Nota del autor
Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios.
Trama tercera: El mundo es un lugar malvado
Capítulo 13. ¿En qué momento se jodió todo?
Hubo una época en que Andrés Roemer fue rico, famoso, lleno de poder. Su estilo desenfadado para vestir, similar al del cantante Bono, le granjeó simpatías y diferencias. Cuando él entraba a un restaurante, los comensales se apresuraban a saludarlo. Era odiado. Muy odiado. Por eso cuando cayó, todo mundo se sumó al repudio.
Sus amigos no toleraban el brillo indudable que tenía. Los apabullaba con su conocimiento en varias lenguas. Era un gnomo genial, pero solitario. En el fondo, todos los días buscaba ser destruido. Por eso siempre corría sobre una línea en constante riesgo. Tenía un hipocampo muy activo, y lo hacía trabajar horas extras en aras de tener siempre a la mano la impresionante recuperación de la memoria a largo plazo.
Cada golpe suyo era motivo de renovados odios. A su nombramiento como cónsul en San Francisco, California, le siguieron la embajada de México ante la UNESCO, con sede en París, y la boda con Pamela Bitcoin: una chica guapa, poblana, elegante, cinéfila, con gran estilo. Todo eso le generó discordia y mezquindad. Y todo eso se vino abajo como una vajilla entera en un mal final de fiesta.
Cuando cayó en el agujero negro del señalamiento público —cinco denuncias por acoso sexual y violación, y el congelamiento de sus cuentas bancarias—, Roemer se desplomó. Su cuarto de máquinas entró en crisis. Su lóbulo frontal se empezó a romper al igual que sus áreas de Broca y de Wernicke. El hombre culto y cosmopolita se derrumbó y su lugar lo tomó un Neandertal errático y temeroso. Fue entonces cuando se volvió un prófugo de la justicia. Huyó a Tel Aviv, donde había una calle con su nombre que desapareció con el escándalo mediático. Apeló a su nacionalidad israelí para no ser extraditado.
Si las cosas pueden salir mal, salen peor. En Roemer se cumplió ese aforismo. Ha intentado quitarse la vida. Ha engordado. Ha caído en el alcohol y la evasión. Está a la defensiva, dueño de una depresión histórica. Sabe que una cárcel mexicana es el equivalente del infierno. El Tribunal Supremo de Israel abrió ya las puertas de la extradición. Sus coordenadas perdieron el rumbo hace ya varios meses. Su pensamiento obsesivo lo define: es un ser desesperado en constante peligro de extinción. La puerta falsa del suicidio es la única puerta que tiene en su única, esquizofrénica, agenda.
(Continuará).