Desde la Academia de Política Digital, en coordinación con el Centro de Ética Digital, celebramos la graduación de una nueva generación de Maestros en Gobernanza Digital: profesionales que asumen, con preparación, los retos éticos, tecnológicos y políticos de la era digital.
Esta generación —formada bajo un modelo académico riguroso e interdisciplinario— representa el nuevo rostro del liderazgo público: uno que combina inteligencia de datos, pensamiento crítico, vocación de servicio y sensibilidad ante los dilemas éticos de la transformación digital.
“Hoy no solo celebramos un logro académico. Celebramos que el servicio público y la innovación tecnológica pueden caminar de la mano cuando están guiados por principios y formación estratégica”, señaló Marcelo García Almaguer, rector de la institución de educación superior.
El Centro de Ética Digital, primer organismo en su tipo en México, ha acompañado esta formación desde una perspectiva de derechos, justicia algorítmica y gobernanza responsable. Su colaboración ha sido clave para consolidar una visión integral en el liderazgo que hoy egresa.
Les damos la más cálida bienvenida a la comunidad de líderes digitales que, desde México, marcan la pauta para los gobiernos e instituciones del siglo XXI.
Discurso de Marcelo García Almaguer, rector de la Academia de Política Digital
Gracias por tus palabras, Mtra. Olivier.
Desde nuestros orígenes, previo a la pandemia, uno de los pilares fundamentales de esta institución de educación superior ha sido reunir “al mejor cuerpo docente del país.”
Hoy, con orgullo y mucha satisfacción, podemos afirmar que nuestro claustro académico está integrado por más de 30 docentes, conformado por consultores de reconocido prestigio, expertos provenientes de diversas industrias y académicos de renombre que han sido convocados no solo por sus conocimientos y trayectoria, sino por su liderazgo y capacidad de influencia en los procesos de transformación del país.
Tengo el gusto de dar la bienvenida a los nuevos docentes que se incorporan a la Academia de Política Digital, y les pido amablemente pasen al frente para otorgarles la estola de nuestra institución:
A todas y todos ellos, nuestro más sincero agradecimiento por su vocación, su guía académica y por haber sembrado, junto con nuestros alumnos de posgrado, el pensamiento crítico que tanto requiere nuestro país.
Para mí es un privilegio estar aquí, en compañía de nuestra comunidad de alumnos que hoy reciben el grado de Maestría en Gobernanza Digital y Diplomado en Protocolo de Crisis Digital.
Es un verdadero honor contar con la presencia de sus familiares y amistades, quienes hoy los acompañan con orgullo en esta celebración. Su respaldo ha sido parte fundamental… y este logro… también es suyo.
En los últimos dos años, hemos sido testigos de un fenómeno sin precedentes: la innovación tecnológica ha avanzado a un ritmo que supera nuestras estructuras éticas, jurídicas e institucionales. Herramientas de inteligencia artificial, modelos predictivos y plataformas automatizadas se lanzan al mercado sin darnos el tiempo suficiente para reflexionar, evaluar sus consecuencias, establecer límites o diseñar estándares de convivencia.
La tecnología avanza vertiginosamente, y la ética… ha sido rebasada. El resultado de esta dinámica es prometedor, pero también preocupante: una brecha creciente entre lo técnicamente posible y lo moralmente aceptable. Y en esa ventana surgen efectos no previstos: desinformación amplificada, sesgos algorítmicos, violación a la privacidad, manipulación emocional, violencia digital, pérdida de autonomía… y la lista seguiría creciendo.
Lo anterior abona a la ya deteriorada confianza pública a lo largo de todo el tejido democrático.
En lugar de diseñar marcos culturales de adopción para anticipar y encauzar estos avances tecnológicos, la mayoría de las veces actuamos tarde; es decir, reaccionamos. Y muchas veces, cuando los daños ya son visibles —y en ciertos casos, hasta irreversibles— es muy tarde actuar.
La sociedad no cuenta con “reglas de adopción” que acompañen estas herramientas desde su origen, y los gobiernos aún luchan por adaptar marcos regulatorios heredados de otra época. Un claro ejemplo: las universidades imparten clases para enfrentar el futuro con libros de hace 15 años.
Desde la academia, y en coordinación con el Centro de Ética Digital —el primero en su fundación en México— sostenemos que esta brecha no es solo un desafío técnico: es un problema de gobernanza y visión pública.
Cerrar esta distancia requiere un enfoque colaborativo, que integre a expertos, responsables de política pública, filósofos, juristas, comunicadores y sociedad civil.
No se trata de frenar la innovación; se trata de garantizar que el desarrollo tecnológico sea coherente con nuestros valores más fundamentales: dignidad humana, equidad, justicia, transparencia y sostenibilidad.
El tiempo de observar pasivamente ya pasó. Necesitamos gobernanza ética desde el diseño, necesitamos educación cívica digital con pensamiento crítico, necesitamos participación activa en la construcción de normas para el mundo que estamos enfrentando.
Porque la pregunta no es solo qué puede hacer la tecnología, sino con qué propósito debería de crearse, para quién y bajo qué condiciones.
La ética no debe ir detrás: debe ir al frente del desarrollo tecnológico. Y esa es una tarea colectiva.
En la era de la Gobernanza Digital, la tecnología emergente como el Grok, ChatGPT o Gemini se ha convertido en una prótesis cerebral: una extensión artificial del pensamiento, diseñada no tanto para promover el análisis crítico, sino para reforzar certezas y automatizar procesos que poco a poco están generando una cultura de copiar y pegar.
Esta prótesis, lejos de representar un avance cognitivo, opera como una estructura pseudocognitiva que emula el pensamiento sin cumplir sus funciones primordiales: no hay deliberación, no hay contraste, mata la duda y el despertar de la curiosidad… se anestesia lentamente.
El Dr. García Flores, mi padre, afirma que ChatGPT se ha convertido en una prótesis cerebral. No amplía nuestras capacidades críticas: las sustituye con respuestas automáticas y tribalizadas ante determinadas palabras clave, imágenes o narrativas.
Como advertía Yuval Noah Harari en su libro Homo Deus, los algoritmos ya no solo predicen nuestras decisiones: empiezan a condicionarlas, incluso a tomarlas por nosotros. Y el verdadero peligro —dice Harari— no es que las máquinas nos impongan una ideología, sino que se conviertan en nuestra ideología. Cuando confiamos en la IA para decidir qué leer, a quién amar, por quién votar o qué consumir, delegamos nuestros juicios morales y políticos a sistemas que no razonan, solo optimizan.
Según un estudio reciente del conglomerado Apple, ChatGPT no hila razonamiento de nuevo origen. En este sentido, la ideología digital es también una forma de delegación radical de la autonomía: una fe ciega en el cálculo como sustituto del juicio.
Hoy no solo celebramos el cierre de un ciclo académico; celebramos también la apertura de una nueva responsabilidad: la de liderar con visión, con criterio, con ética y con sentido de futuro.
Porque gobernar en la era digital no es administrar tecnologías: es entender a fondo sus impactos, defender la dignidad humana y construir confianza en un mundo cada vez más automatizado y volátil.
Este título que hoy reciben no es un punto final. Es una credencial de confianza, un compromiso con la deliberación, con el pensamiento crítico y con la transformación pública.
Ustedes no solo tienen las herramientas. Tienen también la responsabilidad de hacerlas significativas.
¡Enhorabuena, generación 2025!