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domingo, noviembre 24, 2024

Útil u ornamental, siempre seductor

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El 23 de abril se celebra el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, con la intención de cultivar el placer que acompaña a los libros y a su lectura, así como el reconocimiento de los derechos morales y patrimoniales tanto del autor como de quienes participan en la edición, distribución y venta de los ejemplares. La fecha –proclamada por la Unesco en 1995- está relacionada con la muerte de tres escritores: William Shakespeare (1564), Miguel de Cervantes (1616) e Inca Garcilaso de la Vega (1616). 

Coincide la celebración del libro con la fiesta de San Jorge, soldado romano convertido al cristianismo que, según la hagiografía, tras negarse a perseguir a los miembros de la iglesia, fue decapitado en el siglo III. Venerado como ejemplo de virtudes y lucha contra el maligno, fue transformado por la leyenda popular en un caballero que, para salvar a una princesa, mató a un dragón. La sangre derramada se convirtió en la rosa que puso en manos de la dama –al más puro estilo del amor cortés- como símbolo de valor y de amor. 

La convergencia de ambos motivos dio origen a la costumbre de obsequiar una rosa y compartir un libro en el día de San Jorge, tradición muy arraigada en Barcelona, por ejemplo, que se ha ido extendiendo a otros lugares del mundo. Por ser un tiempo cargado de simbolismo, hay quienes no se conforman con el primer ejemplar que encuentran en el quiosco y consiguen alguna edición especial o un volumen autografiado. Y para manifestar el amor, si no queda para una rosa, por lo menos se brinda un buen clavel. 

Cabe señalar que en México, el Día Nacional del Libro comenzó a celebrarse en la década de los 80 del siglo pasado, por iniciativa de José López Portillo, el 12 de noviembre, aniversario del nacimiento de Sor Juana Inés de la Cruz. Y fue la Asociación Nacional del Libro, A.C., a veces con apoyo de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana y otras dependencias gubernamentales, la que impuso la costumbre de obsequiar, a través de librerías, obras conmemorativas de reconocidos personajes de la literatura mexicana.  

Dos días dedicados al libro, sin embargo, no son suficientes para ponderar lo que este aporta y representa. Sin duda, -en tanto objeto cultural- ha sido fundamental para el desarrollo no solo del capitalismo, sino de la economía del conocimiento. Es vehículo e impulsor de las ciencias y las artes. Y sobrevive a las sentencias de muerte que se han proferido con la llegada de otras tecnologías (fonógrafo, radio, televisión, computadora), así como al fuego de la intolerancia que ha reducido a cenizas más de una biblioteca.  

El libro se adapta y se transforma, siendo su principal atributo de supervivencia –pienso- la capacidad que tiene para convertirse en objeto de deseo (quienes han tenido el placer, lo saben).  

Trátese del bibliófilo que atesora por amor al texto y gratitud por el bien recibido en cada página, o del bibliómano que acumula por el indómito afán de poseer, las bibliotecas son más que estanterías que resguardan colecciones, son pequeños universos en los que cada ejemplar –si vale la exageración- tiene vida y espera paciente nuevos encuentros. ¿Cuál es la diferencia entre bibliofilia y bibliomanía? La razón y los motivos por los que alguien se hace de un libro. 

Si bien, las primeras librerías en Europa se remontan al siglo XIII haciendo posibles las colecciones y el negocio fuera de las abadías y los palacios, fue en el siglo XVI cuando los libros comenzaron a formar bibliotecas personales, a ser parte del patrimonio familiar y a aportar prestigio social por su “poder civilizador”. Los libros, no la lectura. Porque, como dijeran algunos metodólogos aún en nuestros días, los libros permitan una aproximación cuantitativa (y por tanto objetiva, científica) a diferencia de la lectura que no se puede medir y requiere por su inherente subjetividad una aproximación cualitativa. 

Así, la tenencia abundante de libros puede resultar engañosa. Poseer muchos libros y poder contarlos, catalogarlos o presumirlos no garantiza bonhomía, conocimiento y alta cultura. La ostentación inútil y enfermiza es resultado del consumo excesivo y por tanto es un vicio. Pues, como señala Jaime Moreno Villarreal en su libro De bibliomanía. Un expediente, publicado hace ya algunos años por la Universidad Veracruzana, “algunos vicios cuentan con la sospechosa colaboración de los libreros, interesados en fomentar su mal, que son como esos taberneros que siguen dando de beber a los borrachos”. 

Quizá tanto a la noble bibliofilia como a la perversa acumulación de títulos haya contribuido el pensamiento ilustrado “cuyos afanes enciclopédicos se dirigieron explícitamente contra la ignorancia, se desmarcó de la aristocracia ociosa pero también del populacho”. Esto y la fuerza simbólica que proyectan los folios encuadernados da un toque elitista a quien compra, porta o conserva un libro (cosa que cada vez se ve menos, pero no desaparece). 

Sin duda, el texto de Moreno Villareal vale por su utilidad para discriminar entre la bibliofilia y la bibliomanía, tan afecta a las bibliotecas decorativas, la arrogancia y las pasiones más bajas. Vale por su amplia introducción. Y vale por la compilación de textos sobre personajes grotescos y caricaturescos que incluyen a los coleccionistas ignorantes, los lectores trastornados, los obsesivos compulsivos que pretenden al libro único o los buscadores de colecciones imposibles. 

El origen de este curioso expediente se remonta a finales del siglo pasado, cuando un bibliotecario le entrega una carpeta con “fotocopias de cuentos, artículos y poemas de tema bibliofílico” obtenidos por un usuario de las colecciones especiales de la Biblioteca de México.  

La colección se fue incrementando y en el año 2000 se publicó en el número 55 de la revista Biblioteca de México el antecedente inmediato de este recuento, en el que hay textos de Luciano de Samosata, Sebastian Brant, Cervantes y Flaubert, Séneca, Petrarca, D’Alambert y Diderot, Charles Nodier, Nerval, Gómez de la Serna, Tablada e Ibargüengoitia, Mallarmé, Verlain, Borges y Zaid, entre otros. 

Se trata de una amena muestra literaria que nos recuerda que “los libros embaucan, seducen y excitan” y que la bibliomanía -a diferencia de la bibliofilia- “no percibe más que el libro como objeto” y que además de a la cultura y el conocimiento, los libros pueden llevarnos por la ruta de “la locura, el fanatismo”. 

Con todo y el extravío como peligro posible, feliz día de san Jorge, sigamos comprando y compartiendo libros, regalando rosas, disfrutando las letras. Que nunca nos falten la biblioteca como espacio privilegiado para la intimidad y el gozo. Y que la sátira, el humor y la ironía conserve a salvo nuestra pasión lectora. 

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