y los cerezos en flor para construir una poesía de gran plasticidad. Jaime Sabines, aunque más lejano a esta tradición, incorporó en algunos de sus poemas la síntesis emocional característica del haiku, como en su célebre “Los amorosos callan”, donde la contención y la sugerencia evocan el espíritu japonés. O la ironía del poemínimo de Huerta cuya estructura también abreva en el haikú y la de la vuelta. Más recientemente, Coral Bracho ha continuado este diálogo con Japón, explorando en su poesía la vacuidad, el silencio y la depuración formal como elementos centrales de su búsqueda estética incorporando en su obra elementos que reflejan una sensibilidad cercana a la estética japonesa, especialmente en la contemplación de la naturaleza y la captación de momentos efímeros. Aunque no adopta directamente la forma del haiku, su poesía evoca la esencia de esta tradición literaria. En su poema “Desde esta luz”, Bracho ofrece una mirada introspectiva que recuerda la contemplación serena presente en la poesía japonesa:

“Desde esta luz que incide, con delicada

flama, la eternidad. Desde este jardín atento,

desde esta sombra.” 

Aquí, la poeta captura la interacción sutil entre la luz y la sombra en un jardín, evocando la apreciación japonesa por los detalles simples y profundos de la naturaleza. O en “Imagen al amanecer”, donde Bracho describe una escena matutina con una precisión que recuerda la economía de palabras del haiku:

“El agua del aspersor cubría la escena

como una niebla, como una flama blanquísima,

dueña de sí misma, de su brotar cambiante.” 

Elsa Cross, por su parte, ha incorporado en su obra un imaginario y una sensibilidad que evocan la estética japonesa, en particular el haiku y la contemplación zen. Su poesía no solo recurre a paisajes y símbolos del Japón clásico, sino que también adopta la brevedad y precisión de la poética nipona. En su libro El himno de las ranas, la influencia japonesa se manifiesta tanto en los temas como en la atmósfera del poema. La poeta evoca el minimalismo y la contemplación de la naturaleza, aspectos esenciales del haiku. Un fragmento de este libro dice:

“La luna se apoya

en el agua dormida.

Canta una rana.”

Aquí, Cross sigue la estructura clásica del haiku en su concisión y en su énfasis en la imagen pura, sin adornos ni explicaciones. La presencia de la luna y el agua, símbolos recurrentes en la poesía japonesa, refuerza esta afinidad. Igual en Nadir, donde la poeta despliega una mirada contemplativa similar a la de los grandes maestros japoneses, como Bashō:

“Brisa ligera.

En el umbral de un sueño

la luz de invierno.”

La economía verbal, la referencia a las estaciones y el tono meditativo conectan este poema con la tradición del haiku, capturando un momento de percepción pura y efímera.Además, en su libro Los sueños, Cross desarrolla imágenes que remiten a la estética japonesa del wabi-sabi, que aprecia la belleza de lo simple, lo imperfecto y lo transitorio:

“Sobre la piedra

cae una hoja seca.

Nada se mueve.”

Elsa Cross no solo adopta temas y motivos de Japón, sino que también interioriza su filosofía poética. Su obra dialoga con la tradición del haiku en su búsqueda de la precisión, la fugacidad y la contemplación de lo efímero. José Juan Tablada abrió el camino al descubrir en el haiku una forma de modernidad que rompía con el énfasis retórico del modernismo, mientras que Octavio Paz profundizó en la relación entre poesía y pensamiento oriental, situando el instante poético como núcleo de una experiencia de lo absoluto. La influencia perdura. La literatura es un espacio donde las culturas dialogan más allá del tiempo y la geografía, encontrando en la brevedad de un verso la vastedad de un universo compartido donde nada de lo humano nos es ajeno.

 

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