17.2 C
Puebla
domingo, noviembre 24, 2024

Un Pingüino que jamás dejó de volar

Más leídas

Hace años, David Taylor, un gran amigo y mentor, me convidó a un restaurante insospechado, digno de reyes y hombres de poder: “El pingüino”. Ahí existía una mujer inimaginable: Lupita.
Tenía una sonrisa que abrazaba, te hacía sentir y dejar de hacerlo cuando así lo deseaba. Hablaba de todo y nada. Tenía ese frágil equilibrio entre lo que es, lo que puede ser y lo que será.
No soy un hombre privilegiado, siempre he tenido y padecido carencias; ella me hizo pensar que nada era imposible. Se acercó cariñosa y me susurró al oído que no debía estar nervioso, que si estaba ahí era por algo. Vivíamos una etapa de la vida política de Puebla en la que ella veía cosas que nadie veía. Siempre me aconsejó confiar en mí y jamás depender de nadie. Nunca hice caso. Su consejo siempre fue simple y suscinto: sigue, no escuches, da todo.
Ella jamás dudó de mí cuando me adjudicaron sociedades imaginarias con mil y un personajes.
En el Pingüino, ese restaurante privilegiado que hizo grande, siempre sonreía. Un día me confío algo: Mi niño, nunca dudes, siempre cree en ti, no estés nervioso. Siempre tenía las palabras adecuadas. Yo jamás correspondí. Nunca tuve el valor de rebelarme a nada. Ella continuó siempre estoica: sirviendo y elaborando una exquisitez inmerecida por muchos.
En sus últimos días hablamos. Me llamó cobarde por no enfrentar su realidad. Tenía razón. La muerte y yo tenemos una relación en exceso complicada. No acudí a su llamado. Le fallé.
Hoy escribo esto como una promesa a una mujer que siempre me llenó de esperanza y amor. Cuando navegas en las aguas que he navegado se desconfía mucho más de lo debido.
Lupita: no sólo existes en mi mundo, sino en el de muchos más. Quienes deberían haberte visitado en tu restaurante ya no tendrán ese privilegio.
Me quedo con tus consejos, la exquisitez de tus platos y la sublime compañía. Si alguien algún día llegara a ver un pingüino, no se equivoquen: sí vuela. Demasiado alto, mucho más alto de lo que nadie imagina. Tan alto que cegaría a cualquiera que intentará verlo. Sus alas no son tan fuertes, su complexión le condena, su espíritu supera todo lo anterior. Nunca se manchó. Nunca participó de lo que cualquiera pudiera llamar política.
Lupita: me pediste una única cosa en tu lecho, la cumpliré. Hasta siempre, querida insospechada.

 

Imagen Vía Internet

Más artículos

Últimas noticias