Me gusta ir a la librería. Supongo que hay muchas razones para este hábito culposo, que a veces amenaza con volverse un vicio relativamente caro. Algunas de ellas tienen que ver con la mercadotecnia, las rutas que recorro, las reseñas que leo, las entrevistas que escucho, las efemérides. Las charlas con los amigos, los tiempos muertos. Y habrá otros motivos de los que no soy consciente pero que seguramente existen e influyen. No hay una librería especial, cualquier local con libros es un buen lugar para la excursión y el extravío.
Ahora, cuando me preguntan sobre el asunto, suelo responder que me gustan las librerías porque me recuerdan que hay gente inteligente que lee, que piensa, que escribe, aunque no la veamos, aunque no esté a nuestro lado todos los días, incluso aunque ya no esté, o sea, que hay esperanza, que no estamos perdidos, que muchas ideas valiosas se han expuesto y otras tantas quedan por discutir. Me gustan los libros, sin duda. Crecí en una casa con libros, la mayoría canónicos e indispensables. A algunos les tengo más cariño que a otros.
Cada uno tiene su historia: Leí El castillo de Kafka por un apunte de Milán Kundera; de Josefina la cantora me enteré en una charla con Pedro Ángel. Debe ser un malentendido de Coral Bracho fue una recomendación que agradezco a José Ramón Ruisánchez a propósito de la memoria y el olvido. Por un comentario de Aguilera Garramuño sobre uno de mis textos adquirí varios títulos de Rubem Fonseca. Y si tuviera que culpar a alguien de haber leído todos los libros de Fernando Vallejo -desde Logoi hasta Escombros– sería Pablo Sánchez. Pero, como dijera Benedetti, “la culpa es de uno” (aunque no lo dice a propósito de los libros). Mi encuentro con la prosa de Annie Ernaux comenzó con una cita hallada en un libro de Luna Miguel. Primero conseguí Memoria de Chica y luego El uso de la foto.
Me dio gusto que le otorgaran el Premio Nobel. Teniendo en cuenta los últimos años (2017, Kazuo Ishiguro, escritor japonés. 2018, Olga Tokarczuk, escritora polaca. 2019, Peter Handke, escritor austriaco. 2020, Louise Glück, escritora estadounidense. 2021, Abdulrazak Gurnah, escritor originario de Tanzania) era previsible que este año el reconocimiento fuera para una escritora europea, como posible es que el próximo año sea un escritor cuya obra represente una crítica a un sistema totalitario y manifiestamente contrario a los valores de occidente. Que bueno que fue ella, cuya obra, reconocida y premiada, representa la transformación del pensamiento durante un cambio de época.
Como era de esperarse, un mes después de la noticia, sus libros se han reeditado y ya se encuentran a disposición de los lectores en las mesas de novedades de las principales librerías. Y uno de los primeros títulos es Pura pasión (México, TusQuets, 2022). También se han publicado en la colección Andanzas El acontecimiento, La vergüenza y El lugar. Sin duda, una buena selección para iniciarse en la lectura de la autora francesa.
La anécdota en Pura pasión es simple: la narradora explora y relata las sensaciones, las emociones y los pensamientos que acompañan una relación amorosa entre una mujer cuyos hijos se han independizado y un hombre extranjero, casado y cercano a los cuarenta años (38, para ser exactos). Una historia donde no pueden faltar las cartas, las canciones y las camas, como hay tantas.
Lo interesante, desde el punto de vista literario, es entender de qué hablamos cuando hablamos de amor, de qué hablamos cuando hablamos de intimidad, de qué hablamos cuando hablamos de pasión. Y la forma, por supuesto.
Lo interesante es hallar en cada párrafo las luces y las sombras entre las cuales intuimos el significado de la vida, como si el contraste que produce la tinta sobre la blancura del papel tuviera un sentido más allá de estampar las palabras, como si la narrativa contuviera una fuerza esotérica capaz de propiciar, mediante la lectura, una revelación, como si lo ajeno también nos perteneciera.
Lo interesante en los libros que hurgan en lo humano, que van a lo profundo, que no se conforman con seguir la norma, es sentir como el tiempo se suspende durante el beso y la caricia, dejar que el cuerpo cuente lo que el deseo dicta, contemplar el retorno a la consciencia después de la amorosa anestesia. Eso, entrever en la memoria las huellas de la certeza y de la duda.
Y es interesante no sólo porque la buena prosa atrae, inquieta, seduce. Conmueve y estremece. Porque brinda material suficiente para reflexionar desde el relato las vivencias propias y esbozar una teoría personal sobre lo humano. Porque sin importar el número de páginas, hay libros que modifican nuestra epistemología, nuestra axiología, nuestra ideología. Pero sobre todo porque la palabra interés (de inter y esse) alude a la relación entre seres. Es interesante porque nos vincula, nos congrega, nos devuelve a la ilusión del ‘nosotros’.
Se afirma en la cuarta de forros que Pura pasión aborda “con descarnado descaro […] cómo el deseo puede trastocarnos”. Algo hay de eso. Se añade que “la escritura desnuda de Annie Ernaux introduce a los lectores, con la precisión de un entomólogo, en el febril y devastador desvarío que cualquiera puede haber experimentado alguna vez en su vida”. Algo, sí.
Pero tengo la impresión de que hay más en este libro cuya primera edición en Gallimard data de 1991: la relación íntima entre la escritura y la pasión. Una realización mutua. Al comienzo, la narradora refiere la primera vez que vio una película pornográfica y apunta: “Me ha parecido que la escritura debería tender a eso, a esta impresión que provoca la escena del acto sexual, a esta angustia y a este estupor, a una suspensión del juicio moral”.
Y a punto de concluir agrega: “mientras estas páginas sigan siendo personales y estén al alcance de la mano como lo están ahora, la escritura permanece siempre abierta”. Lo mismo podría decirse de la pasión amorosa. O de la guerra. “Se trata de la misma angustia, el mismo deseo -e imposibilidad- de conocer la verdad que cuando se vive una pasión”.
Pura pasión es relato breve que entraña muchas emociones, que aporta muchas ideas, que da mucho gusto leer y que se convierte en un lujo conservar, pues, como se sugiere en el párrafo final la idea de lujo es cambiante pero invariablemente incluye aquello que nos provoca placer: “Cuando era niña, para mí el lujo eran los abrigos de pieles, los vestidos de noche y las mansiones a orillas del mar. Más adelante creí que consistía en llevar una vida de intelectual. Ahora me parece que consiste también en poder vivir una pasión por un hombre o una mujer”.