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viernes, mayo 3, 2024

La Tercera Voz 28

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Desfila en la semana una nueva letra del alfabeto amoroso de Ella.

Lunes:

La habitación de Ella hiede. Es insoportable el olor. Insufrible la hediondez. Ella va con su amiga Mónica, dueña
y anfitriona del espacio y le dice que se cambiará al cuarto de los críos, que no le importaría dormir incluso en el
piso, pero que el apeste, bajo ninguna circunstancia, piensa tolerarlo ya más. Es superior a cualquier tortura o castigo. Así que manos a la obra. Llaman a los expertos en
asuntos de aire acondicionado. Por la sola presencia de
los especialistas, es decir la mera consulta sin entrar en
materia tiene un costo de 100 dólares. –Sí en efecto– espetan los expertos en estos menesteres –el olor es espantos,
tendríamos que romper techo y buscar en las tuberías de
dónde radica el problema– aseveran. El costo de mano de
obra por hora es de 150 dolares. Mónica suda, y ni se diga
la “visita”. Empiezan el trabajo. Pasan 3 horas el primer
día, dos del segundo y no es sino hasta el tercer día de
mano de obra que aparecen infaustos los cadáveres, en
estado de putrefacción, si de una familia completa de Tlacuaches asfixiado o infartado o simplemente atorados en
uno de los conductos.
Fin del problema. Ella regresa a su recámara.

Martes:

En esta casa habita una niña de once años, es la más pequeña de la prole. Está anidada en ella la tristeza. Algo
o alguien le hurtó la espontaneidad, la alegría, la chispa.
Se llama Amelié y antes le hacía honor a su nombre, era
mágica, dicharachera, con la sonrisa dibujada en el rostro ante cualquier provocación. Ahora es una incipiente
adolescente inmensamente afligida y silente, temerosa,
casi hostil. Ensimismada, escucha y asiente, no contradice
por miedo. Ha empezado a practicar el síndrome de “self
injury” o la autolesión. Brota su sangre y libera el dolor,
se escurre y amansa. Ese pequeño cuerpo aprisionado,
espejo de las heridas del alma. Todos lo saben. Todos lo
ignoran. Mirada cenicienta.
Ella vuelca sus brazos en la pequeña Amelié, hace ejercicio con ella, canta, baila, la escucha e incluso cura algunas
de sus heridas. Pero la situación toda la supera. No hay
palabras.

Miércoles:

La perra bóxer Dalila tiene un síndrome peculiar. Tan sólo
enuncia uno su nombre y la perra se tira al piso boca arriba, abre las patas e invita a que le rasquen la panza. Así de
facilita. Así de entregadita. Con sólo pronunciar su nombre
con cualquier migaja de tono cariñoso se abandona totalmente a la caricia, se entrega, abre todo su cuerpo y su ser.
Las mujeres que habitan esta casa tienen el mismo síndrome. Y es que es altamente contagioso. Ella hace esfuerzos sobrehumanos por combatirlo y no contraer el desdichado mal, pero resulta imposible luchar con los aleteos
hormonales del otoño que ya se anuncia frío y gris.
Ella participa en el grupo de los “miércoles”, algo así
como “la sanación después del divorcio”, así Ella sea escéptica a todo este tipo de “metoditos, manualitos” y charlas,
pero como para inventarse allá afuera un poco la vida y
disfrazar la soledad, Ella lleva ya cuatro miércoles asistiendo a las reuniones. Van sólo cinco personas, todas con
historias teñidas por la acritud. Un hombre. ¿Qué letra sigue en el alfabeto después de la J?. La K. Sí se llama K. Es
bellísimo. Y su voz dice cosas sensatas e inteligentes. Ella
lo descubrió desde el primer día del curso. Y cómo no mirarlo si es endemoniadamente atractivo y es, además, el
único hombre en el salón. Ella se sienta desde el primer
día entonces a su lado y comparten lecturas. Ya trama Ella
en su imaginación esa primera cita con Keith. Ese primer
encuentro. –Ya será– piensa Ella con certeza. Y se revela
entonces el síndrome Dalila. ¡Carajo! y Ella que creía que
estaba a salvo de tan ponzoñosa infección. Pero no, en estas tierras áridas y solitarias el síndrome Dalila llega como
garrapata y se instala. K observa que Ella toma notas en su
cuaderno y le dice:
–¡Qué bonita letra tienes!
–Gracias, deberías ver que ordenados están mis cajones,
estoy más que presta…– piensa Ella con una sonrisa maliciosa pero no espeta ni muuu, sólo sonríe.
Y desde este naciente comentario Ella toma pose y dominio de todo el salón y cada uno de sus gestos, de sus comentarios, de sus movimientos y de su lenguaje no verbal
se dirigen estrictamente a atraer la atención del “Adonis”.
Al finalizar el curso, Ella les solicita a cada uno de los integrantes sus correos electrónicos para enviarles algunas sugerencias de lecturas. Pues pedir los números de teléfonos
para whatssapear es demasiado “indolente”.

Jueves:

En el país del no, y de la prohibición, el más pequeño de
los críos, el sapodrilo está apabullado por tanta vigilancia
y castración. Así que decide restaurar su sentido de autoridad regañando a los perros. Al grado que de estos discursos aleccionadores ha hecho toda una rutina. Antes de ir
al colegio por las mañanas va hacia la jaula de Dalila y con
tono supremamente autoritario le inquiere:
–Dalila: mírame bien a los ojos, te estoy hablando en serio, no puedes ya morder a Tinkerbell, no puedes hacerlo,
la puedes matar. No es correcto. Te lo advierto, si te portas
mal te doy menos comida en la tarde. ¿Me entendiste, te
quedó claro?. No quiero enterarme de que no has obedecido Dalila. Son las reglas y tienes que respetar. No puedo
tolerar ya más tu desobediencia y si sigues así te castigo
dándote menos comida.

Viernes:

Ella le envía un correo electrónico a su amigo librero Jiménez Brito:
“Brito: se me está deshidratando el SER, el alma y el
cuerpo sin un pinche tequila, llevo ya dos meses sin un
miserable trago. En estas tierras del puritanismo imperante hasta pensar en alcohol es pecado. No puedo ya más
con la sed.”
El amigo Brito responde de inmediato:
“Vamos Ella ponle ya una mejor cara a tu estadía por
esos lares. Anoche vi en la televisión un fragmento de una
película de Beethoven. Él le dice a su asistente Ana Holts
–¿Cómo voy a dirigir la 9na, sinfonía si ya no oigo? Dios
me llena de música el cerebro y no es posible que sólo la
imagine y no la escuche. Es injusto. Sólo al escribirla me
consuelo–. Ana le responde: –Maestro yo lo apoyaré, desde abajo leeré las partituras y con mis ademanes le indicaré cómo dirigirla, usted sólo siga mis movimientos–. Y
así lo hacen Ella, Beethoven sólo imita los movimientos
de su asistente, frente a la Nobleza y frente a sus enemigos Beethoven triunfa, los hace llorar y no se percata de
los aplausos del público hasta que Ana lo vuelve hacia el
público. Con esto sólo pretendo decirte que saques de tus
tristezas tus alegrías. Un abrazo para tí y los hijos que Dios
te dio a cuidar.”
Fin de las epístolas. Ella permanece reflexiva.

Sábado:

Ella recibe una llamada de J. –el hábito hace el monje–
le decía la abuela Aura a Ella desde muy pequeña. J. que
es ya predecible la invita a nadar con los críos a su casa,
como ya es costumbre familiar todos los sábados. Esas
rutinas de familia. Sí hasta los hijos ya le dicen “tío” a J.
La costumbre que supera cualquier cosa y que mata cualquier clandestino deseo.
Ella toma el sol, a sabiendas que amenaza ya con su llegada el otoño y pronto se tornarán más fríos y distantes
sus iridiscentes rayos. El más pequeño de los críos emite
un grito:
–Auxilio tarántula, auxilio tarántula.
Ella ni se inmuta, está habituada a 300 gritos al día de
esta índole, por cualquier tipo de bichos, así que incrédula
ni siquiera voltea hasta que J. Le dice:
–Es en serio Ella, mírala la voy a matar antes de que se
escape.
Y presuroso toma una red de la piscina con la que sacan
las hojas del agua y acribilla al peludo y negruzco animalejo.

Domingo

Ella recibe un correo electrónico de K, él la invita en la noche al partido al Texas Stadium a ver el partido de los Vaqueros de Dallas contra los Gigantes de Nueva York. Ella
no entiende ni “pío” de Fút americano, pero considera
descortés no aceptar la invitación a ese primera encuentro. Invariablemente la sitúa en las escenas familiares del
padre de los críos y su adicción a este deporte. Dicen los
que saben que “el infierno es un recuerdo constante”. K
pasa por Ella a las 6:00 de la tarde. En el trayecto K le pregunta a Ella:
–¿Te gusta a música?
–¿A quién no? –responde Ella.
Él busca en su spotify el legendario álbum In the Court of
the Crimson King, de King Crimson y coloca “I Talk to the
Wind”:

Said the straight man to the late man
Where have you been
I’ve been here and I’ve been there
And I’ve been in between.
I talk to the wind
My words are all carried away
I talk to the wind
The wind does not hear
The wind cannot hear.
I’m on the outside looking inside
What do I see
Much confusion, disillusion
All around me.

You don’t possess me
Don’t impress me
Just upset my mind
Can’t instruct me or conduct me
Just use up my time
I talk to the wind
My words are all carried away

I talk to the wind
The wind does not hear
The wind cannot hear.

Con qué efusividad canta Ella la rola. Se la sabe completa y se abandona a la guitarra de Robert Fripp. Imposible no hacerlo. Llegan al estadio, inmenso el espacio. El
lenguaje no lo abarca. Lleno. Indescriptiblemente grande.
Cuánta afición. Cuatro segundos antes del final ganan los
Gigantes 33 a 31. Se palpa el estadio desmoralizado.
K la regresa a casa sana y salva. Eso y sólo eso pasa en
este primer encuentro. La pasión se esconde. El primer
beso no se asoma. “Bástele a cada día su propio afán” decía la abuela Aura. Ella se despide. Entra a la casa. Sola.
Sin certeza, más que la de la noche que cae.
…La melancolía, esa persistencia en la tristeza. La insistencia en la mirada. Las voces distantes. Los ecos. La
aridez del alma. El SER ensimismado. La nada. El tiempo
lento y taciturno, ese elefante blanco.

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