Publicado originalmente por Vanessa Romero en Reforma, compartimos este reportaje por su relevancia e interés periodístico:
Cansada del largo destierro, la oposición mexicana busca regresar a la casa de su infancia en barco ajeno. El nuevo acto teatral demandará abandonar el Pantone rosado y vestirse de bucanero.
Una bandera negra, estampada con una sonriente calavera bajo un sombrero de paja, presidirá el amañado aquelarre generacional.
El emblema proviene de un cómic japonés titulado One Piece, nacido a finales de los noventa. En sus páginas, un grupo de jóvenes piratas atraviesa inmensos mares desafiando estructuras opresivas y persiguiendo la libertad.
La ambigüedad y la potencia simbólica de la historieta han permitido que muchos jóvenes -en especial los de la llamada Generación Zeta, nacida entre mediados de los años noventa y la década de 2010- adopten sus símbolos como ventanas para mirar el mundo.
En otras latitudes, el estandarte del cráneo risueño ha sido empuñado por manos juveniles con diverso grado de provecho. Ocurrió en Indonesia, en Madagascar, en el Perú y en el Paraguay. En todos esos territorios, el manga devino en gesto de hartazgo generacional.
No fue un juego de niños: en Nepal, el serpenteo de la calavera acompañó el declive del primer ministro.
Así, desafiando la realidad -como si México fuera Nepal o como si este gobierno no rebosara de puntos porcentuales de legitimidad- el ala diestra de nuestro espectro político -la llamada sociedad civil México, la marea rosa, los claudios y los ricardos, etcétera, etcétera- insiste en anunciar que los piratas han desembarcado.
Nombran presagio a su nueva puesta en escena.
Proclamándose jóvenes, entonaron Gimme tha Power y México en la Piel como grito de guerra. Pudor debería causarles a los organizadores ese torpe intento de cortejar a quienes -por edad y por fortuna- apenas tienen una vaga idea del señor que responde al nombre de Luis Miguel.
Anunciándose orgánicos, fue sencillo rastrear sus cuentas hasta las mismas redes que alimentaron la marea rosa de la temporada anterior.
Aclamándose adolescentes, lanzaron su campaña desde redes poco frecuentes para el público juvenil: Instagram y Facebook.
Denominándose zoomers -el mote usual para la generación de la última letra-, hicieron circular afiches de “se busca” con el rostro de López Obrador, sin advertir que, en el cómic del que aseguran inspirarse, figurar en esos carteles es motivo de honor.
Adjetivándose apartidistas, hicieron ondear su bandera en la Cámara de Diputados a manos de Carlos Gutiérrez Mancilla, político tricolor recordado únicamente por su agresión física a Gerardo Fernández Noroña.
Tildándose de neutrales, su primera movilización -convocada para el 15 de noviembre- es impulsada por influencers vinculados al panismo y al empresario evasor -Ricardo Salinas Pliego-, junto con políticos cuya fuerza exclusiva reside en las redes. Funcionarios de territorio digital.
Negando toda filiación ideológica, parecen especialmente entusiasmados con promover la revocación de mandato de Sheinbaum Pardo.
El conservadurismo mexicano anda siempre enmascarado, convencido de desplazarse en la sombra, mientras el resto los observamos serenos desde el umbral.
Mejor suerte espera a quien no guarda vergüenza de ser lo que es.
¿O será que, temerosos de su propia muerte y avergonzados de haber fracasado en su momento, buscan asegurar una forma de inmortalidad en los jóvenes de los nuevos tiempos?
Habiendo sido advertidos -por la vía de la exhortación y la del ejemplo- de la inutilidad de movimientos políticos descendentes y de naturaleza extraterritorial, volverán a intentarlo. Ensamblando un alzamiento que vaya del cielo al suelo, de afuera a adentro y con origen corporativo en contraposición al pulso popular, fracasarán de nuevo.
El descuido, la arrogancia y la pereza conducirán a la falsa Generación Z a un viaje repetido hacia el centro de su propio ombligo: no han entendido nada, o casi nada, que no es lo mismo pero es igual.

