El acuerdo era que toda reforma al Poder Judicial se hiciera con el previo consenso con el presidente del Tribunal Superior de Justicia (TSJ), Héctor Sánchez Sánchez. Así lo había pactado el gobernador Miguel Barbosa Huerta en un acto de respeto y confianza con el magistrado surgido de las filas del galismo. Esa deferencia pocos podían presumirla. Extrañamente, Sánchez Sánchez retrasó una y otra vez la reforma. Argumentos había muchos.
Pero la principal causa apareció en la Ciudad de México, en un lujoso restaurante, en donde el presidente del TSJ se reunió con los emisarios del exgobernador José Antonio Gali Fayad, alias Tony Gali. La noticia cayó como bomba en el epicentro del poder. El mensaje se envió con claridad y, en su torpeza, el exsíndico municipal pensó que podía desmentir la información y hasta ufanarse de eso.
Una red de complicidades apareció para ayudar a Héctor Sánchez y el mensaje nunca se entendió. La fotografía difundida del encuentro era lo de menos. El mensaje era incontrovertible y estaba ahí, a la vista de todos. Solo Héctor Sánchez no lo entendió. Bueno, él y sus asesores.
De un plumazo se acababa el proyecto a la gubernatura o cualquier futuro político. Muchos cayeron en desgracia junto con el magistrado. Íntimos, reporteros, operadores. El Poder Judicial se convirtió en un hervidero de grillas. La sangre despertó el instinto caníbal de los funcionarios de ese órgano. El caos ya estaba a la vuelta de la esquina.
La comunicación hacia Héctor Sánchez se detuvo por parte del gobernador de Puebla. Ni un mensaje o emisario era recibido (y sigue sin recibirse). El frío se convirtió en la moneda para contestar la traición.
Luego vino el recuento de los daños y la reinterpretación del actuar del abogado que se siente James Bond. El Poder Judicial se había convertido en más de lo mismo: una camarilla que defiende y protege los intereses de unos cuantos a costa de muchos miles.
La corrupción permanece. La inmovilidad de los jueces y magistrados corruptos es una regla. La casta divina gozó de cabal salud con Héctor Sánchez. Y cómo no, si para llegar a la presidencia del TSJ tuvo que hacerse de compromisos porque no le alcanzaban los votos para la reelección.
Con la traición a cuestas, Sánchez decidió impulsar una fracasada revuelta en el Poder Judicial. Poner a los magistrados contra el mandatario estatal. La respuesta lo ubico de nuevo en su realidad: El problema no era el gobernador sino el presidente del TSJ.
Miguel Barbosa necesitaba un hombre fuerte, un brazo confiable y astuto operador para impulsar la reforma jamás imaginada al Poder Judicial. Quien estuviera a cargo y lograra aplicarla se ganaría de facto la gloria política y vaticinios muy favorables para su futuro político, principalmente para 2024. Héctor Sánchez fue el operador que no supo ni quiso acompañar al gobernador de Puebla y ahí cavó su propia tumba.
La reforma, única en su tipo en el país, es una auténtica revolución en el ámbito. El poder encargado de administrar justicia es el que menos mecanismos de justicia tiene. Hoy se apuesta por el equilibrio, la radicalización de sanciones y controles para el actuar de los funcionarios.
Un nuevo modelo axiológico está en marcha para el Poder Judicial. Un modelo que busca romper con el pasado y ofrecer a los ciudadanos una institución acorde a los nuevos tiempos, los tiempos de la izquierda. Miguel Barbosa ha conectado un nuevo jonrón con casa llena a un paso del out 27.
Es muy probable que Héctor Sánchez creyera que todo quedaría intocado, que la mafia enquistada permanecería indefinidamente y que podía hacer del tribunal lo que le viniera en gana. Total, era uno de los aspirantes a la gubernatura. En la traición y su incapacidad por aplicar la reforma quedó en evidencia su estatura política. La mejor oportunidad política de su vida decidió echarla al basurero de la historia. Y qué bueno. Así los poblanos sabemos que la reforma presentada por el Ejecutivo del estado se aplicará de la forma correcta.
Nuevos tiempos soplan en el Poder Judicial, vientos que presagian buenas cosas, aunque tengamos que pasar por algunos escándalos porque los viejos dinosaurios se negarán a entregar el poder que amasaron durante décadas. No importa. Miguel Barbosa es el fajador que nadie había visto en Puebla. Si quieren guerra en el Poder Judicial, guerra tendrán. O, de lo contrario, podrían ser coparticipes de la puesta en marcha de una reforma que cambiará, por fin, el rostro de la justicia en la entidad. Una justicia manchada por la corrupción, los excesos, el crimen y esa vieja forma de pensar y actuar que tanto daño ha hecho a la sociedad.
En este escenario, Héctor Sánchez fue el jugador que nunca supo el momento histórico que le tocaba.
“Le faltó grandeza”, es la frase que lo describe a plenitud.