Aunque el corazón sigue siendo su símbolo, ahora está claro que eso que llamamos amor sucede en el cerebro. “Nuestro cerebro crea el amor, vive el amor, rige el amor”, recuerda el catedrático de Biología Celular en la Universidad de Salamanca, José Ramón Alonso, en su libro El cerebro enamorado (Paidós, 2022).
Ahora bien, dado que los seres humanos somos históricos y sociales, la experiencia neuronal y hormonal que conocemos como amor sucede en relación con los demás y en un momento determinado, siendo asociado a las creencias, conocimientos y verdades de cada época. Por ello, es posible distinguir entre el amor platónico y el amor cortés, el amor místico y el amor romántico, el amor lícito y el amor prohibido…
Es fácil aceptar, por un lado, que el cerebro es el órgano del amor y, por otro lado, que el amor es un tema que goza de buena prensa (y excelente mercado). El problema surge cuando relacionamos ambas premisas y nos preguntamos si el amor se decide o simplemente acontece, si se construye culturalmente o es una mezcla de oxitocina, estrógenos y testosterona, dopamina, serotonina, vasopresina y muchas, muchas endorfinas. Una mezcla en la que tenemos poco o nulo control.
La cuestión no es menor ya que, si predomina el componente biológico (como la industria del amor y su mercadotecnia suponen), es muy probable que los discursos que pretenden deconstruir ciertas narrativas y modelos -que en su momento pretendieron explicar lo humano, y ahora se consideran superados- terminen siendo superados mucho antes que los patrones combatidos pese a su tono contundente o su aire seductor y revolucionario.
Tal parece que la fisiología humana ha logrado, al paso de los años, millones de años, equilibrios complejos entre la producción e inhibición hormonal que permiten explicar, en términos químicos, “por qué pasamos de una atracción desenfrenada a una relación estable y sosegada”. Obvio. No todo se explica en términos de estímulo-respuesta. Somos entidades bio-psico-socio-culturales…, pero el soporte es “bio”. Sobre esto versa el libro:
“En el amor intervienen funciones cerebrales muy distintas: la memoria, que nos permite recordar las buenas y las malas experiencias; emociones como el miedo, la alegría o la excitación; la inteligencia, que aporta el juicio crítico sobre la otra persona y la capacidad de planificar un futuro juntos”, apunta Alonso. Y añade que no todas las funciones están activas al mismo tiempo.
En una primera fase se activa el sistema de recompensas y ver a esa persona especial produce una sensación de bienestar: aumentan las emociones positivas. Luego viene la locura de amor o fase 2: aumenta la pasión y la dopamina. En una siguiente etapa las funciones de la corteza cerebral se ralentizan, se pierde el juicio analítico y se actúa con cierta irracionalidad. Finalmente, superados los efectos hormonales se construyen vínculos de pareja.
No siempre el amor es correspondido. ¿Y entonces? “La respuesta más común es amar aún más intensamente”. Sea que se insista o se renuncie, “las hormonas siguen hablando el lenguaje del amor, pero no reciben el premio del sexo”. ¿Y entonces? El tiempo es buen remedio y buena medicina, versa un dicho popular. ¿Y entonces? Siempre queda la posibilidad de recurrir a los fármacos.
Vale, pero cuando alguien se enamora lo que espera es ser correspondido. O, mejor dicho: la consumación y la perpetuación. “La consumación en el amor -explica Alonso- es diferente a la del sexo. En el sexo suele ser el orgasmo; en el amor, una forma de posesión, de pertenencia, de unión”. Por su parte, la perpetuación está dada por el deseo de que la relación perdure.
Hay que reconocer que, aunque en principio pareciera que el amor es una respuesta a estímulos incondicionados, no sucede así. Se trata más bien de “una relación bidireccional [que] depende tanto de las características del ser amado como de lo que busca cada uno”. O sea que sí, finalmente hay algo que se puede hacer para influir en el cerebro y enamorarlo.
Va el decálogo para influir a continuación:
“Primero: Habla con el lenguaje corporal.
”Segundo: Elige el color adecuado.
”Tercero: Comparte unas risas.
”Cuarto: No olvides la banda sonora.
”Quinto: Ocúpate de que el ambiente sea el adecuado.
”Sexto: Mírale a los ojos.
”Séptimo: El miedo ayuda.
”Octavo: Busca un filtro de amor.
”Noveno: Queda para hacer deporte.
”Décimo: Regala bombones”.
Quien se enamora pretende agradar y en ese sentido es importante recordar que la impresión registrada por el cerebro pasa por la apariencia, esas “señales” que manda la postura. Somos por lo general visuales. Reímos sobre todo cuando estamos en nuestro grupo y sentimos confianza. La música influye en la manera en que somos percibidos y percibimos a los demás. El entorno seguro permite la relajación. El contacto visual puede aumentar el interés. Cierto nivel de temor favorece la atención. Un buen vino reduce la prudencia. El ejercicio libera dopamina. Y la feniletilamina presente en los chocolates es conocida como la “molécula del amor”. Eso puede hacer que funcione, inicialmente, el decálogo anterior.
Después hay que asegurarse de que la primera impresión sea seguida de un diálogo inteligente, que haya un proceso gradual de apertura y autoconocimiento. Mantener la mirada, recurrir a la metáfora. Rememorar el momento en que se conocieron. Mantener la cordialidad, la amabilidad y la estabilidad emocional. Ante todo, atención y tiempo.
Y cuando sea necesario reavivar el amor, hay que enviarle otros mensajes al cerebro: reducir la crítica, mostrar cariño, manifestar admiración, compartir experiencias que rompan la rutina, hablar a profundidad, mantener la intimidad, bajar la tensión, intentar algo nuevo. El cerebro permanece atento a los factores de atracción: el rostro, el lenguaje corporal, la piel, el cabello, los aromas y el contacto, la iluminación.
El libro concluye con un capítulo sobre los males de amores, por no llamarles patologías, y otro sobre los desafíos y las posibilidades que traen para el amor las tecnologías digitales, pero de eso no hablaremos hoy. Quedémonos con la idea de que el amor -suceda como suceda- “es una de las cosas más importantes de nuestra vida”.