Una parte del cerro se derrumba y sepulta una casa en un paraje conocido como Piedras Pintadas. Hay tres habitantes descansando en la casa: una abuela con sus dos nietos. Es la noche del jueves 10 de octubre. Para la madrugada solo hay piedras y lodo como testigos impasibles. Y un solo sobreviviente: el hermano mayor, Gael.
Esta es una historia de dolor, una historia que no debería ser contada. Una madre pierde a su hijo y a su madre al mismo tiempo en un derrumbe de dimensiones catastróficas. En la sierra norte de Puebla se desarrolla una tragedia griega. Pierdes el fruto y pierdes la raíz. ¿Qué te queda? ¿Serás un tronco de árbol que se convertirá en piedra?
A veces las palabras no sirven para nada, ya no llevan mensaje, ya no son condolencias, son inútiles pájaros que no tienen alas. ¿Qué le dices a una madre que tiene entre su vientre y sus brazos un enorme vacío? ¿En qué cielo se columpia la sonrisa de un niño?
Varios hombres con los pies cansados van y vienen por la ribera del arroyo. Bomberos, marinos, soldados, voluntarios. Revisan las arenas, mueven ramas, escudriñan los rincones. Buscan un cuerpo entumecido, la aguja en el pajar, el pozo en el desierto, la piedra filosofal… Son como los hombres que buscan llegar al mar desde Macondo o como el hombre que va a Comala a buscar a su padre.
En esta casa desolada, de paredes rotas, solo queda el recuerdo de unos globos azules recordando el festejo de los seis años de un niño. Y unas manos de lodo en las paredes que buscaron apoyarse para escapar del peligro. Unas manos de lodo en las paredes de una casa en Piedras Pintadas que nos recuerdan el legado de los primeros hombres en las cuevas de Altamira.
Después de varios días, encuentran el cuerpo de la abuela entre ramas, piedras y lodo. Cerca de ella, un suéter rojo, que alguna ciño el cuerpo del pequeño.
Liam Tadeo es el nombre del niño que todos buscan y que no aparece. El nombre de un niño que se hace añicos en la garganta. El nombre del dolor y la desgracia. El nombre de la esperanza…
