María Rivera Álvarez nació en Chicontla, Jopala, Puebla, el 27 de marzo de 1933.
Sus padres fueron Leoncio Rivera Montenoy y María Álvarez Vargas, quienes procrearon cinco hijos: Zoila, Eloína, Taide, María y Alfonso.
María cursó hasta el tercer grado de primaria en la escuela Venustiano Carranza de Chicontla, debido a que en esos años era muy difícil el acceso a la educación.
Cuando era pequeña su vida fue cómoda, pues sus padres eran comerciantes: don Leoncio era de oficio carnicero y doña María tenía una de las tiendas mejor surtidas del pueblo. Sin embargo, ella contaba que, en algunas ocasiones, salía con una canasta a vender pan o cacahuates. También era aficionada a la costura, pues una de sus tías practicaba ese oficio.
En una ocasión, cuando contaba con 18 años, sus padres la llevaron a México con el pretexto de mandarla a estudiar, pero en realidad querían separarla de su novio Carlos Andrade Velázquez. En la Ciudad de México, estudió en una Academia de Corte y Confección, y estuvo ayudando a una señora que le confeccionaba los vestidos a las artistas de renombre en esa época. Así es como aprendió un oficio que le habría de ayudar en sus momentos de infortunio.
En 1955 se casó en matrimonio civil y eclesiástico con el amor de su vida, Carlos Andrade, quien se hizo obrero de PEMEX, estableciendo su domicilio en Poza Rica, Veracruz. Con él procreó cinco hijos: Carlos Alfonso, Adela, Miguel Ángel, Víctor Hugo y María del Carmen.
En 1964 regresaron a vivir a Chicontla y establecieron su domicilio en una casa propiedad de don José Macín, donde instalaron una tienda de abarrotes. Posteriormente iniciaron la construcción de una casa habitación en un terreno que les donó su suegra Adela Velázquez Lechuga, donde María radicó toda su vida.
En 1968, su esposo Carlos Andrade, siendo presidente auxiliar, enfermó de cáncer y falleció en el mes de agosto de 1969, dejándola sola y con cinco hijos pequeños, pues Carlos Alfonso, el mayor, tendría escasos 12 años.
Desde ese momento, su vida tendría un cambio radical, pues con la enfermedad de su esposo tuvieron que vender los bienes materiales que poseían, quedando prácticamente en la pobreza. En ese momento trágico ella decide que va a luchar por sus hijos y a darles una buena educación puesto que esa había sido la petición de su esposo moribundo: “Quiero que mis hijos salgan a estudiar”. En esas circunstancias adversas, decide dedicarse a la venta y a la confección de ropa. Adquiría sus materiales en la Ciudad de México y cosía en una máquina Singer que le permitía atender las exigencias de sus clientas. Ahí es donde se le empieza a conocer con el nombre de “Doña Maruquín”.
Sin embargo, no todo sería fácil. Unos meses después de la muerte de su esposo, en una ocasión que iba viajando de Chicontla hacia Villa Juárez, una falla mecánica hizo que descendieran de la camioneta “La Manzanita” y que subieran caminando la pendiente en la salida de Patla. En ese momento, unos vaqueros imprudentes que llevaban una vaca amarrada “a dos reatas” hicieron su aparición; ella resbaló y cayó al suelo; el animal pisó el hombro derecho de doña Maruquín, causándole una fractura de clavícula que la mantendría con yeso e inactiva durante seis meses.
Más tarde, ya recuperada, practicando el método de corte que aprendió en la Academia, creció su fama de costurera y pronto inició en la confección de los uniformes escolares de la primaria de Chicontla. También hizo los uniformes de los alumnos de Patla y de San Pedro, lo que le permitió gozar de ingresos económicos para enviar a sus hijos a estudiar en otras ciudades.
Con la venta de los uniformes logró comprar unas novillonas que posteriormente vendió y con un préstamo otorgado por el banco; le compró a su madre el terreno denominado “La Pahua”, donde muchos años más tarde Doña Maruquín habría de fraccionar para construir la colonia Las Buganvilias.
Además de comerciante, doña Maruquín fue presidente de un comité de cafeticultores; presidente de una asociación para la comercialización de la vainilla. Fue maestra de Corte y Confección en la Escuela secundaria por Cooperación “Alfonso Andrade Sosa”. Ella hablaba con naturalidad el totonaco, su segunda lengua, la que empleaba para comunicarse con sus numerosas comadres.
Algunas de sus frases favoritas eran: “Hay que sufrir para merecer” y “el que persevera, alcanza”, aunque siempre se encomendaba a Dios para todas sus acciones. Su gran orgullo fue constatar que sus cinco hijos se convirtieron en profesionistas.
¿Ya mayor, cuando sus hijos crecieron y se volvieron profesionistas, tuvo oportunidad de salir del país. Transcurría el año 2002 cuando en compañía de Miguel Ángel y su familia viajó a Roma, conoció la basílica de San Pedro y tuvo la oportunidad de escuchar al Papa Juan Pablo II en la celebración del Ángelus; conoció el Coliseo Romano y la torre de Pisa. Además, en París, conoció la torre Eiffel, visitó el museo de Louvre, conoció el Palacio de Versalles y paseó por sus fabulosos jardines.
En 2016, a sus 82 años, cumplió su sueño de viajar a la ciudad de New York, donde conoció la Estatua de la Libertad, observó la cuidad desde lo más alto de un rascacielos, admiró las pinturas más famosas en el Museo de Arte Moderno y caminó por la Quinta Avenida, deslumbrada por sus escaparates.
Doña Maruquín falleció en el hospital del ISSSTEP de la ciudad de Puebla el 10 de agosto del 2019 y sus restos fueron sepultados en el panteón de Chicontla.
¡Por su carácter, por su valor, por su generosidad, por sus obras, por romper con las ataduras de su época, doña Maruquín fue una mujer serrana ejemplo de perseverancia!