El sentido de oportunidad es una de las características que han permitido a la humanidad avanzar a pasos agigantados, pero para algunos simplemente no existe o no le prestan la atención adecuada.
Una oportunidad es oro molido cuando la ecuación resulta positiva para una persona en su contexto personal. “No dejar pasar las oportunidades” significa que uno debe analizar con detenimiento la coyuntura que la vida te ofrece para obtener un beneficio o tener un bien.
En política, el sentido de oportunidad es un requisito básico para la supervivencia. Un buen político, de hecho, crea sus oportunidades, pero resulta mejor cuando caen solas y la ecuación es redonda.
Para el panista Eduardo Rivera Pérez el sentido de oportunidad es un bien intangible que no entiende. La primera ocasión que obtuvo la candidatura de su partido a la presidencia municipal, en 2010, no fue gracias a su inteligencia sino a la presión que el Yunque realizó para que Rafael Moreno Valle pudiera concretar su aspiración a la gubernatura.
Moreno Valle no quería que su compañero de fórmula a la capital fuera el insípido panista sino alguien como Enrique Doger Guerrero o Amy Louise Camacho Wardle, pero el Yunque puso el pie duro y el consentido de la maestra Elba Esther Gordillo Morales no tuvo otra opción más que ceder.
La primera administración de Lalo Rivera fue un drama permanente. Ninguneado, excluido, marginado, tuvo que hacer un gobierno entre sombras, lo que impidió conocer a detalle desde esa época su pésimo manejo del Ayuntamiento. Un político inteligente convierte un problema en una oportunidad, esa es la base para forjar el capital que luego venderá caro o le abrirá las puertas.
Tras finalizar su gobierno, Rivera Pérez enfrentó la persecución de Moreno Valle y su inhabilitación. Su respuesta fue una vergonzosa entrega al morenovallismo para que, a cambio de no ser detenido, aceptara por segunda ocasión la candidatura de su partido a la alcaldía de Puebla en 2018. Lo que el morenovallismo quería era no perder el voto duro panista de la capital.
Como se sabe, la ola lopezobradorista barrió todo el país y Lalo Rivera se regresó a su casa con la única certeza de que no iría a prisión.
El tiempo pasó y el panista comenzó a vender la idea de que para el 2021 no había otro candidato mejor para que el PAN recuperara la presidencia municipal. En sus sueños de opio era primero la alcaldía, luego la gubernatura.
Lo que ahora se sabe es que estuvo a punto de no ser abanderado porque se negaba a ceder espacios a otras expresiones. Su negativa no estaba basada en alguna fuerza real sino una idea abstracta de que era el único en el partido que podía ganar.
Esa ocasión, Eduardo Rivera no entendió que el riesgo estuvo en su negativa de hacer política. Nunca buscó sumar a las expresiones su partido, desdeñó la oportunidad que dejó la extinción del morenovallismo, se subió a un tabique y creyó que por el simple hecho de ser él, su partido le debía todo. Cuando llegó a negociar su abanderamiento se encontró que otros habían aprovechado esa situación para demostrarle que la fuerza estaba en otra parte.
Cuando vio que estaba a punto de caerse su candidatura se levantó de la mesa en un franco desaire. Si no se regresó a su casa fue porque un aliado suyo tuvo que intervenir para evitar el acabose. A regañadientes, Rivera Pérez aceptó un acuerdo para ceder espacios en su planilla de regidores y en la administración municipal.
La elección de 2021 demostró que la ciudadanía estaba cansada de Claudia Rivera Vivanco y ejerció su voto de castigo. No ganó Eduardo Rivera, ganó el hartazgo hacia la alcaldesa. Eso tampoco lo entendió el panista.
Con la oportunidad de oro en sus manos, Eduardo Rivera decidió patear su buena suerte y se convirtió en un mezquino político que pedía todo a cambio de nada. Un gobernante no puede darse ese lujo. No entendió la oportunidad que la ciudadanía le había dado no solo para fortalecer su imagen sino también para recuperar a su partido y materializar sus aspiraciones para 2024.
¿Qué hizo? No cumplió acuerdos, se negó a asumir los costos políticos de sus decisiones y peticiones, rebajó la investidura municipal para convertirse en operador del PAN, excluyó a todos aquellos que no formaban parte de su grupo político ni de su cofradía confesional. En el Palacio Municipal se escucharon las palabras “exterminio” proferidas a sus opositores panistas.
Por otra parte, su extraordinaria relación con el gobernador Miguel Barbosa Huerta la dilapidó como un ludópata en Las Vegas. Caído en desgracia, no tuvo otra opción que buscar el apoyo de sus contrarios en el partido. Por primera vez pidió ayuda, pero fue a su estilo y a su forma: en la mesa pactaba algo y en los hechos mostraba su oscuro lado intolerante.
En estos días, la sucesión en la gubernatura para 2024 arrancó y el panista sigue agazapado como un timorato. Por eso no son extrañas las palabras del inquilino de Casa Aguayo cuando exhibe la doble moral del alcalde. “Desde el primer día que llegó al Ayuntamiento ya pensaba en la gubernatura”.
Y es verdad, todos en el círculo rojo lo sabemos. Eduardo Rivera cree que todos somos idiotas, menos él.
Quién iba decir que tendría frente a nuestros ojos la imagen del rey desnudo que camina soberbio por la plaza pública, con oídos sordos a la crítica e incluso para negarse a aceptar la recomendación de sus aliados para recapacitar su forma de ejercer el gobierno.
Lalo Rivera camina desnudo frente a todos, sin darse cuenta de su penosa condición.