Así como hablar de amor es ya darle un tiempo y un espacio al amor en el mundo (o al menos en el discurso), hablar de libros es darle una oportunidad a la lectura, al placentero encuentro entre el libro y el lector, al gozo intelectual. En ambos escenarios, a pesar de la fuerza de las palabras para configurar el pensamiento y convertirse en actuaciones y acciones significativas, los buenos resultados no se garantizan. Sin embargo, el silencio no es, definitivamente, una mejor opción.
Supongo que esta reflexión es consecuencia de una pregunta recurrente: ¿Qué hago aquí? Y no se trata de una cuestión filosófica que indague sobre el ser-en-situación-de-empleado-sujeto-a-horarios-en-la-era-del-teletrabajo, sino más bien de una traducción imperfecta de otra interrogante que me inquieta desde hace unos días: ¿Por qué no estoy en la Feria Internacional del Libro (FIL) en Guadalajara tomándome selfies con los amigos o adquiriendo más libros sobre esos temas en los que estoy trabajando últimamente?
Para librarme de esta angustia kierkegaardiana ante el límite y para alcanzar la paz que viene del deber cumplido y la productividad con sentido social, al salir del trabajo, me dirigí a la librería. De igual modo pude haber ido a la cafetería en busca de una infusión aromática y un postrecillo. A veces para compensar una situación (por decirlo de algún modo: incompleta) recurrimos a la golosina. Y ahora que lo pienso, en la categoría de golosinas podríamos incluir los libros que acompaña nuestra espera en un aeropuerto, los libros que en nuestros tiempos libres nos recuerdan nociones básicas pero importantes, los libros que nos entretienen.
Esta vez, habida cuenta de que estaba buscando un libro-golosina, tras explorar la mesa de novedades tuve que elegir entre un título en el que “de manera ágil y liviana, no por ello menos profunda, nos asoman a los libros” y otro que recomienda como una buena práctica comenzar todos los días con una taza de café, o mejor dicho, iniciar la jornada platicando con el café mientras uno se lo va tomando. Eso: el secreto del éxito no está en comenzar con el pie derecho, sino conversando con el café. Hablándole de tú a tú. Viéndolo bien, la imagen es sugerente, aunque perturbadora: al cabo de cinco minutos uno se ha bebido al interlocutor y la conversación se acabó. Claro, mientras dura el diálogo, la cafeína comienza a hacer efecto y gracias a la oralidad uno tiene la agenda en mente, el día organizado. De las dos opciones, elegí el de Maura, la propietaria del sitio mauraterrecomiendaunlibro.com, y Valentina, la dueña de elibrerodevalentina.mx. Sobre el ejercicio de platicar con el café hablaré en otra ocasión.
Maura, diseñadora gráfica, y Valentina, egresada de Letras, se han dedicado a formar y promover clubes de lectura. Sus contenidos y sugerencias se encuentran disponibles tanto en sus páginas web como en sus redes sociales. Y ya digo, hablar de libros es como hablar de amor… (a veces se consigue el objetivo, a veces no). Su obra conjunta Terapia literaria: el libro (Aguilar, 2022), en palabras de Guillermo Arriaga, tiene el propósito de dar “pautas para acercarnos con más vigor y vitalidad, al acto de leer”. O sea, es una contribución al necesario fomento de la lectura (como la FIL, a la que no fui).
Terapia literaria es un libro bonito, recién salido de la imprenta en un tamaño de 15 cm x 23 cm, con un diseño editorial agradable que favorece la lectura de textos muy puntuales e incorpora con acierto elementos gráficos, incluidos códigos QR que expanden las posibilidades del libro. Aunque quizá su belleza está en ser un libro sin mayores pretensiones: no hay estudios rigurosos sobre hábitos lectores, no hay métodos que garantizan la lectura rápida con el 100% de comprensión de textos, no hay métodos innovadores para la enseñanza de la Lengua y la Literatura. No hay sentencias ni consignas definitivas. No se proponen soluciones fáciles a problemas añejos, complejos y enormes. Parece más un divertimento, una invitación al juego que es difícil resistir, un regreso a la simplicidad.
La lectura como hábito tiene que ver con la propia biografía: con lo que se vive en casa, con lo que sucede o no en las escuelas, con el mundo que se proyecta y se trasluce en la pantalla (cine, televisión, computadora, celular), con el valor que se atribuye en los hechos a la cultura y el conocimiento, con el diálogo sobre el mundo literario… “Mi abuelo era poeta -dice Valentina-, creo que de alguna manera mi amor por los libros viene de él, de saberlo un gran escritor de cartas y textos irreverentes”. “La imagen más frecuente que viene a mi mente cuando pienso en mi papá es él con un libro en las manos”, apunta Maura.
El entorno ayuda, favorece, contribuye (o inhibe). No hay duda. Y, con todo, el gusto por la lectura es en última instancia el resultado de un accidente afortunado: el hallazgo del libro significativo en el momento preciso. No entraré en cuestiones estadísticas, pero al parecer la probabilidad de que ese encuentro fortuito suceda no son muchas (si no fuera así encontraríamos en todos lados gente con un libro en la mano buscando un espacio y un momento para avanzar a la siguiente página). La buena noticia es que la posibilidad de hacerse lector existe: “Un lector no necesita ser especialista en ningún tema, conocer sobre historia, ciencia, cultura general, para eso llegan los libros a nosotros, para enriquecernos de conocimiento, de mociones, de otras perspectivas y realidades”.
Ahora, y es importante señalarlo, el libro está dirigido a un público juvenil. A un público curioso y sin prejuicios sobre el valor de las terapias. A un público neófito en cuestiones literarias pero dispuesto a procurarse experiencias nuevas. Y en ese sentido funcionan los tips para empezar a leer, la identificación de los géneros literarios y las recomendaciones de libros.
La idea de que la lectura y la escritura pueden ser terapéuticas no es nueva. Desde luego, la intención de quien escribe y quien lee es en primera instancia la comunicación, pero se ha dicho muchas veces que escribir cicatriza heridas, libera emociones, transforma a las personas. Leer también. Los efectos positivos están asociados al espacio de libertad que surge gracias al lenguaje. Y este espacio coincide con el espacio físico y es mejor si resulta cómodo, iluminado, con aromas agradables. Pero también con el espacio virtual o entorno personal de aprendizaje, donde aplicaciones como Goodreds o Bookly permiten documentar el proceso de lectura y compartir las impresiones que provocan los libros.
Desde luego, dadas las trayectorias de Valentina y Maura, no podía faltar un capítulo dedicado a los clubes de lectura o “grupos de personas que comparten intereses y que, después de mucho buscar, se encuentran”. Eso: un espacio para hablar de los libros…, cosa que, como ya se dijo, es como hablar de amor: “todos pueden compartir y es tan válida su opinión como la de cualquiera”.
Cada lector es único. Y en este sentido, conocerse es importante para entender y mejorar los procesos que acompañan la experiencia lectora. En este sentido, las autoras recurren al humor para recordar que “ser lector” tiene que ver con la identidad que uno construye, con la percepción y el autoconcepto. Así: uno puede reconocerse como lector monógamo (“fiel a un autor”) o lector polígamo (“no le basta una sola historia ni le importa mezclar géneros”). O bien decantarse entre ser lector egoísta (“aquel que cuida sus libros como su mayor posesión”) o lector altruista (“Presta, regala”).
Terapia literaria es un libro que, como las golosinas, se disfruta. Distensiona y relaja. Y deja una suave sensación de bienestar. El rápido recorrido por las páginas es como un respiro profundo que oxigena el cerebro. Funciona como las pausas activas. Permite volver a las tareas habituales con la mente fresca. Y, sobre todo, confirma que hablar de los libros puede ser emocionante como hablar del amor.