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jueves, octubre 10, 2024

¿Por qué sólo hacia el Norte?

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Fue hace una semana cuando me encontré con un artículo del doctor Eugenio Raúl Zaffaroni, otrora juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en donde tajantemente señalaba, a propósito de la guerra entre Rusia y Ucrania, que “es momento de preguntarnos qué tan civilizados son los europeos y los estadounidenses”1.

Inmediatamente, esas palabras -como estoy seguro de que pasará a más de uno- hicieron eco estruendoso, puesto que, apelando a la costumbre y a la aparente normalidad, se piensa en los países del “norte del globo terráqueo” como los máximos reformadores, los garantes de la civilización e, inclusive, como un sentido puramente paternalista. 

Lo anterior no es nuevo. Ya es harto conocido aquel debate entre Juan Ginés de Sepúlveda y Fray Bartolomé de las Casas, a mediados del siglo XVI, en donde el primero de ellos señalaba que los naturales de América no tenían alma y, por ende, eran incapaces de gobernarse a sí mismos, situación contrariada por Bartolomé de las Casas2. Tal proceso, aunque, no concluye en ninguna victoria contundente de una postura sobre otra, sí abrió paso a las llamadas “Leyes de Indias”, donde se observaba un marcadísimo proteccionismo paternalista. 

Pareciese, entonces, que las cosas no han cambiado en demasía, ya sea porque el trato hegemónico se sigue cosechando en el llamado “viejo continente”, o bien, por mero consentimiento y aparente beneplácito de quienes formamos parte de los países que conforman Latinoamérica. Lo anterior, toda vez que tanto las naciones del hemisferio norte (contándose también Australia por formar parte de la Commonwealth), como sus organismos supra nacionales, entiéndase la OTAN o la Unión Europea, fungen como auténticos legisladores y jueces del mundo. 

A lo anterior, habrá que sumar que, más allá del elemento histórico -que claramente relata un dominio pleno por parte de los Estados del norte y los retrata como el centro-, el elemento económico tiende a fungir como la principal directriz en estos tiempos3. Tal parece que la frase de la célebre Dama de Hierro, Margaret Thatcher, “la economía es el método, el objetivo es el alma”, es la principal vía de dominio hacia una civilización que, a lo sumo, puede solamente pensar en “tropicalizar” las costumbres, instituciones, pensamientos, aspiraciones, y un largo etcétera en la larga lista de asimilaciones culturales. 

Debido a lo anterior, señalaba el Papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti4, a propósito de la tendencia a la dominación económica mayoritariamente por los países del norte, queAbrirse al mundo es una expresión que hoy ha sido cooptada por la economía y las finanzas. Se refiere exclusivamente a la apertura a los intereses extranjeros o a la libertad de los poderes económicos para invertir sin trabas ni complicaciones en todos los países.” No pretendo, por este medio, politizar acerca de la fuente -que si bien, constituye el sumo pontífice de la iglesia católica, su lenguaje e intención es mucho más social y filosófica que propiamente teológica-, sino, a grandes rasgos, dejar entrever la situación actual y real en que estamos parados como integrantes de América Latina y, en términos generales, como partícipes del capitalismo periférico. 

¿Por qué sólo hacia el Norte? ¿Hasta dónde seguirá siendo aceptable el ego conquiro5 (“yo conquisto”), en el que las naciones europeas han fundado sus actuaciones desde hace más de 500 años? Quizás sólo haga falta una vuelta al olvidado Sur para responder. 

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