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domingo, noviembre 24, 2024

Pasiones tristes, tristes pasiones

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Ya antes de la pandemia por COVID-19, el sociólogo francés François Dubet sentenciaba que el espíritu de la época que nos ha tocado vivir es de pasiones tristes. De iras y acusaciones. De resentimientos e indignación. De río revuelto –diríamos aquí- y ganancia de pescadores.

A la falta de ánimo y confianza en un mundo mejor poco le han ayudado, en general, los meses de confinamiento y nueva normalidad. Conocidos son los efectos de la crisis sanitaria en las dimensiones personal, económica y social. Temor, angustia, dolor, vacuidad, estrés, por un lado, brechas y más brechas, por otro. Pero la culpa no es del virus que se expandió en un mundo que lo precedía, que tenía sus discursos, sus mecanismos, sus reglas.

En su libro, La época de las pasiones tristes, el profesor emérito de la Universidad de Burdeos, explora cómo el régimen de desigualdades múltiples permite explicar la persistencia de emociones negativas, la dinámica social orientada al conformismo, la búsqueda de identidad y el creciente encono, lo que es aprovechado por la última clase que sobrevive y tiene consciencia de sí: la clase dirigente.

Si hablar de clases permitía constatar diferencias entre grupos de personas, también daba la impresión de estabilidad estructural y, por tanto, admitía la confianza en la movilidad social. En cambio, actualmente, las desigualdades han aumentado y se combinan de tal manera que terminamos siendo desiguales “en calidad de” y en relación con nuevos grupos.

En otras palabras, si antes el proletariado podría pensarse como una entidad homogénea, ahora las desigualdades pueden sufrirse, subjetivamente, en calidad de “asalariado más o menos bien pagado, estable o precarizado, poseedor o no de un título educativo, joven o viejo, mujer u hombre, residente de una ciudad dinámica o de un territorio en conflicto, de un barrio chic o de un suburbio popular, solo o en pareja, de origen extranjero o no, blanco o no, etc.” Estamos, pues, ante una yuxtaposición de sistemas o relaciones. La multiplicación de modos de vida no sólo socaba la supuesta homogeneidad de la ‘clase’, exacerba la necesidad de distinción entre cuyos rasgos distintivos se encuentran los hábitos de consumo.

Y de este modo encontramos tantas singularidades desde las cuales es posible situarse en la sociedad como combinaciones de desigualdades estemos dispuestos a reconocer y mezclar, ya que el posicionamiento personal depende en gran medida de las circunstancias y trayectorias individuales. El asunto se torna más biográfico que comprensible a través de “grandes relatos”.

Pero no queda ahí, ni se resuelve con la configuración de un perfil o un avatar. “La distancia entre las pruebas individuales y las apuestas colectivas abre las puertas al resentimiento, las frustraciones, a veces el odio a los demás, para evitar el desprecio de uno mismo”. Y al respecto vale la pena señalar que las desigualdades percibidas -correspondan o no a los hechos- son crueles, se consideran como una injusticia cuando no como desprecio y afrenta a la dignidad. Desencadenan emociones como el enojo y la tristeza. Y desafortunadamente no son un mal momento que pasará: están estrechamente ligadas a la comprensión de la estructura social.

Dado que las desigualdades no son las mismas para todos ni se viven del mismo modo, a menos que nos guste procurar la condición de víctima por excelencia valdría la pena preguntar: “¿en qué medida somos responsables de las desigualdades que nos afectan?” Y es que, por un lado, las desigualdades se perciben más por un marco moral que por el análisis objetivo de los hechos y, por otro lado, resultan del “juego de comparaciones” con los más cercanos.

Así, por un lado, en la sociedad, cada vez tenemos más indignados por desigualdades que comparten parcialmente con otros ciudadanos “en calidad de”, pero que son incapaces de solidarizarse y organizarse porque en otras “calidades” no encuentran coincidencias. Y, por otro lado, desde la clase dirigente, las acciones no se orientan a reducir las desigualdades sino a calificar la denuncia de las desigualdades como “reclamos justos”, incluso tratándose de exigencias contrarias y contradictorias entre ellas.

Repensar las desigualdades, no sólo desde el punto de vista económico y social, sino político y personal, puede ser un buen comienzo para que la indignación no se agote en una pose, para que el deseo de superación no evapore, para dar paso a la esperanza y la alegría… En suma: para  reducir las pasiones tristes.

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