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jueves, diciembre 18, 2025

Conversaciones con Octavio Paz

Conversaciones con Octavio Paz

Debo confesar que no tenía yo la intención de acercarme a él, pero las circunstancias lo pusieron en mi camino, ya saben, una cosa lleva a la otra. En 1992 un pequeño grupo de escritores fuimos invitados a ofrecer una serie de lecturas y conferencias literarias durante octubre en diversas ciudades de los Estados Unidos a fin de promover una antología intitulada New Writing from Mexico, monumental traducción que acababa de publicar Northwestern University en Evanston, Illinois, no muy lejos de Chicago.

Uno de los compañeros de viaje fue el poeta y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM), Manuel Ulacia Altolaguirre, muy cercano a Octavio, con quien era fácil trabar amistad por su trato amable y charla amena. Además, la presentación de nuestra lectura en la Universidad de Nueva York corrió a cargo de Eliot Weinberger, excepcional ensayista y quien tradujo a Paz para la editorial New Directions.

No puedo olvidar que, animado por estos amigos, al regresar de la gira, un viernes de noviembre del mismo año de 1992 llamé por teléfono al secretario de redacción de Vuelta, en ese entonces el poeta Aurelio Asiain, y le propuse una columna mensual que se llamaría “Paisaje de la ciencia”. Me dijo que lo platicaría con OP. El lunes tenía ya una respuesta. Empezaríamos Ignacio Helguera, con su “Atril del Melómano”, y yo, con el Paisaje, a partir de enero de 1993, más una “Carta desde Guadalajara”, que durante un tiempo se turnaron varios escritores jalisciences.

Pocos días después de haber publicado mi primera colaboración sonó el teléfono de mi casa; una voz femenina con acento francés al otro lado de la hebra dijo: “Hola, Caglos, Octavio quiegue hablag contigou”.

Casi se me sale el corazón. Era la adorable Marie Jo, de eso no tenía la menor duda, pero, ¿a qué se debía la llamada? ¿Recibiría un jalón de orejas? ¿Sería mi debut y despedida en Vuelta? Por fortuna, nada de eso sucedió.

El peso de la historia

Mi primer texto fue una entrevista larga al notable historiador de la ciencia, Elías Trabulse. Paz quería que abundara en los intríngulis de una sociedad, la novohispana, que se resistía a adoptar el criterio científico como forma de vida, empeñada en mantener el oscurantismo como dogma. Ni en ese primer momento, ni después sentí que su intención fuese interrogarme, probar qué tanto sabía de tal o cual asunto, en este caso del barroco mexicano, sino abonar al razonamiento porque, según él, la historia tiene un peso específico en el comportamiento de las sociedades. Le prometí que seguiría investigando acerca de los asuntos y matices que fui incapaz de esclarecer en ese momento.

Pocos días después Aurelio me invitó a un evento en el que se presentaría una nueva edición de la traducción de los poemas del poeta japonés Matsuo Basho (1644–1694) que Paz había llevado a cabo asistido por el especialista Eikichi Hayashiya. En 2014 Aurelio publicóJapón en Octavio Paz bajo el sello del FCE, un magnífico estudio sobre la senda de Oku que OP emprendió, sobre todo cuando fue embajador en las islas japonesas.

Esa vez hablamos de la creación de mitos, como el de la Virgen de Guadalupe, promovido hacia la segunda mitad del siglo XVII por los criollos encabezados por Carlos de Sigüenza y Góngora. Sin embargo, aseguré, éste defendió el conocimiento científico con la misma vehemencia que rastreó supuestas pistas guadalupanas en diversos sitios del Virreinato. Paz hizo notar que en este caso, como en el de Sor Juana Inés de la Cruz, se trata de personajes extraordinarios, forjados en el horno de una sociedad claroscura, amalgamados en el doloroso crisol de la nueva nación.

Pasión por lo visual

Al cabo del tiempo Paz adquirió la costumbre de llamarme una vez al mes, o bien a través de Aurelio, me enviaba invitaciones a diversos eventos. No quisiera dar la impresión de que era una persona fácil; en realidad oscilaba entre lo mercurial y lo saturniano, entre estados de euforia y depresión; no por nada en particular, por todo en general. Detestaba a los lisonjeros y a los intelectuales cosméticos.

Su comprensión de lo que las ciencias y su herramienta, la tecnología, podían brindarnos lo empujaba a inquietarse, a veces a angustiarse. Me atreví a proponer una columna de ensayo literario con tema científico porque estaba seguro de que Paz lo entendería. En efecto, fue así; atiné al ponderar el auge de lo visual en la imaginería científico–tecnológica, en lugar de ofrecer farragosas y aburridas explicaciones. Paz agradeció que no lo tratara, ni a él ni a los lectores de Vuelta, con la arrogancia del sabelotodo.

Una de las facetas de su literatura que más admiré fue la manera genial de enriquecer lo que uno observa en una obra de arte. Como un Virgilio de cualquiera que muestre curiosidad, OP nos guía al interior de lo infernal y lo celestial que conviven en ese trozo de tela y colorantes, o bien en aquel pedazo de piedra o metal que el artista ha tocado.

Ejemplo de ello es su poema para el pintor surrealista chileno Roberto Matta, La Casa de la Mirada. Su mirada de los peldaños que conforman una cuasi invisible escalera del universo fue minuciosa, audaz cuando interpretó lo que sucedía en el cosmos y cómo éste ha evolucionado; sus propuestas poéticas son imágenes que iluminan los procesos mentales, los sueños del observador y los temores de los adelantados.

Paz se distingue entre los grandes poetas porque, parafraseando a Gilbert K. Chesterton, algunos de ellos, con toda su magnificencia literaria, seguirán conformándose con meter la cabeza en el cielo para engrandecer su poesía. Otros, por el contrario, más avezados e imaginativos, se atreverán a inundar de cielo su cabeza, sin importarles en cuántos colores termine descompuesta. Tal fue el caso de Paz.

Y no es que haya recurrido al truco elemental de mencionar en sus poemas matraces y ecuaciones, o pretender reproducir sucesos de la ciencia. Poemas como “La casa de la mirada” nos muestran el espíritu lúdico de una persona curiosa, cuya inteligencia supo reconocer el juego de semejanzas y contrarios entre lo subatómico y lo sideral. Explorador de la palabra moderna, nos invitó a experimentar de una manera estética los nuevos conceptos de la luz, el tiempo y el espacio articulados por las ideas emanadas del conocimiento científico:

“Estás en la casa de la mirada, los espejos han escondido todos sus espectros,

no hay nadie ni hay nada que ver, las cosas han abandonado sus cuerpos,

no son cosas, no son ideas: son disparos verdes, rojos, amarillos, azules,

enjambres que giran y giran, espirales de legiones desencarnadas,

torbellino de las formas que todavía no alcanzan su forma.”

Conociendo su seria afición por el pensamiento científico, podemos comprender mejor cómo a lo largo de estos versos dedicados a la expresión pictórica de Matta se permite trastocar el tejido espacio-temporal y jugar de manera deslumbrante con la luz. Las primeras líneas del poema dicen así:

“Caminas adentro de ti mismo y el tenue reflejo serpeante que te conduce
no es la última mirada de tus ojos al cerrarse ni es el sol tímido golpeando tus párpados:
es un arroyo secreto, no de agua sino de latidos: llamadas, respuestas, llamadas, hilo de claridades entre las altas yerbas y las bestias agazapadas de la conciencia a oscuras.”

Mirar, observar, otear, percibir los cuerpos luminosos pintados de sombras propone el poeta en un diálogo que se perpetúa en el tiempo, extendiendo sus lazos hacia el universo y hacia el mundo de las partículas subatómicas. No se trata de retruécanos apantallantes. Paz, además de las estrellas, era un apasionado de este mundo apenas visible; de hecho, llegó a entablar correspondencia con Steven Weinberg, premio Nobel por sus aportaciones al esclarecimiento de semejante realidad particular. Octavio lo invitó a ofrecer una conferencia en El Colegio Nacional, y me pidió que lo acompañara durante su estancia en México; desafortunadamente Weinberg enfermó y no pudo asistir.

Pero dio pie para hablar de este notable físico cosmólogo. “Las emociones deben prevalecer al contemplar ese mundo apenas perceptible, interno”, me dijo Paz, cosa que hubiera sido aleccionador discutir con su amigo Weinberg, quien pronunció un apasionado discurso en defensa de la investigación científica dentro del átomo sin fines bélicos ante los miembros del Congreso de los Estados Unidos. Como ironizó OP, sin duda los estudiantes y poetas lo entendieron mejor que ellos.

Paz me abrió las puertas de la casa de la mirada, me animó a seguir visitando los sitios donde se indaga el origen y destino de todas las cosas, esto es, los gigantescos telescopios y los enormes aceleradores de partículas. “Tráiganos noticias de esos aquelarres que celebran esas tribus en su intento por develar la intimidad de la materia, donde nada se da por sentando y todo debe de ser probado mediante experimentos sofisticados”, sentenció Paz.

Lo externo define el sendero interior, aseguraba él, quien además de Steven Weinberg, mantuvo amistad con el explorador del cableado fisiológico que sustenta la mente humana, el también premio Nobel Gerald M. Edelman. La realidad que subyace en el surrealismo está encarnada en pensamientos saturnianos transportados por Mercurio.

“…al entrar en ti mismo no sales del mundo, hay ríos y volcanes en tu cuerpo, planetas y hormigas,
en tu sangre navegan imperios, turbinas, bibliotecas, jardines,
también hay animales, plantas, seres de otros mundos, las galaxias circulan en tus neuronas,
al entrar en ti mismo entras en este mundo y en los otros mundos,
entras en lo que vio el astrónomo en su telescopio, el matemático en sus ecuaciones:
el desorden y la simetría, el accidente y las rimas, las duplicaciones y las mutaciones,
el mal de San Vito del átomo y sus partículas, las células reincidentes, las inscripciones estelares.”

Somos la bisagra que facilita el movimiento corpuscular, subatómico, cósmico. Más adelante, Paz especula acerca de nuestra posición en el universo, los desafíos fantásticos que enfrentamos ayer, hoy y lo seguiremos haciendo mañana.

“La tierra es un hombre, dijiste, pero el hombre no es la tierra,

el hombre no es este mundo ni los otros mundos que hay en este mundo y en los otros,

el hombre es la boca que empaña el espejo de las semejanzas y dice sí,
el equilibrista vendado que baila sobre la cuerda floja de una sonrisa,
el espejo universal que refleja otro mundo al repetir a éste, el que transfigura lo que copia,
el hombre no es el que es, célula o dios, sino el que está siempre más allá…”

Paz insiste en la idea especular, pues en el fondo somos reflejo de la luz del Sol. Juega con la idea de la evolución más alla de las especies. Propone la poesía como el reducto final que, quizás, nos permita trascender.
“…los espacios fluyen y se despeñan bajo la mirada del tiempo petrificado,
las presencias son llamas, las llamas son tigres, los tigres se han vuelto olas,
cascada de transfiguraciones, cascada de repeticiones, trampas del tiempo:
hay que darle su ración de lumbre a la naturaleza hambrienta,
hay que agitar la sonaja de las rimas para engañar al tiempo y despertar al alma,
hay que plantar ojos en la plaza, hay que regar los parques con risa solar y lunar,
hay que aprender la tonada de Adán, el solo de la flauta del fémur,
hay que construir sobre este espacio inestable la casa de la mirada,
la casa de aire y de agua donde la música duerme, el fuego vela y pinta el poeta.”

OP nos muestra cómo, querámoslo o no, en la práctica se ha disipado la idea neoromántica de que Gea (algunos la escriben “Gaia”, anglicismo que se refiere a la diosa de la Tierra entre los antiguos griegos) conduce la trama del espacio-tiempo humano. Desde que en 1950 se abandonó la rotación terrestre como medida del tiempo por el viaje de un haz de átomos de cesio, descubrimos que Gea no dirige nada y es parte de un mecanismo más bien impreciso; según otros, estamos frente a una adicta al diseño, incapaz de hacer otra cosa que repetir sus patrones hasta que el combustible se agote.

Según Paz, “el pensamiento teje y desteje la trama”, no Gea. El Sol es nuestra clepsidra, por lo que, mientras el helio fluya, antes que nadahabrá poesía que leer y la de Octavio Paz será una de las que continúe alimentando de líquido vital el reloj sempiterno.

Poesía de la ciencia, ciencia de la poesía

Los versos dedicados a Matta ilustran las sorpresas literarias que puede brindarnos la imaginación científica a través de los ojos de un gran pensador. A lo largo de esas conversaciones comenzó a revelarse un Paz curioso, cuya asombrosa inteligencia lo llevaba a dar dos o tres pasos por delante de su interlocutor; quizás podía ser apabullante, pero nunca pedante gracias a su magia de poeta, a su gusto por conversar si el momento era propicio.

Comprendió desde el primer instante que la divulgación de la ciencia per se, en ese entonces en pañales, era desde luego algo importante, siempre y cuando se transmitiera con ingenio y eficacia literarios. Pero más interesante, trascendental, sería explorar asuntos, pasajes históricos, conjeturas, invenciones desde la óptica del poeta. Había que hacer poesía de la ciencia con mesura y azoro, de la misma manera como él había reflexionado sobre lo que puede aportar a la exégesis poética el espíritu científico. Repito, no se trataba de aplicar ecuaciones a fin de ensayar acerca de la acción poética, cosa extravagente y snob, sino de aprender a descubrir los vasos comunicantes que a veces se forman subrepticiamente entre la invención literaria y la imaginación científica.

“Hay que mostrar curiosidad gatuna”, me dijo con una sonrisa pícara, “pues la misma curiosidad que mató a un gato, dicen, salvó a otro”.

Entrar en diálogo con OP resultó siempre una ingeniosa forma de dibujar constructos efímeros, pues si bien sabíamos que habrían de esfumarse en el hilo de cobre o en el fugaz encuentro social, de alguna insospechada manera nos llevarían a pensar las cosas dos veces, nos convertirían en libertarios de la palabra, en sembradores de dudas útiles en el lector.

El día en que ocurrió el deceso de Paz me encontraba en el poblado británico de Cambridge. Apesadumbrado, levanté el teléfono de la red interna de colegios y marqué la extensión del profesor George Steiner, con quien había platicado semanas atrás acerca de las relaciones entre literatura, filosofía y ciencia. “Día triste como pocos”, me dijo, “un distinguido habitante de la casa de la mirada nos ha dejado”.

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