Alguna ocasión el escritor Gabriel Zaid se quejaba de que en nuestro país se le daba mucho dinero a la ciencia y ésta producía resultados magros.
Yo le replicaba, aduciendo que, en efecto, a veces se asignaba mucho pero luego se daba muy poco.
No había continuidad ni ritmo, y de esa manera, con hipo permanente, era duro cantar. La mayoría no piensa en detalles como: “¿Qué van a comer los estudiantes de posgrado que vengan a realizar entrenamientos de varios meses, incluso años? ¿Dónde van a vivir?”. No es el caso del grupo de física de la BUAP que dirige el doctor Arturo Fernández. Gracias a su solidez intelectual y buen trato, Fernández logró que su equipo instalara el detector ACORDE (A Cosmic Ray Detector) en ALICE, uno de los cuatro experimentos de gran envergadura que se sirven del Gran Colisionador de Hadrones (LHC), localizado en las afueras de Ginebra.
Dicho detector sirve para estudiar los rayos cósmicos que atraviesan la Tierra, en particular los muones. Alguna vez, con el fin de mostrar su investigación al público que suele venir al Laboratorio Europeo de Investigaciones Nucleares (CERN) los días de puertas abiertas, a los colaboradores de Fernández se les ocurrió hacer una versión de los plásticos cintiladores, o Cherenkov, que usan en el detector con objeto de que niños y adultos tuvieran la experiencia de “cachar” el paso de un muón. Para hacerlo más gráfico convirtieron las señales que dejan los muones en unas de tipo eléctrico, asignando focos con colores distintos. Más tarde pensaron que podían incluir también tonos musicales, lo cual les permitió anunciarlo como el “piano cósmico”, pues al pasar los muones por los detectores se crea una musicalidad aleatoria, que hace las delicias de chicos y grandes donde se presenta. Un jazzista lo incluyó en su presentación durante el festival de Montreux.
Con el perfeccionamiento de los artefactos que permiten a través de ALICE ver más allá de lo evidente, así como el poder renovado del LHC a partir de este verano, un nuevo detector del grupo poblano está en posibilidades de medir tales chorros provenientes del espacio exterior con sorprendente precisión. Se trata de un conjunto de 60 módulos de plástico Cherenkov colocados sobre el imán central de ALICE. Además, la señal generada fue de gran utilidad en los últimos meses para calibrar, alinear y mejorar el desempeño de otros dispositivos vitales del experimento. “Uno de los principales objetivos”, dice Fernández, “es ahondar en la comprensión de las interacciones nucleares a muy altas energías, aspecto fundamental para entender qué sucede cuando estos rayos provenientes del cosmos interactúan con la atmósfera terrestre. También nos gustaría encontrar eventos raros, exóticos”.
Esto difícilmente sería posible sin la estabilidad emocional que proporciona el apoyo constante de la BUAP a la ciencia de clase mundial. Gracias a las gestiones del doctor Fernández, quien sí pensó en dónde iban a dormir sus estudiantes y qué habrían de comer diario, desde hace algunos años se ahorran enormes recursos al rentar un pequeño departamento del lado francés (menos oneroso que la opulenta Ginebra y el comedor del CERN), un oasis que llamo “la casa del niño poblano”. Aquí han recibido posada jóvenes dedicados a establecer un diálogo fértil, de largo plazo, con los mejores científicos y tecnólogos del mundo en el campo de la Física de Alta Energías. He sido testigo de su entusiasmo al salir en bicicleta todas las mañanas, muy temprano, emocionados de colaborar en ese magno esfuerzo por conocer los misterios del Universo profundo, y más tarde, de noche, regresar a cenar como se debe y dormir a pierna suelta, sabiendo que el rompecabezas cósmico los espera al día siguiente. Las acciones inteligentes siguen dando frutos.
Uno de estos jóvenes ha sido contratado por el Departamento de Física de la prestigiosa Universidad de Princeton, incorporándose a CMS, investigación del CERN igualmente espectacular, fascinante y multimillonaria. El talento de un segundo joven investigador fue reconocido por una empresa de ultra alta tecnología finlandesa y nuestro amigo se mudó al frío. ¡Larga vida a la casa del niño poblano!