Faltan tres años para la elección de renovación de la gubernatura, Congreso del estado y los 217 municipios y las diferentes corrientes al interior del Partido Acción Nacional en Puebla ya colocaron a su marca una pesada loza con epitafio.
La apurada y accidentada unción de Augusta Valentina Díaz y Marcos Castro provocó más dudas sobre la legitimidad de la oposición que asumirán. Una nota informativa difundida por el portal e-consulta permitió conocer de primera mano que ambos políticos no tienen ni idea qué papel jugar y están más interesados en extender la guerra fratricida a otros espacios.
Luego de rendir protesta, Agusta Díaz fue entrevistada respecto a “cómo será su relación con el gobernador Luis Miguel Barbosa Huerta”. La respuesta es una verdadera perla: “No tenemos ninguna ruta planeada con respecto al gobernador, nos ocuparemos en el partido de manera muy contundente”.
Pero cuando le preguntaron si cambiarán al actual coordinador de la bancada del PAN en el Congreso del estado, Eduardo Alcántara Montiel, no dejó lugar a dudas: “Estamos valorando quien podría dirigir la bancada del PAN y la nueva dirigencia tiene que valorar varios asuntos, hay muchos panistas en el Congreso del estado”.
Alcántara Montiel forma parte del grupo de Genoveva Huerta Villegas, la aspirante a la reelección en la dirigencia estatal, es decir, es del grupo contrario a la horda que encabeza el alcalde Eduardo Rivera Pérez, quien no escatimó ningún tipo de recursos para ganar la elección interna. La desesperación del edil, como le dicho en otras ocasiones, llevó a que la investidura municipal se rebajara a la de un simple operador político de un asunto doméstico del PAN.
¿Puede la nueva dirigencia panista cambiar al coordinador de la bancada en el Congreso? Sí, es parte de sus facultades. ¿Es conveniente? No, solo provocará que la descomposición interna se mantenga vigente, que la legitimidad de los nuevos líderes quede estigmatizada como la mano operadora del presidente municipal para castigar a sus adversarios.
Pero, sobre todo, el costo político que tendrá que asumir la nueva dirigencia es muy alto, pues no hay nadie que garantice la unidad de la bancada. La separación de Alcántara Montiel atomizará al PAN y ahí terminará con la oposición azul en la LXI legislatura.
Y, por el contrario, si Eduardo Rivera pretende hacer creer que puede poner al PAN al servicio del gobierno del estado, le tengo malas noticias: Si ni siquiera es capaz de controlar a su propio partido y no es el líder que pretendió hacer creer, mucho menos es garantía de que sea un buen aliado.
El caso del cobro del Derecho de Alumbrado Público es la mejor muestra: El edil prefirió esconderse en la operación de Casa Aguayo en lugar de tomar al toro por los cuernos, lanzar redes de apoyo con sus homólogos también beneficiados, asumir parte del costo político y ganar legitimidad en todos los sectores: administración estatal, legisladores, alcaldes y círculos del poder. Al final, la imagen que quedó del munícipe es la de un blandengue comodino.
Si la apuesta de Rivera Pérez y sus incondicionales en la dirigencia del PAN es continuar con la pugna interna, entonces, deberán prepararse a mantenerse en vilo de que los tribunales electorales echen abajo los resultados. La posibilidad, contrario a lo que se ha hecho creer, no es lejana y ahí no interviene el Comité Ejecutivo Nacional panista ni ningún testaferro del alcalde.
Lo que es un hecho es que la elección interna sirvió para que los propios panistas enterraran a su partido, es decir, le hicieron la chamba a Morena y al resto de los partidos.
Por cierto, Acción Nacional debe prepararse para que en 2024 no tenga el respaldo del PRI en la entidad. El asunto es preocupante porque Rivera Pérez olvida que, así como están las cosas, a nadie le alcanza para ganar en las urnas y es necesario construir las alianzas necesarias. Eso sólo se puede hacer con mucho oficio político y sin soberbia. ¿Podrá el edil y su séquito? (A eso agréguele el mito de que el cachorro del Yunque es el candidato natural. Es eso, un mito).