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jueves, marzo 28, 2024

La triste vida de un burócrata en desgracia

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Un personaje clave en la fallida gestión de Claudia Rivera Vivanco fue René Sánchez Galindo, el inefable secretario de Gobernación municipal.

El activista -cuyos origenes políticos se encuentran en el PAN y en la mano de la ultraderechista Miriam Arabian Couttolenc- vive una vida lejos de lo que imaginó hace un poco más de tres años que arribó al poder de la mano de Morena y la 4T: Defenestrado, ignorado, apestado y alejado del equipo que alguna vez lideró y que en tantos problemas metió por su inexperiencia, soberbia y falta de oficio.

Sánchez Galindo es un buen activista pero de un solo tema: el maíz. Gracias a su tenacidad ha logrado poner en jaque a trasnacionales y salvaguardar a la semilla mexicana. Hasta ahí todo bien.

El problema fue cuando se involucró en el ejercicio de gobierno. Un trimestre después de arribar a la Secretaría de Gobernación municipal ofrecía su primer resultado: un grave problema de ingobernabilidad a raíz de los plebiscitos en las 17 juntas auxiliares de la capital: Toma de palacios auxiliares, quema de paquetería y urnas, protestas y un sinfín de denuncias por incapacidad y dados cargados por parte del primer gobierno de izquierda en el municipio.

Nadie sabía que esa era la génesis de un despeñadero.

Con el paso de los meses fue evidente que los líderes de organizaciones de vendedores ambulantes gozaban de cabal impunidad para hacerse del control de las principales calles del Centro Histórico, unidades habitacionales y colonias de la ciudad. Eso llevó a un problema de inseguridad que se sumó a otras actividades delictivas como el incremento de las personas en situación de trata sexual en pleno corazón de la zona de monumentos, algo inconcebible para un gobierno feminista.

Si bien al principio el funcionario no era uno de los consentidos de la alcaldesa, poco a poco fue ganando terreno en unión con Liza Aceves, secretaria del Ayuntamiento. ¿En qué radicó el éxito de la dupla? En la capacidad de entender los deseos de Claudia Rivera, decirle lo que quería escuchar y garantizar que no tendría problemas.

¿Hubo o no ingresos de dinero black por parte de los ambulantes? Nadie puede probarlo, pero la sospechosa inacción para proceder a la regulación dejó abierta cualquier interpretación. Si hubiera existido una componenda, los ingresos ilegales que todo ayuntamiento tiene en ese sector estaba garantizado (de hecho uno de los más lucrativos).

Claudia Rivera dividió su administración en diferentes grupos de poder que, al final del trienio, se redujeron a dos: el Cártel Administrativo, encabezado por Andrés García Viveros, procesado por el delito de hostigamiento sexual en contra de la asistente particular de la alcaldesa; y el que lideraba la dupla Sánchez Galindo-Liza Aceves. Alrededor de ambos clanes orbitaron otros actores que tenían voz, pero difícilmente los dejaban transitar pese a que proponían las mejores opciones de solución.

La administración municipal transcurrió con más pena que gloria aunque todavía no era visible el fracaso y la parálisis de gobierno debido a que la elección del 2019 había quitado los reflectores al Ayuntamiento.

Sin embargo, el mensaje en las urnas fue desastroso: Si Claudia Rivera presumía ser una autoridad diferente cómo es que en menos de un año acabó con el bono democrático y Morena perdió en la capital y la zona conurbada.

¿Qué hizo la gestión riverista en ese proceso electoral? Lo mismo que en el ejercicio público: nada. Incluso, arribaron a los comicios con las sospechas de un pacto con el morenogalismo, el cual quedó confirmado al final del trienio cuando se reveló que el exgobernador José Antonio Gali Fayad tenía la mano zambullida en la Comuna a través de sus esbirros.

Las diferencias con el nuevo gobierno del estado escalaron y ahí surgió la idea de que Claudia Rivera podía ser el contrapeso político de Miguel Barbosa Huerta y construir su camino a Casa Puebla. ¿Quién cree que le vendió esa idea? Exacto: el galicismo y Sánchez Galindo.

Ese sueño guajiro fue interpretado como la patente de corso para una guerra perdida contra el barbosismo. La primera gran confrontación ocurrió cuando Rivera Vivanco se negó a ceder el control de la seguridad pública bajo el argumento que era una violación a la autonomía municipal y se pretendía dar el poder a Ardelio Vargas Fosado, involucrado en la represión de San Mateo Atenco.

Nada de eso era verdad. Lo que el gobierno del estado necesitaba era tener el control para cortar de tajo las estructuras criminales enraizadas en la capital poblana y que diversificaron sus actividades en narcomenudeo, robo en sus diferentes modalidades, comercialización de mercancía robada, secuestro, entre otras.

La administración estatal tenía la radiografía exacta de lo que ocurría y sabía que la hidra tenía su sede en la ciudad de Puebla.

Con el paso del tiempo se comprobó que la Secretaría de Seguridad Ciudadana municipal y la gestión de Claudia Rivera no tocaron ni con pétalo de un gendarme a las mafias enquistadas en los mercados municipales, tianguis y centros de abasto rodantes. Eran tiempos en que la SSP estatal capturaba a los capos locales, auténticos líderes de estructuras criminales, y la policía municipal se hacía famosa por su remisión de borrachitos y rateritos de celulares.

La pugna por la negativa de la Comuna a sumarse a la estrategia de seguridad pública abrió un frente nacional. El entonces secretario de Seguridad Ciudadana federal, Alfonso Durazo, respaldó a Rivera Vivanco sin saber que sería una de las peores decisiones que pudo tomar para la entidad poblana.

La alcaldesa se sintió poderosa, afianzó más la idea de que era el contrapeso del gobierno del estado y que todo podía resolverse por la vía federal.

En ese juego, Sánchez Galindo acercó a la presidenta municipal a otros sectores ligados al círculo cercano del presidente de México en materia de comunicación. (Eso derivaría tiempo después es que Liz Vilchis, exesposa de René Sánchez, llegara a La Mañanera).

La pugna entre Claudia Rivera y Miguel Barbosa escaló todavía más y se ratificó en que dos personajes eran los que le hablaban al oído a la alcaldesa: Sánchez Galindo y Liz Aceves, quienes supieron traducir el juego de los grupos nacionales a los intereses de su jefa (sin que eso significara que fuera lo correcto o benéfico).

Así, ambos se convirtieron en la dupla todopoderosa que controlaba la Comuna. (Andrés García Viveros y los galicistas estaban más interesados en los negocios que en la política).

Luego vino la pandemia y se abrió un nuevo conflicto: mientras el gobierno del estado asumió el reto, el Ayuntamiento se escondió pero no dejó de hacer negocios ahora bajo el pretexto de la salud pública. Los ambulantes se convirtieron en uno de los principales focos de la cadena de transmisión masiva del virus y la Comuna no hacía nada.

Las alertas se prendieron ya que la inacción de gobierno podría derivar en medidas legales por no salvaguardar la salud pública. A regañadientes, Claudia Rivera y René Sánchez intentaron poner freno a los ambulantes, pero quedaron exhibidos luego de que los líderes se rebelaron a la autoridad y los ignoraron.

La radicalización de las posturas entre Claudia y el gobernador aumentó pero eso permitió que Sánchez Galindo navegara sin problemas.

Fue entonces que llegó el tiempo de los sueños reeleccionistas. La lógica era la misma: Claudia Rivera como cabeza del grupo que haría contrapeso y, ahora sí, destronaría a Miguel Barbosa. El problema es que la presidenta municipal enfrentaba un desgaste inaudito para una autoridad y debía navegar en dos corrientes: Por un lado, seguir al frente del Ayuntamiento, el desgaste del ejercicio de gobierno y el repudio por la parálisis gubernamental. Por el otro, construía su candidatura alrededor de un grupo de políticos que solo iban por lo suyo.

Fue en ese momento en que la caja de pandora se abrió. El periodista Mario Alberto Mejía y el equipo de ContraRéplica Puebla se dieron a la tarea de revelar paso a paso el andamiaje sobre el que se movía Claudia Rivera. Por ejemplo, las exclusivas del autor de La Quinta Columna exhibieron a Andrés García Viveros como la cabeza del Cártel Administrativo; que Tony Gali operaba a través de Rafael Ruiz Cordero y Jorge David Rosas Armijo en la Comuna; que había una red de auditores, auspiciados por exfuncionarios galicistas, que limpiaban todas las irregularidades cometidas; que la secretaria Olga Sánchez Cordero pretendía influir en Puebla por petición del exgobernador, entre otras cosas.

Una de las noticias bomba fue el proceso que la Fiscalía General del Estado y un juez de control iniciaron contra Andrés García Viveros por hostigamiento sexual. La acusación hundió la campaña de su amiga y jefa, quien también estaba involucrada en la denuncia.

A todo ese contexto se agregó el desgaste de René Sánchez Galindo. El punto culmen fue el mercado de Amalucan, una obra que sería financiada por la Sedatu y formaba era parte del paquete de acciones para apuntalar a Rivera Vivanco desde un sector de la Federación.

El rechazo a la obra derivó en un conflicto, éste en un problema de ingobernabilidad y, al final, en un lastre para el funcionario y su jefa, además de dejar mal parada a la Sedatu.

La campaña de Claudia Rivera también comenzó con el pie izquierdo. La división al interior del equipo riverista se ahondó, pero lo que no se sabía es que Sánchez Galindo había generado una profunda animadversión que obligó a su dimisión.

Muchos de los colaboradores de la candidata pusieron en la mesa su renuncia si René Sánchez se convertía en el coordinador de la campaña y, a los pocos días, sobrevino lo que no se pensaba: la ruptura con Liza Aceves.

El ajuste en las candidaturas a diputaciones federales y el agandalle de las mismas por parte de los antibarbosistas llevaron a Sánchez Galindo a ser exiliado al distrito 12. Desde ahí vio cómo el Titanic llamado Claudia Rivera chocó contra el iceberg y vivió su caída personal ante Mario Riestra Piña, quien prácticamente lo barrió en las urnas.

El otrora poderoso funcionario había perdido antes de iniciar la campaña y sufría una defenestración temprana.

Hoy la consecuencia de sus actos –polarización, incumplimiento de acuerdos, lengua viperina, entre otros- lo tiene alejado y desterrado de su antiguo grupo y jefa política.

Nadie lo busca.

Nadie lo escucha.

Nadie lo convoca.

René Sánchez es un cadáver que no sabe que está muerto.

Por eso todavía pretende influir sin ningún éxito en Morena.

Por eso insiste en regresar al activismo.

No sabe que fue metido en un ataúd desde abril de 2021.

Es por eso que Sánchez Galindo no se da cuenta que vive la triste vida de un burócrata en desgracia.

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